Por: Carlos Dragonné
Le he dado vueltas a varias ciudades en los últimos meses en Estados Unidos y he encontrado un común denominador que termina por conectar los puntos pendientes y apuntar hacia lo que puede ser un futuro interesante. Y es que siempre he sido un fiel convencido de que la punta de lanza está en la educación y la esperanza se esconde en el arte. Entonces, cuando llego a estos lugares y observo los rincones que se llenan de expresiones artísticas reales -fuera del esnobismo del llamado “arte contemporáneo” y del que no les diré mi opinión porque este es un sitio familiar-, es que recupero un poco la confianza. Al menos es la sensación en Roosevelt Park. Bienvenidos a Phoenix.
Phoenix es un destino que no tenemos en nuestra mente de manera inmediata, eso lo sé. Esto tiene como resultado que estamos desperdiciando la quinta ciudad más grande de Estados Unidos y uno de esos lugares que cuesta trabajo definir en tan poco tiempo viajado. Pero en las paredes del centro de la ciudad podemos observar una evolución histórica y social que le da sentido a un destino lleno de contrastes.
El amanecer nos regala una de esas imágenes que guardamos en la memoria por siempre y mientras desayunamos en el Residence Inn del centro, apenas a una cuadra de la arena donde juegan los Suns y en plena zona de negocios, la mañana nos encamina al Phoenix Convention Center, por callejones donde los artistas latinos han dejado la huella más importante y que se irá repitiendo entre paredes, conceptos y espacios libres.
El arte, como les digo, es una señal de esperanza. Los artistas han tomado las calles para hacerse ver y escuchar, a manera de una constante resistencia que permita que nunca olvidemos los orígenes de esta ciudad, con una amplia historia y que toma su nombre, justamente, de la necesidad de contar el renacer constante al que se ha enfrentado, desde la desaparición de la tribu Hohokam hasta el nuevo renacimiento cultural y arquitectónico de lo que, por muchos años, parecía un terreno enorme con pocos asentamientos y que hoy, gracias al establecimiento de empresas tecnológicas, hospitales y campus universitarios, respira y muestra una vida que se basa en el ciclo constante.
Mientras apunto en mi agenda el próximo 20 de enero para regresar a Phoenix a la presentación de Ira Glass con su conferencia Seven Things I’ve Learned en el centro de convenciones, cruzo la calle para llegar a la que fue la primera basílica establecida en el oeste americano en honor a la Virgen María. Y pega aquí la primera bocanada de realidad que se esconde detrás de discursos y concepciones preestablecidas: México y la influencia hispana que le dio vida a la ciudad no se puede ocultar.
Ahí están los murales en los que, a través del agua, los artistas conectan la fortaleza de las naciones y el entendimiento de lo que podemos y debemos hacer. Es en estas paredes en las que se reconoce a los que siempre han estado y a los que se han ido. Pero parece también una búsqueda de una identidad conjunta, algo que se combine para crear un sentimiento de pertenencia, una especie de declaración de soberanía ideológica en un terreno que, por años, fue agreste para ellos.
Entonces, caminando hacia Roosevelt Park pasamos por el nuevo Campus de la Universidad Estatal de Arizona (ASU), creado para albergar la Escuela de Periodismo y Comunicación Masiva “Walter Cronkite” y puedo hacerme una idea que raya en la utopía pero, no por ello, se cataloga imposible sino, quizá ingenuamente, factible. Porque en la comunicación de las ideas diversas ha estado siempre la fundación de una sociedad plena. Ese pensamiento me llega cuando observo a estudiantes recorrer los pasillos, platicar en las mesas, ordenar café, leer el más reciente ejemplar del Arizona Republic y sonreír portando orgullosos los colores Ocre y Oro de los Sundevils.
Conforme me voy alejando del Campus universitario el arte de la ciudad va abriendo su temática hacia la universalidad de lo que somos. Desde murales homenaje a Margaret Kilgallen -busquen su nombre, lean su historia- hasta repeticiones de patrones artísticos que reiteran el entramado social que nos construye, llego a la que, en los últimos viajes que he hecho, es la pieza de arte urbano que más ha pegado en la emotividad global.
No recuerdo el nombre del artista y prometo buscarlo pronto. El mural es un niño regando el jardín con agua que no llega al piso por convertirse en pájaros que levantan vuelo y crean una ola de movimiento armónico hacia mejores cielos, perdiéndose en la distancia que se nos hace eterna. Un homenaje en Phoenix a los indigentes que han muerto sin techo y sin nombre. Una declaratoria de esperanza sobre su siguiente escala y un franco recordatorio de lo que nos ha fallado aquí y lo que aún tenemos pendiente.
Se me va terminando el primer día en esta ciudad y mientras camino por el centro, pensando en regresar a mi hotel, siento que hay algo que no he comprendido del todo sobre Phoenix. Entonces, justo en la 1a. Avenida me detengo a observar por un momento y abro mi libreta para revisar mis apuntes del día. Regreso mentalmente al Centro de Convenciones y a la pieza artística que nos mira imponente desde las alturas, convertida en la segunda pieza de arte público más grande de toda la ciudad.
Louise Bourgeois creó un espejo gigante en el que nos vemos reflejados- pero nunca al centro- para recordarnos en esta época de antropocentrismo, que no todo debe enfocarse en nosotros, sino en lo que está alrededor de nosotros. Y, en esa grandeza hay una frase que, además, le da nombre a la obra: Art is Guaranty of Sanity. “El arte es garantía de cordura”.
Entonces cierro los ojos y miro ese fénix construido a partir de un intricado sistema de formas que se conectan unas a otras. Recuerdo también los murales de César Chávez y las catrinas que guían por el callejón a quienes buscan la historia hispana en Arizona. Veo el arte como ese reflejo de cordura que le da a esta ciudad un matiz de auténtica calma y doy el paso hacia el lugar que me espera para cerrar la noche. Se llama Bitter & Twisted y su menú es un homenaje a Lewis Carroll y otros contadores de historias que esconden tras el cuento infantil una burla hacia los parámetros de lo que creemos normal. Pienso en que, como dice Bourgeois, el arte es garantía de cordura y me río… al final, como dijo el gato de Cheshire sentado en un árbol del bosque mientras Alicia intentaba entender hacia dónde ir, “Aquí todos estamos un poco locos…”
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