Por: Carlos Dragonné
Internet ha hecho que se nos vaya la sorpresa en muchas cosas. Aficionados a las montañas rusas, por ejemplo, se avientan incontable cantidad de videos en primera persona de los juegos mecánicos antes de tener chance de subirse a ellos; cinéfilos de todo el mundo devoran cualquier cantidad de avances para armar, de facto, la película que esperan durante años; amantes de la gastronomía descubren los secretos y rincones de restaurantes que ya no les sorprenden cuando cruzan por primera vez las puertas. Y confieso que, aunque como leen estoy en contra de hacerlo, cuando supe que iría a este hotel me metí a la red, vi fotografías, mapas, planos y artículos. Aún así nada me había preparado para lo que estaba por vivir. Nada me había advertido que estaba por perder el aliento. Bienvenidos a Colorado. Bienvenidos a The Broadmoor.
Tomar un auto y recorrer el camino hacia Colorado Springs es una de las primeras razones para amar Denver y el estado de Colorado. Tienes cerca tantas opciones que van más allá de las montañas y las pistas de esquí que no acabarías de estar y de disfrutar a muy poca distancia del hub que representa el Aeropuerto Internacional de Denver. Así que agarramos un auto con Budget Rent-a-Car que, al final del día, son los que siempre terminan convenciéndonos tanto por presupuesto como por calidad y atención, y agarro camino hacia el sur por la interestatal 25.
A las faldas de Cheyenne Mountain entro a Lake Avenue y llego a la entrada principal de The Broadmoor. La sensación de saber que algo especial está sucediendo es única, es como el proverbial momento de enamoramiento en el que sólo lo sabes cuando sucede. Cruzar el portón y ver cómo se abre ante nuestros ojos la belleza y la grandeza de un hotel que está a un año de cumplir el centenario de su apertura y que ha sido parte fundamental de la historia de la hoy segunda ciudad más grande de todo el estado de Colorado es una de esas sensaciones que, a pesar del cliché narrativo, no se pueden describir a justicia con la simpleza de las palabras.
Son los años de romance del viejo oeste los que resuenan mientras vamos avanzando hacia la entrada principal de una propiedad que redefine el lujo y la grandilocuencia de las excentricidades de su primer dueño y constructor: Spencer Penrose, un verdadero amante de Colorado y que construyó una fortuna en innumerable cantidad de industrias e inversiones. Mecenas del arte, fascinado por las posibilidades de la montaña y apasionado de experiencias de aventura, Spencer Penrose es hoy una leyenda en Colorado que hace 99 años abrió The Broadmoor a manera de respuesta a la negativa de los dueños del famoso Antlers Hotel de venderle la propiedad por considerarlo, según los prejuicios, un rebelde y contrario a los valores tradicionales. Incluso se cuenta que en una ocasión, Penrose llevó su caballo hasta el lobby del Antlers y tuvo que ser sacado de la propiedad. De esta historia de rivalidad surge el que, en el logotipo de The Broadmoor, la “a” es mucho más pequeña que todoas las demás letras.
Estaciono el auto para que lo reciba un Valet y entro a The Broadmoor para empezar a entender la afición por la arquitectura de los grandes hoteles de lujo de la costa mediterránea y una escalinata en el lobby que tiene historias sobre caballos bajando los escalones en una noche de celebración y que cuenta con cuadros que fueron una especie de fantasía alcanzada con el paso de los años. Ahí también, en los pasillos que conectan todas las áreas de la propiedad, está la colección de botellas de whiskey y otras bebidas que, en la historia de los 99 años, han dejado huella y testimonio de las visitas y las anécdotas vividas en un hotel que fue creado como el escape perfecto en la montaña y celebrado como uno de los más grandes caprichos del lujo y el derroche de uno de los más ilustres personajes de Colorado Springs, dejando tras de si un zoológico, una Capilla en Homenaje a Will Rogers, comediante fallecido en un accidente aéreo y del que Spencer Penrose y su esposa Julie eran admiradores, además de ser el lugar donde reposan los restos de ambos, museos sobre la historia y el legado de los indios americanos, hospitales, bancos, fundaciones y una larga lista de logros que siguen tocando la vida de miles en el estado de Colorado.
Entonces comenzamos a caminar hacia el edificio oeste y dejamos atrás el lobby para abrir las puertas que nos llevan hacia el lago que se convierte en el centro neural de la propiedad. Ella, mi cómplice de aventuras, me aprieta la mano y escucho cómo se quiebra su voz mientras la abrazo. Para ella es un sueño que ha ido construyéndose con el trabajo de los años. Para mi The Broadmoor es una fantasía renacentista que me transporta a historias de romance del cine de los 60 y 70, esas en donde los protagonistas entienden que el amor se esconde entre las paredes de madera de los salones históricos y las montañas de Colorado, donde los atardeceres que iluminan lagos como el que ahora se extiende frente a mis ojos son el escenario perfecto de la persecución de él a ella para no dejar que se vaya de sus brazos.
Con la sensación de estar en medio de un sueño del que podría despertar en cualquier momento, cruzo el lago y llego a la torre oeste, el que será mi hogar por los próximos días. Paso por fuera del Ristorante del Lago, donde cenaré unas horas después y llego a los elevadores que me conducen a mi habitación, pero algo llama mi atención y sigo caminando hacia el pasillo que lleva a Play at The Broadmoor, un bar/boliche en donde apostaré con ella por el honor del control remoto de la televisión a nuestro regreso a casa y que dejaré que imaginen quién se llevó la victoria de nuestra noche de boliche, botana y malteadas. Pero mi distracción es por otras razones más interesantes…
Hace unos viajes les comentaba que mucho de lo que definió mis aficiones tiene que ver con el cine y la televisión. Crecí viendo televisión y películas de todas las épocas, desde el cine mudo de Buster Keaton y Harold Lloyd hasta la magnificencia de Francis Ford Coppola, Hitchcock y Spielberg. Soy aficionado al mundo del comic gracias a mi abuelo, coleccionista ávido de tiras cómicas de Tarzán, Batman, Supermán y Archie. Por ello que haya visto, a la distancia, una fotografía que me jaló.
Ahí, frente a mis ojos, entre una enorme cantidad de fotografías de personalidades que han pasado días en el hotel y disfrutado lo que yo estaría por disfrutar, estaba una fotografía de George Reeves y Phyllis Coates, el primer Superman y la primer Lois Lane. Observé la fotografía como fanático y comencé a caminar hacia atrás para darme cuenta del panteón de personajes que se abría ante mis ojos. En medio de tantas miradas del pasado que han disfrutado este lugar, volteo hacia el pasillo del que vengo y entiendo que es la primera vez en mucho tiempo que todo lo que gira alrededor de mi estancia es un completo misterio.
Aún no logro dimensionar el tamaño de la propiedad o la historia que se respira en paredes llenas de cuadros de arte western -después entendería que Philip Anschutz, el actual dueño del hotel, es dueño de la mayor colección de arte western en el mundo, prestándola incluso al Museo de Arte de Denver y, por supuesto, a sus propiedades-, con fotografías que rayan en la categoría de documento histórico y con más de 13 restaurantes, cada uno con su propia identidad. Es ahora que comprendo por qué ésta es la única propiedad en el mundo que ha recibido, desde que se instituyeron hace 56 años, el Forbes 5 Diamond Award de manera consecutiva y sin interrupciones.
Subo entonces al elevador y llego a mi habitación desde la que observo, a través de la ventana, la tarde cayendo en las montañas de Colorado Springs. Ahí, a medio camino hacia la cima de la montaña Cheyenne se levanta orgulloso el lugar de descanso de Spencer Penrose. Ese monumento y capilla que cada hora lanza al aire la belleza acústica del órgano de tubos construido dentro y que, a la par con la iluminación que lo ayuda a resaltar, deja claro que lo que estamos por vivir es el sueño absoluto de Penrose y que este no es un hotel, sino una experiencia que te transforma.
Porque este lugar no se trata de las excentricidades de un dueño a principios del siglo XX, sino de la grandeza de compartir ese sueño materializado a pesar de los años y a través de las épocas. Quizá por eso es que las palabras se quedan cortas al momento de contarles la sensación que fue cruzar el portal hacia la entrada principal por primera vez y, al mismo tiempo, es por eso que ninguna fotografía o video que puedan buscar en la red les revelará los secretos emocionales que se guardan para ese momento. Porque bien dicen que los sueños sólo se viven cuando se realizan. Van a ser varios días descubriendo este lugar. Espero lo disfruten. Bienvenidos a The Broadmoor.
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