Zimo es un nuevo recorrido en esta búsqueda de lugares que pongan por encima la buena comida y dejen atrás la fama o la tan cacareada “experiencia culinaria”.
Hacer pasta es un acto de amor. Es el encuentro entre la paciencia y la precisión, entre la memoria y la técnica, entre el deseo de alimentar y el placer de compartir. En cada bola de masa que se amasa con las palmas de las manos, en cada corte meticuloso de fettuccine, en cada pliegue de ravioli bien sellado, hay más que un proceso de cocina: hay una historia, un recuerdo, una tradición que se ha transmitido de generación en generación.

Las mesas de madera, desgastadas por el tiempo y el uso, son testigos de estas historias. Son escenarios donde las Nonnas han trabajado la masa con un movimiento que se vuelve casi un ritual. Sobre ellas resuenan las cucharas raspando la superficie, las risas mezcladas con el sonido del agua hirviendo, el aroma de harina y huevo fundiéndose en la alquimia perfecta de la pasta casera. Aquí, la cocina no es solo un espacio de preparación, sino un lugar donde se tejen memorias, donde cada plato se convierte en una carta de amor a las raíces, a los sabores de infancia, a los hogares donde la comida no solo alimenta, sino que une.
En Zimo, ese espíritu de la cocina italiana, el que nace del esfuerzo artesanal y del respeto por la tradición, se mantiene vivo en cada plato. No hay artificios, no hay intentos de sofisticación innecesaria, solo la intención clara de rendir homenaje a la esencia más pura de la gastronomía italiana: ingredientes bien seleccionados, recetas clásicas y una atmósfera que invita a quedarse.

Un rincón que evoca nostalgia
El espacio que hoy ocupa Zimo no es ajeno a la memoria colectiva de la Condesa. Antes de su llegada, aquí operaba un restaurante que se había convertido en un punto seguro para quienes buscaban una buena pizza y una reunión sin complicaciones. Su cierre dejó un vacío en la zona, el tipo de hueco que se siente más cuando un lugar no solo servía comida, sino que también era parte del ritmo del barrio. Por eso, entrar a Zimo genera cierta sensación de déjà vu: la distribución del espacio es similar, pero hay un aire de renovación, de nueva energía, de una promesa de continuidad con un giro diferente.
Y es que, en una ciudad donde la comida italiana ha sido absorbida y reinterpretada de múltiples formas, encontrar un sitio que se incline por la sencillez es casi una rareza. En México, la influencia italiana en la cocina tiene una historia larga, con raíces que se remontan a las migraciones de finales del siglo XIX y principios del XX. Como en otros países del continente, los inmigrantes italianos llegaron con sus recetas y costumbres, adaptándolas con los ingredientes disponibles. Hoy, su presencia se percibe desde las panaderías que ofrecen focaccia hasta los mercados donde se venden embutidos y quesos de inspiración italiana. Pero en los restaurantes, la historia ha sido distinta: a menudo, los menús italianos en la Ciudad de México oscilan entre lo extremadamente sofisticado y lo meramente comercial. Zimo encuentra un punto intermedio.

Un menú de temporada con ingredientes frescos
En lugar de un menú estático, Zimo apuesta por una propuesta en constante evolución, donde la frescura y calidad de los ingredientes dictan la dirección de cada platillo. Cada mes, la carta se renueva con una selección de platillos que celebran lo mejor de la temporada, desde productos locales hasta ingredientes importados que respetan la tradición italiana. Este enfoque permite no solo mantener la sorpresa y la emoción en cada visita, sino también garantizar que cada plato se prepare en su mejor momento, cuando los ingredientes están en su punto óptimo de sabor.
En Zimo, la cocina no se detiene; se adapta, evoluciona y se enriquece con cada nueva temporada. Y, por supuesto, la pizza. Porque si algo puede hacer que un restaurante italiano gane el corazón de sus comensales, es una pizza bien hecha. Masa delgada, buen queso, ingredientes que no buscan apabullar sino complementar. La margarita, con su sencillez imbatible, es prueba de que cuando los elementos son de calidad, no hace falta más. También hay opciones que juegan con sabores menos esperados, pero siempre dentro de la lógica de la cocina italiana tradicional.

Un espacio que se siente como en casa
El ambiente de Zimo también contribuye a esa sensación de sencillez bien lograda. Las mesas de madera, la iluminación cálida, la música que acompaña sin imponerse. Es el tipo de lugar donde puedes sentarte por horas sin darte cuenta, donde la sobremesa se alarga de manera natural, donde una copa de vino se convierte en dos, luego en tres. No hay prisas. No hay poses. Solo una buena comida en buena compañía.
Y quizá ahí radique el verdadero encanto de Zimo. No es un restaurante que intenta gritar su presencia con excesos ni con una estrategia de marketing agresiva. Su apuesta es más sutil: dejar que la gente llegue, pruebe, regrese. Que el boca a boca haga su trabajo. Que la calidad se imponga sobre la novedad. En una zona donde los lugares van y vienen, donde muchos apuestan por el concepto más que por la esencia, Zimo parece estar construyendo algo más duradero. Un espacio que, con el tiempo, podría convertirse en ese restaurante al que siempre vuelves cuando solo quieres comer bien, sin complicaciones.

Música en Zimo: vinilos para los fines de semana
Como si la buena comida y el ambiente acogedor no fueran suficientes, Zimo también ha incorporado un detalle especial para los fines de semana: sesiones de música con vinilos. En estas noches, el restaurante se llena de sonidos cálidos y nostálgicos, creando una atmósfera única que complementa perfectamente la experiencia gastronómica. Desde clásicos del jazz hasta rock italiano y melodías vintage, cada selección musical está pensada para acompañar la velada y hacer que los comensales se sientan aún más inmersos en este rincón especial de la Condesa. No es un restaurante que busca impresionar con espectáculo, sino con sustancia. Y en un mundo donde lo simple a veces se subestima, eso es un verdadero acierto.