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Washington y el camino que nos espera: Lecciones

por Carlos Dragonné

Por: Carlos Dragonné

Bienvenidos. Fue una palabra que escuché toda la primera parte de mi viaje a Washington, DC. Era el tema principal y el eje narrativo de la celebración de International Pow-Wow, el pretexto para conocer la capital norteamericana y, además, una cachetada hermosa y enorme al mensaje que andaba saliendo de la política en esta nueva administración de la Casa Blanca. Roger Dow, Presidente de la USTA habló en el escenario sobre la importancia no sólo del turismo o de los viajeros, mensajes que quedan más que claros de manera casi automática en una convención dedicada a la industria turística, sino de lo básico del sentimiento, de la emoción, de abrir los brazos y la mente para que quienes llegan no sólo disfruten la ciudad que visitan, sino que se sientan en casa. Y es que en momentos como los que vivimos, abrir las puertas también significa romper los paradigmas, expandir la visión se traduce en entender las diferencias y, sobretodo, dar la bienvenida se convierte en una declaración que destruye divisiones. Bienvenidos, entonces… Esto es sólo una parte de Washington y es, quizá, una de las razones por las que me enamoré de esta ciudad.

Siempre que viajo busco entender el sentimiento que se esconde en las calles y los rincones de una ciudad y descubrir la vibra que se oculta detrás de las guías turísticas y los espacios tradicionales que todo mundo tiene que visitar. Recorrer las ciudades a pie, en sus barrios no turísticos, fuera de lo común es importante para entender lo que ofrece y lo que guarda más allá del maquillaje turístico el destino que se visita. Washington siempre, de manera inmediata en mi mente, representó el National Mall, los monumentos, el Cementerio de Arlington, los museos… Y con ello, tienen para estar en la ciudad por una semana y apenas tendrán tiempo. Pero hay otro Washington, DC, más allá de la Casa Blanca, pasando los pasillos del poder y los rincones de bares y restaurantes cercanos a Pennsylvania Ave. en donde se tejen los acuerdos o donde se sueñan los alcances de las carreras.

El Washington que viví es el que va por la calle 18, desde New Hampshire Ave. hasta Columbia Rd., donde la diversidad y lo cosmopolita vive entre restaurantes etíopes, vietnamitas, marroquíes e italianos con bares irlandeses, americanos y mexicanos mientras la gente sonríe y rompe las fronteras caminando de un lado a otro decidiéndose por el antojo del momento. Cuando hablamos de diversidad y de multiétnica en una ciudad norteamericana nos viene a la mente New York casi de manera automática, pero DC no se queda para nada atrás. Pero sentados en un pequeño local de cocina vietnamita que nos conquistó el paladar y nos llenó de energía tras una visita a la Catedral Nacional, la realidad es que Washington es, como buena capital nacional, una representación de lo que sucede en todo el país y que, a pesar de los discursos de la clase poderosa, seguirá sucediendo: la inclusión de todas las opiniones y todas las razas. No puede ser de otra manera… no debe ser de otra manera.

Los primeros días me dediqué al Washington que todos conocen y que todos deben conocer. Sí… caminé por el National Mall y quedé maravillado con el simbolismo y el significado de los monumentos, de la historia, de ese Abraham Lincoln que vigila siempre los espacios del poder desde la posición superior que se ganó en la historia de este país. Desde ahí, perdiéndose en la perspectiva, pude ver a la distancia el Capitolio y todos los museos que recorrería en los próximos días. Ahí estaban el Smithsonian Museum of Natural History y el Air & Space, dos de los mejores lugares para disfrutar en Washington. Desde ahí pude observar el Memorial de la Segunda Guerra Mundial y el imponente monumento a George Washington que se eleva como la referencia más importante de lo que significa la historia norteamericana en esta ciudad. Y de esos días habré de contarles más a detalle en otro texto, porque hay tanto que contarles que me parece necesario seguir escribiendo. Tantas lecciones que parecen de pronto olvidadas pero que, cuando uno empieza a ver alrededor lo que está sucediendo termina por entender que no se olvidan, que ahí siguen y que hay siempre quienes están repitiéndolas. A veces se repiten en la forma de una diversidad racial, otras en la diversidad de ideas y muchas más en la pluralidad de los individuos. Pero hubo una que resaltó sobre todas las demás en este viaje…

Abrí los ojos para descubrir un Washington que en sus calles presumía orgullosamente banderas arcoíris, ese diseño de Gilbert Baker -quien falleciera hace apenas unos meses- que se ha convertido en el símbolo de la necesidad de tolerancia, inclusión y no discriminación alrededor del mundo y que ondeaba en cada esquina de la capital norteamericana. No dejaré a un lado la ironía de una ciudad que le avienta en la cara a la administración que acaba de arrancar la fortaleza de ese movimiento y la necesidad de ser escuchados, en medio de un ambiente de intolerancia que, al parecer, no encuentra la manera de salir de los confines de la Casa Blanca y que se empieza a aislar más entre la retórica del berrinche y los gritos más que esparcirse a la política pública federal.

 

No dejó de sorprenderme una ciudad que se levanta con la voz a todo volumen para reclamar su derecho a ser escuchada, a ser incluida en la discusión y ser reconocida en la lucha por una igualdad que no sólo representa a la comunidad LGBT, sino que también muestra la pluriculturalidad de sus habitantes que se elevan por encima de una retórica que, confían, habrá de terminar vencida. Washington me enseñó eso. Me enseñó que la locura de la política de la división no es una enfermedad, sino un síntoma que habrá de ser curado en breve, con políticas y discursos distintos. Me enseñó que justo en el centro del huracán es donde más hace falta hacerle frente y plantarle cara a una voz discordante. Y, sobretodo, me mostró lo que ya sabía y que siempre es bueno recordar: hay tanto más allá de lo que vemos que no podemos olvidar que la identidad de un país se define por todos y no por sus figuras públicas.

Caminé por Dupont Circle, Foggy Bottom, Columbia Heights, Tuxton, Woodley Park, Adams Morgan, Golden Triangle, Georgetown y Rosslyn. Busqué el origen y, contrario a otras ciudades, DC ya no tiene un barrio gay por excelencia, sino que la diversidad se ha expandido a diferentes zonas y regiones de la capital. Y, entonces, un par de días antes de terminar nuestro viaje, se llevó a cabo el Capital Pride Parade, la conmemoración anual que volvió a gritar al mundo que es hora de dejar atrás la ignorante intolerancia. Y mientras se juntaban los contingentes para iniciar, me sentí muy lejano a casa, muy distante de México. Me sentí ajeno a lo que sucedía porque busqué la referencia en mi país del ambiente que estábamos viviendo, de la sonrisa de los asistentes, de las manos entrelazadas de quienes apoyaban la causa e, incluso, de las marchas que chocaron con el contingente del Capital Pride unas calles más adelante y que, sin confrontar y sin pelear, encontraron los espacios para llevar a cabo las protestas cada quién desde su trinchera. Me sentí extraño en un ambiente de respeto a la diversidad cuando en México tenemos ese discurso de doble moral y aún somos uno de los países con mayor incidencia de crímenes de odio contra miembros de la comunidad LGBT.

Y, entonces, alguien me señaló una valla en la que se leía: Marriott International: Proud Sponsor. Y miré hacia abajo en la calle y vi a unas cuadras el edificio de mi hotel: el Washington Marriott Georgetown. Metí la mano a mi cartera y saqué la tarjeta/llave de mi habitación en la que se leía Elite Member y me sentí orgulloso de ser parte de Marriott Rewards. Y hoy, mientras les escribo este texto, alguien, coincidentemente, me envía el nuevo spot de Aeroméxico titulado Orgullosos de volar Contigo y la piel se me enchina y los ojos se me humedecen rápidamente entendiendo que aunque estamos lejos de lo que vi en el Capital Pride, siempre hay marcas orgullosamente mexicanas que están haciendo todo por disminuir la brecha, por reducir el abismo y borrar las desigualdades. Y así se quitaron las dudas de cómo contarles los días en una ciudad que moría por conocer, con una idea que me surge casi naturalmente y me ayuda a entenderlo todo.

De pronto tiene sentido y se empezó a formar lo que les contaré en los próximos días, ese concepto editorial que se me escapaba y con el que intento decirles por qué vale la pena ir… Así, de la nada, recordé por qué sigo viajando a Estados Unidos y descubrí por qué ésta ciudad se grabó tan fácilmente en mi memoria como una ciudad de lecciones, como una ciudad que se levanta orgullosa a pesar de las caras que la representan para borrar lo que se dice de ella y de su espíritu. De pronto entendí que este viaje tuvo que suceder para ver más allá de lo tradicional, de lo que sale en las noticias y de lo que podemos intuir con nuestros temores y nuestros propios prejuicios. Entendí que así fueron estos días y que Washington es más que realidades duras o ensoñaciones románticas. Es una ciudad que se ha vuelto presente y futuro porque no se olvida del pasado que la construye, de las voces que la inspiraron y de los hombres y mujeres que la caminan todos los días. Sí… esto es Washington más allá de la Casa Blanca y van a ser varios días descubriendo lo que se esconde completamente a la vista. Espero que me acompañen.

Más sobre nuestro viaje a WashingtonDC. Nuestra visita el International Spy Museum den click aquí

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