Vivir en un isla es algo que cualquiera desearía, cualquiera menos los habitantes del gran lago de Xochimilco, quienes experimentan a diario la parte no tan agradable de habitar en medio de uno de los más impresionantes vestigios de la vida prehispánica, declarado como Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad.
Felicita Salvador rema a diario por los canales que parecen calles de uno de los cuerpos de agua más turísticos de México para dirigirse a su trabajo. Su pequeña canoa privada con capacidad para cinco personas no se parece mucho a las trajineras que transportan de 15 a 20 turistas por viaje y que iluminan las avenidas líquidas con sus múltiples colores y luces.
En la proa de tales embarcaciones, mejor conocida como arco frontal, se lee el nombre de Lupita, María, Andrea o cualquier otro de alguna mujer que significara algo especial para los dueños.
El tráfico de las trajineras en Xochimilco
Las balsas sin duda contrastan con toda la vegetación de los terrenos insulares, en donde vive Felicita, pero sobre todo en días feriados y fines de semana alegran el recorrido con música de algún mariachi invitado. Sin embargo, para ella estas fechas no significan más que cansancio y fastidio. El embotellamiento de trajineras a veces no le permite pasar del restaurante de comida corrida donde trabaja en el pueblo hasta su casa en la isla, o viceversa.
Eso de pueblo es un decir, pues la falta de edificios de más de tres pisos al lado de las calles supremamente empolvadas alimentan la sensación de haber abandonado la urbe, pero en realidad hace parte de las 16 delegaciones de la CDMX.
Las aguas místicas de Xochimilco
Los 180km del lago son especiales, pues lo que hay encima y dentro de ellos solo es posible divisarlo allí. En el interior habita una criatura mágica para muchos y sagrada para otros. El ajolote, una especie de salamandra endémica del lugar que es capaz de regenerar casi cualquier parte de su cuerpo y dejarla completamente funcional a pesar de sufrir alguna amputación, pero la contaminación lo tiene al borde de la extinción. Los Mexicas lo adoraban y lo consideraban el dios Xolotl, hermano gemelo del gran Quetzalcóatl.
Por encima del lago, aún sobrevive la chinampería, un sistema de islas creadas por los aztecas a partir de lodo y vegetación con el fin de cultivar y vivir sobre ellas. Estos terrenos flotantes son remanentes de lo que era Tenochtitlan, hoy conocida como la Ciudad de México.
Falta de servicios públicos, lo que el turista de Xochimilco no ve
En parte, la tranquilidad que se respira la mayoría del tiempo es la que mantiene a Felicita y su familia tras 14 años viviendo en la chinampa Tiras de Zacapa que mide 350 metros cuadrados y que se ubica a un costado del embarcadero Nativitas. Pero no es únicamente por gusto que viven allí, en realidad el bajo precio de las rentas es el mayor beneficio que les ofrece este lugar, porque la falta de servicios públicos es una constante que el Delegado municipal y las autoridades correspondientes aún no han atendido.
En las noches, la luna es su mayor fuente de luz y ojalá se tratara de una escena romántica, pero es la falta de cableado eléctrico lo que no les permite tener iluminación dentro de la casa. Aunque en situaciones como estas es que la creatividad sale a flote. Se las han ingeniado para reducir al máximo este problema y por medio de cables de aproximadamente 100 metros, instalados por ellos mismos, obtienen una conexión de algún poste en la zona urbana a orillas del lago.
En cuanto al alcantarillado, ni la familia de Felicita, ni las otras 20 familias que allí habitan cuentan con acceso al alcantarillado del pueblo por estar en medio de un área protegida. Para ello, deben contratar a alguien para que vaya a construir una fosa séptica, a la cual deben dar mantenimiento cada cierto tiempo.
Una vida para nada estereotípica
Jéssica, de 30 años, también vive en las islas de Xochimilco y trabaja en una tienda de abarrotes justo a las orillas del embarcadero Belem. Ya está acostumbrada a remar mínimo dos veces al día con su pequeña canoa que separa su humanidad de las cambiantes aguas en las que, según cuentan los locales, rondan una víbora y un pequeño cocodrilo que atemorizan a los vecinos.
Dichas viviendas ofrecen experiencias muy distintas a quienes las residen y las opiniones están realmente divididas. Para Mario Álvarez, un remero de trajineras y guía de turistas, mejor conocido como “El chamán de Xochimilco”, la experiencia es magnífica. El contraste entre el día y la noche le permite experimentar un sinfín de estímulos visuales y sonoros que para él son difíciles de encontrar en la imponente ciudad.
Este hombre empieza el día con el tranquilo vuelo de las aves surcando el agua junto a su ventana, mientras el viento mueve rítmicamente las hojas y ramas de los árboles al son de una melodía que en tal paraje permanece primigenia y ancestral.
Se prepara para salir de su casa de madera y se dirige remando a su trabajo donde tiene que encontrarse con el ruido del carrito de los plátanos fritos y los bicitaxis que parecen a punto de desfallecer, además de lidiar con una amplia amalgama de turistas.
Algunos de ellos escuchan con atención las fantásticas leyendas que Mario les cuenta sobre la famosa llorona que ronda los canales, pero otros simplemente celebran y bailan, mientras ingieren algún licor en el recorrido.
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Espíritus y leyendas, el pan de cada día en Xochimilco
A propósito de la nombrada mujer, El Chamán de Xochimilco dice que en noches muy oscuras la escucha, pero después de los tres años que lleva ahí, no se asusta. Jéssica y Felicita concuerdan en que al menos un familiar ha sido testigo de los lamentos de la joven fantasma, pero ojo, nunca escuchan frases concretas como “ay, mis hijos”, solo los sollozos de alguien con un dolor desgarrador.
Pero ella no es el único espíritu que, según los locales, ronda el lugar. A unas tres horas del embarcadero Belem, se encuentra la Isla de las Muñecas, una chinampa en la que reposan cientos de muñecas en diversos estados de descomposición, algunas incluso están decapitadas. Se dice que las primeras fueron puestas en aquel lugar como ofrenda de paz por don Julián, un campesino del siglo pasado que vivía cerca de donde se ahogó una niña, cuya alma aún aún vagaba ahí atemorizándolo.
En otra ocasión, el captor de turistas Leoncio del Monte dice haber presenciado un episodio extraño cuando se encontraba pescando en el canal de Apatlaco junto con su padre.
El día ya oscurecía y la canoa comenzó a sentirse pesada, tanto que la embarcación se detuvo por completo y tuvieron que llamar a un compadre para que ayudara a remar. Decidieron regresar a casa y hubieran tardado media hora si no fuera por la extraña y pesada presencia que, según Leoncio, los acompañaba. Demoraron unas dos horas en llegar a su destino, pero la piel erizada y el frío en el cuerpo los acompañaron todo el camino.
La osadía de vivir en medio de aguas xochimilquenses
Por si fuera poco, varias personas han fallecido en los canales, generalmente ahogados. En ocasiones, el alcohol fue el catalizador para la catástrofe. Algunos visitantes se excedieron en el consumo de bebidas embriagantes a bordo de las trajineras y cayeron al agua, pero su estado etílico les impedía nadar. Otras veces, no hubo alcohol de por medio, pero los abundantes lirios que se encuentran al fondo del lago arrastraron a algunos temerarios que se atrevieron a cruzar los canales nadando.
Aún así, a Mario, que vive solo, le fascina la oscuridad que lo rodea cada doce horas, pues dice que le permite pensar y encontrarse en la inmensidad. También cree que ese nivel de relajación no podría proveérselo un viaje a la playa o al bosque, pues la sensación no sería la misma. Según él, si pudiera, no saldría de su isla y se quedaría allí para siempre.
Ojalá Felicita pensara lo mismo, pero para ella vivir ahí es más que todo una necesidad. Dice que la única forma en la que podría abandonar el lugar, sería si la Delegación la ayudara conseguir un predio en la ciudad con un precio asequible y el acceso a servicios públicos.
Comenta que conoce personas que llevan 30 años viviendo así. Mientras habla, su cara simplemente ensombrece y los ojos, que a intervalos miran al suelo, muestran resignación hacia el futuro que posiblemente le espera. Claro, eso si no logra conseguir una casa más económica en el pueblo.
Las familias y los años de historias pasadas
Justo ese es el caso de la familia de Jéssica. Sus abuelos habitaron una chinampa desde los tiempos en los que aún se divisaban decenas de ajolotes a las orillas del agua. Para arrojar un atisbo contextual, los ajolotes hoy se pueden ver casi que exclusivamente en espacios de conservación dentro del lago por los niveles de contaminación.
El agua también está bajando de nivel, pues su extracción para uso doméstico está provocando que se rellenen huecos con agua de pozos cercanos, amenazando la subsistencia del lugar.
A pesar de todo, no vivirían en otra delegación
A los tres se les nota un gran amor por Xochimilco, que es el lugar donde han vivido desde pequeños, y mencionan con orgullo la celebración del Día de Muertos, una de las fechas más especiales en las que se experimenta a tope el fulgor de la cultura mexicana.
En esta fecha, se hacen puestas en escena dentro y fuera del lago, además de los tradicionales altares dedicados a quienes cruzaron el umbral hacia otra vida. Además, se presenta un show de un poco menos de hora y media con la representación de la leyenda del Nahual. Se les llama así a los humanos que, según cuentan, se convierten en animales como coyotes, caballos, burros, lobos o incluso ajolotes.
En días comunes y corrientes o feriados, los precios de los recorridos están estandarizados para evitar abusos y por cada hora de viaje se cobran 500 pesos mexicanos, lo equivalente a más o menos 25 dólares.
Xochimilco: un pueblo que le tocó ser ciudad
Las dinámicas de vida en torno a este lago son completamente diferentes a lo que se experimenta en el resto de la Ciudad de México y es responsabilidad de sus habitantes, pero también de los miles de turistas cuidar los 180 kilómetros de agua que componen este remanente prehispánico.
Porque si los pronósticos aciertan, xochi / flor, mil / milpa, co / lugar, es decir, la “tierra de flores” corre el riesgo de dejar de existir como se conoce hoy día, acabando con el más grande vestigio de la forma de vida y cultivo azteca.