Por: Carlos Dragonné
Un palacio. Esa es la palabra que viene a la mente y la traducción inmediata. He pasado por afuera de ese lugar incontables ocasiones y he recorrido por fuera el lujoso canal que rodea el hotel vecino. He entrado y he caminado por el Atrio y he visto desde fuera los imponentes casi 200 metros de altura del edificio. Y, sin embargo, a pesar de viajar tan seguido y tantas veces a la ciudad del pecado, nunca me había hospedado en él. Este año he cambiado eso. Este año he decidido caer en la indulgencia entera del lujo, he sucumbido ante la tentación de la avaricia y he cruzado las puertas del palacio en espera de que el tiempo se detenga y pueda sacarle el mayor provecho a la experiencia. Bienvenidos sean a The Palazzo. Bienvenidos otra vez a Las Vegas.
La grandilocuencia de la propiedad es una de las primeras cosas que salta a la vista. Y miren que estamos en la ciudad que define esa palabra en cuanto a la arquitectura. Pero entre tantas opciones distintas y tanto lujo que puede presumir el destino principal del estado de Nevada, The Palazzo Las Vegas se distingue sobre los demás con esta autosuficiencia y soberbia bien ganada. No malentendamos la palabra “soberbia”, démosle el sentido que le corresponde y entendamos que como uno de los 5 hoteles más nuevos de Las Vegas, se merece la distinción de su soberbia, de su magnitud, de su lujo y su indulgencia. Y es que cuando uno se mete a caminar por el casino y por el lobby algo se siente distinto a los otros hoteles que adornan el horizonte de esta ciudad. Y lo menciono así porque este año, como en un par de ocasiones anteriores, volví a llegar manejando desde San Diego, California, por lo que al entrar por la interestatal 15 se dibujan los edificios que nos aguardan para la celebración culinaria que nos regresa a la ciudad por quinto año consecutivo -aunque ellos llevan 11 celebrándolo- y que tiene su arranque para mi en este hotel parte de las propiedades de The Sands.
The Palazzo Las Vegas es el lugar que están buscando si quieren alejarse un poco del caos de la zona principal de The Strip y salirse de lo convencional. Sobretodo esto último. Al final del día, todos recorremos Las Vegas Boulevard de arriba a abajo y si bien vamos de bar en bar ocasionalmente desde Tropicana Ave. hasta Sands Ave. romper con el convencionalismo de Las Vegas es lo que hace diferente una estancia en la propiedad, porque nos damos cuenta que, a pesar de la fama y la inmediata sensación de necesidad de caminar por aquellas fuentes, la realidad es que cuando uno se detiene a admirar la belleza del hotel en todos sus aspectos, esta aparente necesidad desaparece con la misma velocidad con la que gira la ruleta en el piso del casino. Y aquí es donde hago la primera parada mental para descubrir lo distinto que es de otros hoteles en los que he estado, y miren que ya cada vez me faltan menos para conocer todos lo del famosos Strip. El casino en este hotel es elegante. No encuentro una mejor palabra para definirlo, y no solamente por el concepto mismo de opulencia que representa el lugar, sino la gente, las mesas y el ambiente en general de un casino que, contrario a lo que estamos acostumbrados en Las Vegas, no abruma sino que parece todo funcionar de manera armónica para el disfrute de la noche de apuestas, ya sea en una de esas mesas que imponen cuando miras los mínimos para cada jugada, o las maquinas imperdibles y que parecen alimentar el sonido natural de esta ciudad.
Pero, seamos honestos. Más allá de la adrenalina del juego o la vida nocturna, la realidad es que los viajes a Las Vegas son primordialmente para descubrir las nuevas ofertas gastronómicas en una ciudad cambiante como pocas y, también, para conocer los lugares que tienen años ahí pero que, por alguna extraña razón, a pesar de ser básicos, se habían escapado de nuestra agenda una y otra vez. Y es aquí donde The Palazzo levanta la mano con una soberbia que pocos lugares se han ganado, pues la enorme diversidad de sabores y estilos de cocina que esconde a simple vista son más que suficiente para no sólo no tener que salir de aquí y recorrer el lugar durante días para conocer todas las opciones, sino que, simplemente, uno no quiere salir de aquí. Desde la presencia de Wolfgang Puck o Mario Batali, este último con 5 restaurantes dentro de la propiedad, hasta la llegada de la nueva estrella del hotel y, sin duda, de todo Las Vegas: Lorena García con su restaurante de cocina latinoamericana Chica, siendo la única mujer en un imperio de hombres de la talla de Emeril Lagasse -que tiene en Lagasse Stadium uno de los mejores cortes de carne que podrán probar en toda la ciudad- y Thomas Keller, tan sólo el primer chef americano en ser nombrado Caballero de la Legión de Honor Francesa, el más alto reconocimiento que tiene el país galo. Y, como para que imaginen la importancia de esta llegada a The Palazzo, imaginen estar sobre Las Vegas Boulevard, viendo de frente la entrada magnífica de la propiedad, viendo las fotos a gran escala de estos monstruos de la cocina y descubrir que ahí, al centro, como nueva insignia, está Lorena García, una mujer que no sólo encanta con su personalidad, sino que es capaz de hechizar con su cocina.
Este lugar tiene lo que, varias veces, he imaginado de mi caminar por un gran palacio… la enormidad, la grandiosidad de espacios que uno sabe que no alcanza el tiempo para desentrañar y conocer, para aprenderse de memoria los detalles de cada rincón que se abre ante los ojos. Ha habido tanto que veo fugazmente y que se que, por esta ocasión, no podré conocer y que me deja un sentimiento incompleto, como un vacío que era imposible llenar de un solo intento. Como un río que ha estado durante años tranquilo, abrir las compuertas que lo separan de la represa sin control sería desquiciado e, incluso, no recomendable. Porque The Palazzo Las Vegas te deja una idea en la mente que otras propiedades no han dejado. Esa especie de adicción en la que el síndrome de abstinencia es cruel mientras la distancia crece y el avión se eleva por encima del desierto el día de mi regreso a casa. Se ha vuelto imperativo volver, cruzar las puertas no sólo de cuanto restaurante puedan imaginar que me ha hecho falta conocer, sino de los espectáculos, el entretenimiento y, si pueden creerlo, hasta la zona de albercas y spa. Porque el lugar es un estimulante, un remedio, un vicio y, quizá, una obsesión… Los pasillos se han vuelto caminos de un mapa y el palacio una ciudadela. Y falta tanto que revelar tras el ornamento de su espacios y lo sublime de su decoración que entiendo, mientras el avión alcanza 10 mil pies de altura y se apaga la señal de cinturón de seguridad, que ahí, en el atrio de la cascada, en una instalación artística de estreno, está la palabra que define para mi esta ciudad y que este hotel me ha vuelto a recordar. ¿Cuál? Tendrán que viajar para descubrirlo.
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