Por: Carlos Dragonné
Para que podamos estar en el mismo canal, es momento de hacerles una confesión: no soy de museos o recorridos de arte. Habiendo dicho esto, tampoco se trata de que me haga a un lado de cualquier atracción o expresión artística cuando viajo, pero prefiero descubrir los lugares donde el espíritu de los locales se define claramente, como bares, restaurantes, parques y cafeterías. Pero cuando uno está en una ciudad como ésta, el arte contemporáneo de buen gusto y talento -porque sabemos que hay mucha basura que avientan sin filtro o vergüenza- tiene la manera de encontrarte, perseguirte, meterse hasta en la cama. Y eso fue lo que pasó en el hotel que nos abrió las puertas y nos agitó la mente. Bienvenidos a Denver. Hoy dormimos en The Maven Hotel.
Llegar a The Maven fue una tarea fácil. Al salir del avión y tomar las maletas, uno sólo tiene que llegar a la estación y agarrar el tren que nos conecta con el punto neurálgico de Denver: Union Station. A partir de ahí, una caminata de dos cuadras y estamos en Dairy Block, la nueva zona en crecimiento de la ciudad en la que está ubicado este hotel.
Este espacio me presenta con un concepto que no conocía: hotel de curaduría. Y es que el arte no sólo es un elemento que forma parte del espacio, sino que se convierte en la fuerza que impulsa cada uno de los rincones. Aquí no se trata de que las cosas se vean bien, sino de que haya una disrupción con lo que conocemos normalmente en la industria de la hospitalidad.
Establecer una identidad a través de la visión artística es una misión de quienes crearon el lugar y que, desde la llegada nos tienden una mano para ayudarnos a entrar en su espacio, en el lugar que han imaginado como el nuevo básico de una ciudad que respira diversidad y multiculturalidad. Porque Denver se está convirtiendo en una de las nuevas capitales de la expresión en Estados Unidos.
Entre lujo y amenidades dignas de un resort de 5 estrellas, The Maven es una propiedad que genera curiosidad y que invita a saciarla. Desde el foodtruck en el lobby que nos sirve un café mañanero con panadería artesanal hasta la cuidada selección fotográfica de las habitaciones, todo está pensado para encajar orgánicamente en Dairy Block, un espacio en renovación y crecimiento que pondrá a Denver en la mira de viajeros y artistas por igual.
No les voy a hablar sobre la comodidad de una habitación espectacular porque entendemos que eso está claramente sobreentendido en un hotel de estas características. Tampoco de amenidades que hasta lo motivan a uno a seguir viajando. Lo que sí es importante de este hotel, además de lo ya señalado, es su ubicación que nos conecta con lo mejor que tiene esta ciudad para ofrecer.
Wazee St. y la 18 son, básicamente, el centro de Denver. Salir del hotel y caminar un par de cuadras nos pone en el estadio de los Rockies de Colorado que, cabe destacar, jugaban su pase a playoffs en una muerte súbita mientras estábamos en la ciudad, lo que tenía a los fanáticos detenidos frente a las pantallas -conmigo incluido- esperando ver si salíamos corriendo a comprar boletos para un partido que, claramente, nunca llegó.
Para el otro lado está la que, como ya les dije en otro texto, se convierte en mi casa lejos de casa cuando estoy en Denver: Tattered Cover Bookstore. Pero está también Union Station, 16th St. Mall y Larimer St., el verdadero punto neurálgico de la actividad culinaria de una ciudad que huele a malta, cebada, trigo y lúpulos. ¿Cómo no agradecer un hotel que nos queda a tan poca distancia de tanta cosa buena?
Regreso la primera noche cansado después de una larga sesión en el Great American Beer Festival y me descubro sentado en el lobby, con una taza de café en la mano, mi libreta abierta y el extrañamente calmado bullicio de la gente con la que comparto espacio. Miro las paredes del fondo, el pasillo a los elevadores, donde un mural de fotografías que se abre y cierra en tamaño me grita a la cara que los rostros no sólo importan como individuos sino que nos convierten en un remolino constante que impulsa el movimiento de una ciudad y es aquí que caigo en cuenta de que es la primera vez que me pasa algo similar.
Es la primera vez que las paredes de un hotel me hablan tan claramente sobre la expresión artística de quienes lo diseñaron pero, sobretodo, me comunican tan directamente que mi presencia ahí es el último eslabón de la cadena que ellos pusieron, porque el arte termina no cuando el artista firma, sino cuando la audiencia observa. Es un asunto de intimidad, una palabra que parecería natural en un hotel pero que, conforme van acumulándose las millas y los sellos en el pasaporte, descubro cada vez más ajena en el diseño de las propiedades, monstruos genéricos que sirven para descansar el cuerpo pero no para alimentar el alma. Ahí es donde The Maven se separa de muchos, donde resulta un fundamental protagonista de la escena de la hospitalidad no sólo de Denver sino de Estados Unidos.
Dairy Block promete ser un espacio multicultural y de expresiones absolutas que recuperen y respeten la historia de una zona que ha sido combustible para Denver durante mucho tiempo. The Maven, a su vez, nos seduce con la idea de lograr una estancia que rompa los esquemas -no sólo del confort porque, insisto, ese tendría que estar sobreentendido- a través de las voces de muchos otros para conectar, cada noche, con la mente de alguien más que le da nuevo significado a lo que está sucediendo en esas paredes. Y ese es, sin duda, el mayor éxito de una obra artística: la universalidad del mensaje y la permanencia del movimiento. Ahora veo el por qué en este hotel no sólo hubo diseño, sino una inigualable curaduría.
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