Texto y Fotos: Carlos Dragonné
Parece que siempre hay alguien que, a mi regreso de la ciudad de Las Vegas me dice lo mismo en alguna variante seleccionada para el mes: “¿Por qué te gusta una ciudad tan falsa?”. Y sí, puedo entender su postura desde la desinformada situación de la superficialidad. Como también puedo entender a los viajeros que creen que México sólo es tacos y que en Riviera Maya sólo existen borracheras sin control. La realidad es que Las Vegas es una ciudad que tiene una identidad tan clara que sigo sin entender por qué la gente se niega a verla. Y cada vez que voy hay una nueva sorpresa para recordármelo. Esta vez fue un show del que no tenía ninguna expectativa: The Bronx Wanderers.
Entrar a Westgate Resort and Casino es, para mi, como entrar a casa. El cariño que tengo por la propiedad construido en tan poco tiempo tiene que ver con la sonrisa de la gente que ahí trabaja, con las historias que se preservan -hace poco, por ejemplo, celebraron a dos empleados con más de 50 años de pertenecer a la compañía- y con el heho de estar lejos del ruido y las multitudes del Strip. Más en tiempos de COVID. Estar en Westgate es estar en un lugar que te conecta con la historia y la nostalgia de lo que era Las Vegas y lo que, en verdad, debería volver a ser.
Las Vegas era un sueño. Para algunos, ese sueño era perderse en los espacios sin reglas del juego, las fiestas y la libertad. Para otros, el sueño representaba estar en todos lados sin salir del mismo. Y para unos más, el sueño es Las Vegas misma. Esta ciudad es hoy lo que es por la identidad de locales que apostaron -literal- por la generación de una narrativa que les dejara mostrar que en medio de la nada, hasta las cosas más extrañas pueden florecer.
Chequen los espectáculos de Westgate
Atrás han quedado los años de Sands, Desert Inn, Dunes, Stardust y Riviera. Pero aún reverberan los ecos de historias que comenzaron en la década de los 50 y que fueron volviéndose realidades año tras año. De los sueños de Elvis, Barbra Streisand y Liberace enaltecidos desde las suites del International Hotel, hoy Westgate, hoy Las Vegas se ha vuelto el boleto dorado de quienes despiertan con el sueño de entretener. En la era del streaming y los conciertos virtuales, de la realidad aumentada y hasta el nacimiento del metaverso, tener un escenario donde pisar y generar identidad es, para muchos, el objetivo culminante.
Eso estuvo en la cabeza de Vinnie Adinolfi por muchos años mientras crecía en la industria de la música como productor de discos que fueron amasando éxito tras éxito, mientras Vinnie, el arquetipo perfecto del italoamericano del Bronx veía como el tren para convertirse en el líder de su propia banda pasaba cada vez con menos frecuencia. Y entonces, lo que para muchos podría haber sido el fin: Sony compró la disquera y el único tren por tomar era el Tren A para llegar a casa.
Algunas de las fotos del concierto de The Bronx Wanderers
Amante de Dion and the Belmonts, con una cultura de barrio neoyorquino que muchos parecen olvidar que sigue vigente, Vinnie vio en su familia no sólo la inspiración, sino el futuro de lo que tanto había soñado y lo que estoy seguro comenzó como un asunto de diversión familiar, sigue dando ejemplos de que hay sueños que requieren que muchos otros sueños se quiten del camino para poder completarse.
“Vamos a tocar la música que me gusta. Y mucho de lo que aquí escucharán son canciones en las que tuve el placer de trabajar como productor”, empieza contando en el espacio del cabaret de Westgate Hotel y no se me ocurre mejor lugar para que exista algo como lo que estamos por ver. Porque este show es íntimo, lleno de anécdotas familiares, de chistes que, a veces, parecería que sólo ellos entienden, pero, sobretodo, de la magia que sólo se logra con la familia. Este concierto nos va a llevar no sólo por la historia de Vinnie y su familia, sino por algo que me parece mucho más emocional: el sueño de ser.
No quiero contarles mucho de lo que sucede en el escenario porque siento que sería como narrarles una película que merecen, sin duda, descubrir ustedes con todos sus giros, momentos emotivos y comic reliefs pero, sobretodo, con un epílogo que parece cambiar cada noche en la que cada aplauso parece generar nuevas emociones en el rostro de un hombre que vive no por ese aplauso, sino por el momento en que se apagan las luces del cabaret y una luz se enciende al centro para presentarlo.
Y aunque pareciera una banda de tributos más como las que puedes encontrar en muchas partes de Estados Unidos -Las Vegas incluso-, The Bronx Wanderers es distinta por dos factores fundamentales. Primero, quienes hacen tributo a una banda particular terminan adoptando, por admiración o asimilación, personalidades de quienes tanto admiran y esto genera que su propia identidad se vaya diluyendo con el paso de las repeticiones de acordes y coros. Segundo, la evolución de lo que pasa se da no en los pasillos del backstage o los autobuses de las giras. Los vínculos de esta banda se han formado desde lugares que ninguna otra banda tributo tiene.
Es ahí en donde me atrevo a decir que The Bronx Wanderers no es, de hecho, una banda tributo. Aunque si insisten en llamarla así, quedemos entonces de acuerdo en que el tributo que hacen es a ellos mismos, a los sueños que mantenían vivos y a la ilusión de un patriarca que hoy puede dar acordes junto a la motivación que lo mantenía en espera de poder lograrlo. Vaya, esas historias no se dan tan fácilmente. Y ésta se cuenta entre canciones que todos conocemos y a las que guardamos especial cariño en el desarrollo de nuestras propias historias personales. The Bronx Wanderers está tocando, por decirlo de alguna manera y citando al grandísimo Luis Gerardo Salas de Rock 101, el soundtrack de tu vida.
“Thank you for being part of my dream”, dice Vinnie en algún punto de un concierto que bien pasa por Frankie Valli and the Four Seasons, Queen, Bon Jovi o, por supuesto, Dion and the Belmonds. Y canción a canción las historias que van apareciendo en el escenario convierten el cabaret en el lugar de mayor conexión emocional de toda la ciudad, con un hombre que se negó a renunciar al sueño de llegar a un escenario tocando la música que a él le gusta escuchar. “Me tomó años llegar aquí. Los sueños cuestan mucho y la clave es no rendirse nunca. No importa lo que pase”, dice antes de despedirse y a mí se me llenan los ojos de lágrimas cuando escucho esto. Al final, de sueños rotos está lleno el camino que lleva a la nada. Pero sólo necesitas aferrarte a uno, al más grande, al que te llena, para labrar otro camino. ¿Llegarás a conseguirlo? Esa respuesta es de cada quién y los escenarios para ello los construimos con la misma fuerza con la que nos aferramos al sueño. The Bronx Wanderers es el de uno de ellos. Y estoy seguro que es el primer paso para que los demás consigan los suyos. Esta historia es de las que seguirá contándose en diferentes voces.
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