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Texas. Una identidad formada por muchas visiones.

por Carlos Dragonné
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Por: Carlos Dragonné

Cuando era niño solía viajar a Texas bastante seguido. Siempre los viajes representaban tiempo con mi padre en donde nadie nos interrumpía y que apenas nos alcanzaban para todo lo que yo quería hacer, comer o disfrutar. Esas horas en el auto, haciendo escalas en diferentes lugares rumbo a las ciudades principales se guardan como pedazos de recuerdos que atesoro. Siendo hijo de padres divorciados tengo claro que mucho es la añoranza y mucho la idealización de esos días. Ahora con nuevos ojos empiezo a manejar de una ciudad a otra, haciendo escalas en los lugares que redefinen el mapa texano para mi.

Texas

Manejar desde Dallas hasta Fredericksburg tiene su encanto y descubrir esos espacios de herencia alemana que formaron esta zona del estado es una experiencia que nos permite entender la diversidad de la cultura texana. Y es que Texas tiene, afuera del clásico triángulo que conforman Houston, Austin y Dallas, una enorme cantidad de lugares en donde se puede sentir el verdadero espíritu del que tanto se habla cuando se trata de viajar por estas tierras. Sí, hay vaqueros y enormes cantidades de granjas en las que la luz del sol llega cuando la jornada laboral ya lleva un rato de iniciada. Esos amaneceres en los que imaginamos a John Wayne recibiendo el sol con un café rústico, guantes y sombrero, siguen estando presentes, porque no sólo es una forma de vida, sino una actividad primordial en el desarrollo de la economía norteamericana.

Pero también Texas tiene todo lo que la modernidad y el nuevo viajero busca cuando desaparece de su rutina y se adentra en nuevos roadtrips. En medio de lo que podríamos definir como parajes y pueblos que respetan el concepto histórico y rústico del estado, encontramos boutiques y una gastronomía interesante que tienen en lugares como Fredericksburg un escape para el viajero de lujo, el exigente que necesita relajarse sin perder la comodidad de los buenos restaurantes, de las curiosas galerías, de las tiendas exclusivas y de buenas experiencias.

Porque viajar por las ciudades cercanas a las grandes urbes texanas es adentrarse en historias de nuevos creadores y, al mismo tiempo, de generaciones que llevan ahí desde mucho tiempo antes de lo que imaginamos. Bien podemos entrar en Vaudeville Restaurant, donde no sabíamos si disfrutar la deliciosa carta o llenar de compras la cajuela en una boutique con artículos únicos que -evidentemente-, ya decoran la casa desde que volvimos; o entrar en Gonzales Food Market, donde una familia lleva cuatro generaciones sirviendo el BBQ más básico y, por ello, increíble de la zona y cerrar con Sweet B’s, un proyecto de heladería local y artesanal que habla de la dinámica de las nuevas generaciones por mantener su identidad y, al mismo tiempo, ir generando una propia en los lugares que los vieron crecer.

Texas es, para muchos, turismo de compras. La realidad es que en un viaje que nos ha llevado a meterle poco más de mil kilómetros al contador de roadtrip descubrimos un lado de Texas que todos tendrían que buscar y, eventualmente, experimentar. Sí, es el país del rodeo y el vaquero del siglo XXI, ese que va por las calles orgulloso de la estirpe que representa y de la historia que lo envuelve. Pero es también el estado de una generación de jóvenes que tiene que irse adaptando a un mercado actual y a las necesidades del mismo. Es, por mucho, un estado que se confronta con las ideas que parecen irse borrando en cada puerta abierta y en cada intento por descubrir algo mejor de nosotros mismos.

En medio de una política migratoria claramente complicada en la que Texas y algunas de sus ciudades han tenido un papel protagónico dentro de la controversia, hubo quienes me acusaron de irresponsable por viajar a la tierra de la estrella solitaria, como si el boicot sirviera de algo más que de discurso político. Sin ignorar lo que sucede, la verdad es que cada kilómetro recorrido he reconfirmado lo que siempre he pensado: que si se trata de defender la posición, la forma de hacerlo es en el terreno de la batalla misma y no en la comodidad del sillón de la indignación. Pero aún así, con la predisposición a enfrentar un ambiente hostil, la verdad es que me encontré ese Texas que recordaba en la idealización infantil de mis viajes familiares.

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Encontré un Texas sonriente, que abraza su historia, sí, pero que también entiende que los tiempos han cambiado y que más vale escuchar todas las voces que están surgiendo en todos los rincones, sin que ello signifique dejar de lado lo que siempre han sido y lo que los llevó a convertirse en una fuerza importantísima en el desarrollo del país en el que viven. Encontrarme ese Texas de los viñedos y las cervezas, de la gastronomía de alta técnica y los ahumados, de las galerías de arte moderno y las compras en outlets es darme cuenta por qué Texas siempre está en la mente del viajero mexicano cuando empieza la planeación de las vacaciones.

Les he invitado en más de una ocasión a salir de la zona de confort y tomar un auto o un camión o un tren o lo que sea para salir de las ciudades típicas a donde viajamos. Les he invitado a viajar desde Dallas hasta Kansas City o desde San Diego hasta San Francisco. Y en ocasiones creo que pienso que todos disfrutan estar horas y horas metidos en el auto descubriendo pequeños pueblitos y destinos como lo hago yo. Ahora es distinto. Ahora miro el mapa y las opciones y descubro que de un lado a otro los recorridos no superan las 3 o 4 horas y que detenerse en el camino siempre tiene una buena opción.

Así, miro hoy en las fotografías que tomé de aquel viaje y entre enormes asadores por los que podría sacrificar el espacio en el jardín, museos, calles con su particular encanto de pueblo de ascendencia alemana y galerías de arte y productos artesanales, mis recuerdos siguen yéndose a la carretera. A ese camino en el que no sabes hacia dónde vas y te lleva, al mismo tiempo, al lugar que siempre quisiste visitar. Y entonces veo una fotografía de Gruene Hall, el lugar más extraño en el que podría yo haber terminado, dada mi fundamental torpeza para bailar y sonrío. Porque tras 25 años de aquel último viaje que hice con mi viejo por las carreteras de Texas entiendo que, aunque en la escuela nos dicen y repiten hasta el cansancio -en una especie de mantra destinado a dividir las fronteras y remarcarlas- que Texas solía ser territorio nuestro, estos parajes jamás han dejado de ser míos como muy pocos lo han sido. Entonces piso el acelerador porque hay una parte de mi que está llegando a casa.

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