Hablar de Tepoztlán sin regresar a mis orígenes sería imposible, por todo lo que este lugar ha significado en mi vida. De entrada, este lugar forma parte de los lugares nombrados por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, razón por la cual fue parte de un proyecto personal y profesional que me llevó a recorrer casi todo el mundo con una exposición fotográfica con la que promocioné estos destinos de nuestro país y que, al pasar de los años, ha sido uno de los momentos más satisfactorios que he podido vivir. Además, este lugar tiene ese espíritu y sabor que tanto me llena y me enamora cada vez que estoy en uno de los llamados Pueblos Mágicos de México. Este espíritu y energía del lugar se vive y se respira en su ubicación, su clima, su gente y sus rincones pero con algo único y diferente que sólo encuentro aquí y que, aunque indescriptible, se que podrán entender cuando terminen de leer lo que fue esta experiencia de vuelta en Tepoztlán, desde el Hotel Hostal de la Luz.
Las últimas veces que había tenido la fortuna de estar aquí fue gracias a la invitación de un amigo que tiene una casa de ensueño, de esas que a todos nos gustaría tener si tuvieras la oportunidad de retirarte y convertir a Tepoztlán en algo más que un destino de fin de semana. Estar ahí, disfrutando la privilegiada estampa que ofrece su jardín con una vista perfecta del Cerro del Tepozteco, admirando la arquitectura de la casa y el impecable gusto en la decoración, además de una verdadera atención de su anfitrión que cualquier huésped de cualquier hotel de lujo del mundo envidiaría y que me sorprendió con amenities de body Works –o, si tienes algo de suerte, hasta de Bvlgari– en las habitaciones destinadas a los invitados, es una experiencia que he podido vivir a plenitud sólo dos veces en mi vida.
Dicho esto, entenderán que había pasado largo tiempo desde la última vez que Tepoztlán me recibió como un turista más que camina entre sus calles, mirando, tocando, respirando los aromas, escuchando las voces y el latir de este pueblo con ese placer y sorpresa que no se revive, sino que vuelve a nacer, a convertirse en una experiencia totalmente nueva y de la cual no se quiere perder detalle alguno.
Y aunque un lugar así me gusta disfrutarlo con la menor cantidad de gente y turistas para apreciar en su magnitud la plaza, la iglesia, el mercado y las calles mismas, es importante mencionar que, a pesar de que me rehusaba a venir sola por considerarlo como un lugar perfecto para compartir con la familia o los amigos, descubrí que Tepoztlán tiene esa magia que debe aprovecharse para estar a solas y volver a conectarse con uno mismo. Por eso el auge de hoteles, hostales o villas que tienen como principal objetivo reconectarnos con nuestro espíritu y que, entre masajes, Yoga, el extraordinario Temazcal y otras actividades enfocadas en la relajación, buscan limpiar cuerpo y mente de todo lo que cargamos innecesariamente y que va convirtiéndose en peso que arrastramos día con día.
Morelos ha sido parte de mi vida desde que nací. El recuerdo de las visitas a Cuautla para visitar a la Tía Pancha, quien nos alimentaba como si, al regreso a la ciudad, no fuéramos a probar bocado alguno por meses, han quedado tatuados en el corazón como una combinación de diversión entre albercas, risas, experiencias y, sobretodo, un profundo e incalculable amor entre toda la familia. Años después, el destino cambiaría de Cuautla a Oaxtepec y, si bien el tiempo habría de llevar por caminos distintos a los primos y tíos – algunos de los cuales se adelantaron en el camino y nos han dejado; algunos que se convirtieron en dueños de empresas nacionales importantísimas y que, hoy en día han quizá olvidado esos días de infancia – esos viajes multitudinarios clásicos de las familias mexicanas en los que, como reza la frase popular, empacábamos hasta el perico, son de los recuerdos más bellos que guardo y que busco constantemente en el baúl cuando hace falta una sonrisa que pueda vencer a la nostalgia.

Hostal de La Luz
La vida me regresaría a Morelos años después cuando el padre de mis hijos, dueño de una casa en Cuernavaca, permitiría que mis retoños pudieran vivir la misma aventura de disfrutar, semana con semana, días de sol, agua, buena comida y amor entre amigos y familia. Esa cecina de Yecapixtla, los irrepetibles frijoles morelenses, el maíz para gorditas, sopes, quesadillas y tortillas han sido, junto a los hongos silvestres, los moles y pipianes y el infaltable pozole, son parte de una herencia y sentimiento que ha estado en mi familia, cuando menos, desde hace 3 generaciones.
Ahora, el pretexto para volver a Morelos y, más específicamente, a Tepoztlán fue conocer el Hostal de la Luz, un lugar abierto en 2001 con miras al turismo alternativo y que, aislado del devenir del pueblo, en la zona de Amatlán, goza de un paisaje espectacular entre las montañas que lo rodean. Sus 23 habitaciones son verdaderos espacios creados para el descanso y la relajación, diseñadas bajo la filosofía del Feng Shui y, al llegar a mi cuarto, entre los aromas del incienso y la suave música cuidadosamente seleccionada, me queda claro que mi concepto de «remanso de paz» está por cambiar completamente.
Entrar al restaurante Shambhala es, en si misma, una experiencia irrepetible. La puerta del lugar proviene del antiguo templo hindú de Pashaguati y el estilo arquitectónico que permite una vista de 180 grados de la quietud de las montañas es apenas el primer elemento de lo que será una comida única creada por cocineras de la región que, evidentemente, se basa en la nutrición y desintoxicación del cuerpo a través de sabores e ingredientes de la zona.

Hostal de La Luz
El turismo alternativo ha crecido en los últimos años y aquí es posible encontrar una serie de actividades que permitirán vivir cosas que, en otros lugares, difícilmente se pueden encontrar. El Spa de este lugar ofrece, por ejemplo, baños en Temazcal, baño de vapor prehispánico con hierbas aromáticas precedido por una ceremonia en la que un auténtico chamán de la región ayudará a conectarnos con esta milenaria técnica de purificación no sólo del cuerpo, sino de la mente. Asimismo, el lugar ofrece Yoga, meditación y sesiones de Chi-Kung, una antiquísima técnica china a través de la cual se busca equilibrar los canales energéticos del cuerpo. Una de las actividades que es importante realizar también es la caminata por los Laberintos del Hostal de la Luz, en la que, dependiendo del trabajo interno que se desee, se puede escoger entre dos rutas ubicadas en el lugar.
Tepoztlán volvió a sorprenderme y conquistarme. Y el Hostal de la Luz también fue parte importante en ello. En el silencio reconfortante de la terraza de mi habitación volví a conectarme con esos lugares y recuerdos que tanto me alimentan y que me dibujan, de manera inmediata una sonrisa en el rostro. Ahí, en el amanecer inmejorable que la cordillera me ofreció en la mañana del día de mi regreso, recapitulé los pasos que me trajeron de vuelta a este destino y, de nuevo, la vida me habría de demostrar que no existen las casualidades. Mi regreso a Tepoztlán, Morelos tiene sabores de herencia, caminos de los que nunca me alejo y que, cada vez que es necesario – en ocasiones sin ser consciente de ello – me llevan a mis raíces, a esas voces perdidas en el tiempo que me guiaron en la infancia y que hoy, con esos recuerdos familiares vividos entre aromas, sabores, escenas imborrables y un sinfín de anécdotas e historias que después vivirían y continuarían mis hijos, puedo compartir entre las calles y lugares que hoy me reciben como una mujer feliz… tan feliz como la niña que alguna vez conocieron.
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