Por: Elsie Méndez
El maíz, ese ingrediente sagrado que nos define como mexicanos y pilar de nuestra cultura gastronómica, es el elemento para uno de los platillos más antiguos de nuestra gastronomía: los tamales, palabra que proviene del Nahuatl tamalli, y que hasta nuestros días sigue siendo un platillo emblemático de muchas regiones y poblaciones del país. Sí, sin duda es muy importante pero, ¿por qué comemos tamales el Día de la Candelaria en México? ¿Qué hizo que fuera exactamente este platillo el que se usara para la celebración Católica del día 2 de febrero? Veamos por qué.
El maíz es, según el libro de los Mayas Popol Vuh, el elemento que usaron los Dioses para la creación de los hombres y darnos vida. Ya con esa referencia uno entiende porque eran los elegidos para las ofrendas desde la época prehispánica, y su enorme valor como regalo para quienes lo reciben o lo preparan.
En esta fusión de culturas y creencias que se dio durante la conquista de México por los españoles, y por ende de los frailes que se dieron a la tarea de evangelizar a todo aquel que se les cruzo en el camino, se dieron mezclas de tradiciones prehispánicas y católicas que dieron pie a ritos con características únicas como las que se dan durante el Día de la Candelaria y los tamales como parte de las festividades.
Entendamos primero por qué se celebra el Día de la Candelaria en la religión católica. Este rito inicia con la Navidad que es cuando nace el niño Jesús y se coloca en el pesebre donde estará hasta el día 2 que se levanta y se viste para presentarlo a la iglesia. Ahora bien, antes del 2 de febrero, se lleva a cabo la partida de rosca de reyes, que entre otras cosas representa la ofrenda que los tres reyes de oriente hicieron al pequeño mesías y que se encuentra representado como un niño de plástico que se esconde en la rosca.
Quienes tienen la suerte de que en su rebanada aparezca el “Niño de la Rosca” (¡Nunca, Jamás, Nunca es muñequito!) se convierten en padrinos del niño y por ende deberán ofrecer una fiesta para levantar al niño del pesebre y por eso se ofrecen tamales (¿Recuerdan que ya antes les mencioné lo de las ofrendas que hacían los antiguos pobladores con tamales a los Dioses?). A esos niños Dios que se levantan de los pesebres se les puede vestir, y de hecho en muchos mercados tradicionales aún existen puestos donde uno lleva a su niño Dios (no el de plástico de la rosca, sino el del pesebre) y lo visten con ropita muy linda.
Así es como la fiesta de La Candelaria se enriqueció en México con la fiesta de los tamales, ya que estos son en realidad una ofrenda al Niño Dios, como antiguamente lo hicieran a Quetzalcoatl, Tláloc y Chalchiuhitlicue. Es, como muchas grandes tradiciones que hoy seguimos, una forma en la que se unieron las tradiciones de adoración de las culturas prehispánicas con la cultura que llegó en la conquista. Ahora, realmente, lo que falta es decidir cuántos tipos de tamales quieren y cuáles son los favoritos.
La verdad es que en casa se preparan unos tamales de acelga que quedan increíbles (y de los que aquí les dejo la receta) y, de vez en cuando, andamos con antojo de unos tamalitos de camarón estilo Nayarit que encontramos en un viejo libro de cocina y que, si se les antoja, por aquí pueden encontrarlos. Pero la realidad es que los tamales verdes y rojos son siempre lo tradicional para compartir.
En cuestión de acompañarlos, la realidad es que un chocolate caliente siempre cae bien, pero lo verdaderamente clásico es calentarse un atolito o, incluso, seguir llevando el maíz como parte natural de la noche, con un Champurrado como el que platicamos hace unos días con la receta clásica.
Los tamales del día de la Candelaria pueden ser un tema de discusión sobre la imposición de la cultura española para unos, un asunto de consumo de fiestas religiosas para otros o un simple pretexto para seguir comiendo tamales, sin importar la fecha aunque se agradece el pretexto. Sin embargo, a nosotros nos gusta seguir pensando que, más allá de la fusión cultural y de la adaptación natural de tradiciones del pasado, lo que estamos viendo es cómo sobrevive nuestra historia a través del ingrediente que más nos identifica.
Ahora, si me lo permiten, tengo un tamalito dulce esperando en la mesa.