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Steak 48: Una cena de lujo porque sí… lo valgo.

por Carlos Dragonné

Por: Carlos Dragonné

Texas es carne. Siempre he dicho eso. Y cuando uno viaja por los pueblos que conectan las grandes ciudades, pararse como viajeros perdidos que van siguiendo los rastros del humo de los asadores es la única forma de saborear esos rincones. Pero, ¿qué hacer cuando uno anda en las grandes ciudades? Es bastante fácil, de hecho. Se busca uno un restaurante insignia y se deja llevar por las manos expertas. Bienvenidos a Houston. El menú de hoy se sirve en Steak 48.

Hace un tiempo, en mi último viaje a Houston, había pensado en comer aquí. Llegamos, asumo, muy temprano y lo vimos cerrado, así que nos decidimos por un pequeño bistró francés cerca de esta propiedad en el distrito de River Oaks, la que nos dijeron era la zona de lujo en Houston. Así que entrada la noche, decidimos caminar las escasas cuadras que nos separaban del lugar y adentrarnos en un restaurante que no se oculta tras la parafernalia decorativa, sino que es fiel a su esencia de una comida honesta y de calidad suprema.

Ojo… no estoy queriendo decir que sea un lugar simple o simplista. La decoración es, de hecho, increíble. El lugar se esconde tras luces bajas que hacen que lo único que resalte sea su cocina abierta, tras muros de cristal, en donde la danza de fuego, cocineros y meseros no para una sola vez para disfrute constante de un salón comedor completamente a reventar.

Tras devorarme la primera -y única, por mi salud- charola de un pan espectacular, empecé a revisar un menú que puede impactar a primera vista porque, partamos de una realidad: no es un restaurante barato. El costo promedio de una cena te puede andar rondando los 150 dólares tomando una entrada, un corte, un postre y una copa de vino. Sin embargo, conforme va avanzando la noche, recordamos dos cosas. La primera, que estamos en la zona primordialmente de alta plusvalía de Houston y, número dos, que nunca hay que convertir porque, recuerden, el que convierte no se divierte.

¿Es Steak 48 un lugar demasiado caro, a pesar de estas dos reglas? No lo creo. La coctelería no es un punto que destaque de manera sublime, pero se defiende bastante bien. Nos decidimos por uno de sus cocteles clásicos y me negué a pedir una cerveza porque su lista de vinos es bastante decente, por lo que una copa de Pinot Noir de Oregon llegó a la mesa. Tras los brindis, entonces sí nos pusimos en manos del mesero para que nos ayudara a recorrer el menú que Erick Anaya, mexicano orgulloso y sous chef de este lugar, ha ido haciendo suyo y que, incluso, ha apoyado a la apertura del restaurante en su nueva sede en Chicago.

Como siempre, me evitaré hacerles un recorrido plato a plato del lugar porque, al final, a pesar de haber ordenado como si fuéramos vikingos, el restaurante habrá de convencerlos a ustedes por su propia fuerza. Pero sí tengo que hacerles hincapié en dos cosas grandiosas de todas las que pedimos. Para empezar, contrario a lo que piensan, vayan a compartir. La mesa es, al final del día, el mejor lugar para no estar sólo y cuando tantos sabores pueden ser probados en una misma noche, lo mejor es tener varios paladares que estén dispuestos a jugar el mismo juego que uno. Y créanme que cuando vean el menú de Steak 48 van a compartir la idea de ser varios.

Así, una mención importante merece la ensalada llamada «Superfood» con arúgula, kale, semillas de girasol, fresas, queso de cabra y un aderezo de champaña con higo que necesito intentar varias veces en casa hasta que me salga porque pocas veces he encontrado un aderezo tan bien balanceado. Y miren que le meto al cuerpo ensaladas como si quisiera redimirme de ciertas culpas…

Por otro lado, las guarniciones de Steak 48 incluye clásicos como el puré de papa o las inevitables espinacas a la crema -que no pedimos, porque tampoco vamos a desperdiciar espacio estomacal en algo que podemos tener en cualquier lado- pero destaca la grandeza de Créme Brûlée de Elote que sirven para acompañar la carne. Madre santa… qué cosa. Es de esas cosas que te ponen la geografía en la cara con la dignidad de una cocina bien planeada.

De la carne, evidentemente, no hablaré. Un lugar como éste debe, por simple definición, dominar la parrilla y la calidad de los cortes. De no haber sido así, no estaríamos escribiendo de él. Es como si un lugar de cocina oaxaqueña no supiera preparar un mole negro o una tlayuda. ¿Qué comimos? Bueno… a manera de confesión de los pecados, sólo habré de decirles que pedimos 2 diferentes cortes. Ahora… esta moda de ponerle a la carne cosas encima como mantequilla con trufa, foei gras (que lo amo, pero no en la carne) o burrata, nunca la voy a entender. La carne debe brillar por sí sola, protagonista del plato y la parrilla, de sus sabores y su calidad. Enmascararla me parece tan innecesario como absurdo.

Y, entonces, con casi el coma alimenticio, llegamos a los postres, donde volvimos a comprobar que se guarda siempre, de manera automática, un espacio aparte para la parte dulce de la cena. Con un masivo Banana Split en la mesa, hubo un momento en que dudé si haber pedido un segundo postre había sido una buena idea. Mientras saboreaba el Pastel de Caramelo y Vainilla, confirmé que mi idea había sido grandiosa.

Dejé atrás el restaurante y la vorágine de un salón comedor que tenía aún más gente que cuando llegamos y salí a la noche cálida de Houston. River Oaks, este vecindario de lujo y riqueza había abrazado mi paladar por segunda ocasión y viendo a la distancia la torre de mi hotel, comencé a andar pensando que lugares como Steak 48 pueden parecer un gasto innecesario en nuestro viaje. La realidad es que se convierte en, exactamente, lo contrario. Porque, por la razón que sea que uno viaje, siempre será necesario disfrutar una cena que te deje la sonrisa desde que llega el primer aroma del primer platillo, hasta que uno lo ve, desde la habitación del hotel, allá, a unas cuadras de distancia, unos segundos antes de cerrar los ojos y dormir contento. Porque bien lo dice el refrán: «Panza llena…»

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