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Scottsdale. Oasis moderno en el desierto de Arizona.

por Carlos Dragonné

Por: Carlos Dragonné

Abres los ojos y todavía está oscuro. Cuando algo así sucede es porque viene algo que vale la pena. Hice mis maletas la noche anterior porque sería mi último amanecer en Residence Inn Marriott en Downtown Phoenix y sólo dejé fuera una chamarra, mi celular y un gorro para el frío. El día comenzaba todavía de noche y en espera de alcanzar el amanecer desde una posición privilegiada, así que bajamos al lobby sabiendo que nuestro desayuno habría de cambiar ciertas ideas. Bienvenidos a Arizona. Hoy amanecimos en Phoenix. Pero saludaremos la noche en Scottsdale.

Un poco de perspectiva. Cuando era niño, una de mis aficiones más recurrentes era subir a la azotea del edificio en el que vivíamos y sentarme ahí, con los pies al aire, a ver pasar autos y gente en su día a día. Las alturas y yo hemos sido buenos amigos desde hace muchos años. Ella, mi cómplice de aventuras, es exactamente lo contrario. Siempre he sabido sobre su aversión por las alturas y su propensión al vértigo. ¿Montañas rusas? No hay manera de que pueda convencerla. ¿Paracaidismo? Estoy seguro que primero me busco un nuevo departamento y la custodia de nuestros perros antes de que acepte.

Entonces, ¿por qué escogió en el itinerario un paseo en globo aerostático? Decidí no preguntar mucho y ver cómo sucedía el asunto, seguro de que guardaría mis guantes en la chamarra para poder agarrarla de la mano con fuerza cada vez que lo necesitara. Así tomamos camino al campo de despegue con la gente de Hot Air Expeditions y comenzó la aventura mañanera de elevarnos sobre Phoenix.

Hay algo interesante en levantar vuelo. La altura da ese asunto de perspectiva que se agradece en cualquier situación. Escuchando desde que llegamos que Phoenix y su área metropolitana son la 5ta. ciudad más grande de la Unión Americana, me costaba trabajo entender el cómo y el por qué. La realidad es que elevarte y ver la extensión de terreno que abarca ayuda mucho a darle sentido al argumento. Pero, además, es una de las formas más calmadas de observar el movimiento de una ciudad y la danza en medio del desierto que ha creado un área metropolitana claramente dividida en espíritu y acción. Porque Tempe, Phoenix y Scottsdale, como descubrí días después, son efectivamente distintos y con una visión particular cada uno.

Flotando al capricho de las corrientes de aire rumbo a nuestro destino final, nuestro capitán a bordo recordaba sus meses volando en México y, entre sus palabras, pude entender el por qué ella, temerosa de las alturas, recorría conmigo el cielo de Arizona con una sonrisa en el rostro, sin el menor atisbo de temor sino, más bien, con la pasión de entender que la magia sucede cuando te dejas ir en el aire y, en medio de corrientes que creen que te llevan al destino que éstas escogen, en realidad tomas la rienda de tu camino y decides exactamente en dónde vas a aterrizar para tu siguiente viaje.

Ahí entendí la razón de este vuelo en globo. Es una parábola romántica pero, al mismo tiempo, dura y real sobre tomar control de nuestras vidas y no luchar contra el aire sino usar esa fuerza a nuestro favor. Mientras aterrizábamos para un frugal desayuno con una copa de cava que celebraba nuestro viaje, era yo quien le tomaba con fuerza la mano para no dejar ir nunca no sólo el momento sino el significado de lo que acababa de entender.

De regreso por la autopista y cruzando la ciudad entramos en lo que serían un par de días en Scottsdale, un destino que apela a las compras, el estilo de vida y la buena comida. Con Camelback Mountain como parte del escenario citadino, esta zona te abre las puertas no sólo con centro comerciales para quienes van buscando las marcas de lujo, sino con una declaración de lo que va afianzándose en los terrenos de las grandes ciudades de Estados Unidos: la cocina inteligente y de alta gama.

En Scottsdale Quarter cruzamos las puertas del que llegaría a la lista como uno de los favoritos de este viaje: True Food Kitchen. Este lugar para quienes disfrutan de comer sano se ha vuelto un referente no sólo aquí sino en el oeste americano, incluso con libros publicados por Andrew Weil que, antes que nada, es médico. De la mano de Michael Stebner, chef ejecutivo, se ha creado un menú que habla a todas luces de un verdadero entendimiento de la sustentabilidad alimenticia, no sólo para las zonas de producción sino para el comensal que se sienta a la mesa o que se lleva las recetas a casa.

En True Food Kitchen tienes una gastronomía que no juega a los engaños de la comida sana, sino que se presenta honesta con el simple hecho de comer limpio. Y, como podrán imaginarse, demuestra que para comer bien no hay que sacrificar nada en términos de sabor, aventura o ingredientes. Desde el Hummus que pone a temblar a varios de mis favoritos, las entradas hacen que el menú sea una declaración de principios. Y eso es, sin duda, la nota que resalta en este espacio.

Cuando el menú de un lugar puede hablar por si sólo y dejar huella en lo que se traduce como la filosofía detrás de la cocina, ha alcanzado un punto de inflexión que pocos lugares logran en los viajes. Porque no sólo se trata de salir de ahí con el libro en una bolsa, sino entender el por qué es necesario usar todas las recetas que ahí se muestran como un recorrido por los sabores que, además de causar placer, causan bienestar.

Es entonces cuando toma todo el sentido pedir una Coliflor a la parrilla con Tahini y Dátiles, cuando meter los chips de pita en el Guacamole de Kale adquiere el aspecto de necesidad y cuando el Tataki de Albacora se vuelve más que un capricho. Entonces me doy cuenta que, como les dije, apenas vamos en las entradas de un menú pensado para salir más que con la panza llena y corazón contento. Es un restaurante que intenta dejar la semilla del entendimiento de la relación que tenemos con nuestra comida, los ingredientes que llegan a nuestra mesa y la forma en que vivimos con ellos. No sé si todos los que cruzan la puerta de True Food Kitchen logran eso, pero puedo apostarles, sin haber platicado con el Chef del lugar que ese es, sin duda, el objetivo que se plantean por las mañanas mientras se calientan los fogones.

Mientras esperaba que llegara una pizza margarita hecha con el que, quizá, sea uno de los tres mejores tomates que he probado, me decidí también por una clásica hamburguesa que de clásica no tenía nada. ¿Por qué? Porque, una vez más, quedó claro que todo está en el producto y que cuando cuidas al exceso el origen de lo que pones en tus parrillas, el comensal empezará a aprender a cuidar lo que llega a su estómago. Hongos, cebolla caramelizada, parmesano y mayonesa de la casa, aquí no se trata de reinventar los platillos que conocemos, sino sólo hacerlos de una calidad insuperable. Quizá por eso es que, días después, mientras manejo de regreso del norte de Arizona, espero llegar a tiempo para comer en este lugar.

True Food Kitchen tiene una buena carta de vinos y cervezas locales -de las que platicaremos en otro texto porque vale toda la pena-, pero no quise salirme del espíritu culinario que traíamos, así que ordené una especie de jugo verde que llevo 10 días intentando replicar en casa y que, tristemente, sigo sin acercarme. Ella, sonriendo por el placer de un Wrap de Pavo Ahumado, me observa devorar mi hamburguesa y le regreso la sonrisa al saber que encontramos uno de esos pequeños lugares que pueden convertirse en, literal, un pequeño oasis en el desierto.

Mientras me bebo un café espresso -el primero de muchos de enorme calidad, cosa rara en un sólo viaje- de Press Coffee Roasters y me decido por el Pastel de Chocolate sin Harina que termina de darme la bienvenida a los sabores de Scottsdale, pienso en el camino que hay por delante en los siguientes días. Dejé atrás Phoenix, con su expresión artística urbana y la energía de una ciudad que se ha reinventado lo suficiente para hacerle honor a su nombre. Scottsdale me recibe con la fuerza de saber que de esas reinvenciones ellos han sacado la mejor parte.

Salgo de Scottsdale Quarter tras beberme un segundo café mientras observo a la gente ir y venir en sus compras y sus pláticas de media tarde. Tomo camino hacia la dirección del nuevo hotel en donde habré de descansar un par de noches y, mientras el sol se pone pintando de rojo los cielos de Arizona, pienso que Scottsdale esconde muchas cosas en los rincones de sus calles, a la sombra de las montañas, como cobijando la idea de que todo puede suceder en este lugar. Así llego a Mountain Shadows y cuando las puertas del lobby se abren para mi, entiendo que las posibilidades son infinitas.


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