Ruta 66: Cocina americana y nostalgia entre Chicago y Pontiac

La Ruta 66 no sólo se recorre con el automóvil. También se transita con el estómago. Porque en cada milla que conecta Chicago con Pontiac, Illinois, hay un plato que contar, una receta que sobrevive, una historia servida en plato de cerámica o envuelta en papel encerado. La primera franja de este viaje por la histórica ruta 66 que está por cumplir 100 años no deja de tener cierto dejo de curiosidad.

ruta 66

La cocina americana, esa que parece desconocer la mayoría de los viajeros o, incluso, que suele ser un punto de discusión entre los supuestos conocedores gastronómicos —esos de sillón, que creen que el maíz es todo y es lo único—, nace en estas rutas, en los diners, en los lugares de carretera. Los pueblos norteamericanos que conforman la ruta 66 —y todas las carreteras interiores— es donde se siguen preparando las recetas como se han hecho desde la era post depresión. Al final, la ruta 66 era, en palabras de Sarah Kendzior (de quien les ruego que busquen sus libros), es el lugar donde podías reinventarte entrando con una historia de un lado y buscando ser otro al final de la misma.

La cocina en la Ruta 66: el homenaje al Americana Spirit de Rockwell.

Norman Rockwell es, en mi opinión, quien mejor ilustró el sueño americano en la era de la post depresión. Fue el artista que pintó “Two Flirts” y “Saying Grace”. Pero también es el genio detrás de “The Right to Know” y “Coming Home G.I.”, en donde con su particular estilo tocó los puntos medulares que mueven el espíritu del medio oeste americano y, con ello, el fondo espiritual de todo el país. Rockwell, sin embargo, para efectos de este artículo, tiene un cuadro que enarbola el espíritu de lo que es viajar y descubrir, recorrer los caminos de una carretera antigua que se ha visto abandonada con el paso del tiempo, con el crecimiento y la huída de generaciones a otras aventuras y nuevos misterios.

Spirit of America – Norman Rockwell, 1974.

Eisenhower fue quien creó la Federal Aid Highway Act en 1956, conocida como la Ley de Carreteras Nacional Interestatal y de Defensa de 1956. En el nombre lleva la penitencia. Eisenhower vivía convencido de que la guerra fría terminaría por estallar en un apocalipsis nuclear y quería darle a todos la oportunidad de huir a tiempo, a velocidades mayores a los que una carretera de ida y vuelta les daba. Vaya… hasta las carreteras en Estados Unidos tienen algo que ver con la visión imperialista y belicosa del ejército.

Las desventajas del crecimiento del camino.

Este crecimiento hizo que las carreteras que hoy transitamos, con cuatro, cinco o hasta siete carriles de cada lado —la Katy Freeway, parte de la interestatal 10 en Houston tiene 26 carriles en total— fueran convirtiéndose en la manera natural de moverse por el país. Y entonces, las rutas internas, lo que nosotros llamaríamos “la libre”, fueron quedando en el olvido. ¿Cómo mantener la importancia de una carretera de dos carriles en un país que desde 1970 ha vendido 758,251,697 automóviles? Sí… en 55 años han vendido más del doble de autos de lo que actualmente tienen personas.

Pero entonces, es la comida la que se convierte en la mejor máquina del tiempo. La comida que nos transporta a los greasy spooners, los diners ilustrados —aunque de manera más oscura y solitaria— por Edward Hopper o, incluso, por Rockwell en su portada “The Runaway”. Esos espacios que se vuelven una cápsula del tiempo  comestible, donde se encuentran los ecos de tradiciones familiares, historias que van y vienen entre camiones, paradas esporádicas, aventuras silenciosas y una necesidad por mantener viva la costumbre americana. Porque las carreteras secundarias —en lo que terminó convertida la ruta 66— es donde se guardan a simple vista los mejores y más interesantes secretos.

ruta 66

Arrancando de la vorágine de Chicago hacia la calma de las poblaciones rurales.

Chicago fue un gran punto de partida. La multiplicidad de sabores y los barrios que abrazan historias como la pizza deep dish y el debate eterno de cuál es la mejor. En Chicago vive la alta cocina —Alinea, quizá, el mejor ejemplo— y las leyendas de cocineros que han abierto camino en una de las ciudades con la mayor diáspora de mexicanos. Pero este viaje no se trató sobre esa cocina. Este vijae era de comensales de toda la vida, de cafés que abren las 24 horas, de tocino crujiente y platos de cerámica vieja; tenedores y cuchillos envueltos en servilletas de papel mientras las jarras de café flotan hábilmente por los espacios entre mesas de una forma que recuerda a cintas como “Waitress”, “True Romance” o, con toda la obviedad posible, “Diner” de Barry Levinson.

La cocina de los suburbios de Illinois, los pueblos como Berwyn y Joliet donde el menú no cambia desde que maravillados escucharon la promesa de alcanzar la luna en 1961 y que se volvió el epítome de las ilusiones de estos pueblos, lugares fundamentales que encierran la iconografía de las casas con cercas blancas y un Buick en la entrada.  Estos barrios abrazan la vieja ruta hacia el suroeste, St. Louis como punto final en este viaje, y la comida toma un matiz diferente. Aquí no hay alta cocina, fermentos, cocina de 26 horas en sous vide, o degustaciones con vinos de décadas de guarda. Aquí el menú es de pollo, carne, hot cakes, frituras y sabores que comenzaron como la respuesta a una crisis económica y se convirtieron en la identidad de una cocina particular.

¿Hacia dónde vamos en la Ruta 66?

Cada uno de estos locales también ha sido testigo de historias entrañables y anécdotas de viaje.Joliet. Entre prisiones abandonadas y diners nostálgicos. Son postales humanas que permanecen en la atmósfera. Visitar estos sitios hoy es sumergirse en un melancólico viaje sensorial: el sonido de una espátula raspando la plancha, mezclado con una canción vieja de Patsy Cline en la rocola; la vista de un camión de los años 40 estacionado afuera, tal vez parte de un rally nostálgico; el sabor de un pie de nuez cuyo dulzor parece contener todas las tardes soleadas de Illinois; el tacto pegajoso de una barra barnizada por décadas de apoyo de codos y charlas sinceras. En la Ruta 66, comer es recordar. Y en ningún otro tramo como entre St. Louis y Chicago esos recuerdos tienen tanto sabor a ayer.


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