“Then you better start swimmin’ or you’ll sink like a stone, for the times, they are a-changin’” suena mientras camino el piso de Market, el espacio montado como buffet para el desayuno y comida en Hard Rock Riviera Maya. El lugar está en máxima ocupación, lo que demuestra que, en México al menos, la pandemia es un recuerdo vago, incluso hoy que dos proveedores de pruebas de laboratorio distintos con quienes trabajo me confirman que sus resultados de contagio están más altos que nunca. Pero, sin duda, como dice Bob Dylan, los tiempos están cambiando. Y no sé si estamos listos para entenderlos, pero seguro sí lo estamos para adaptarnos. Y Rockstar Chefs en Hard Rock Riviera Maya es algo que lo demuestra.
Hard Rock, por diversas razones, es una marca a la que asocio con muchos buenos recuerdos. Desde el ya lejano restaurante en ciudad de México donde me tocó ver desfilar a grandes leyendas de una generación musical que hoy está retirada —o que, en el mejor de los casos, debería estarlo, porque a veces el retiro no llega con la dignidad correcta— hasta lugares fuera de México donde comí una buena hamburguesa o algún otro platillo de confort de la cocina americana antes o después de algún compromiso.
Hay algo en el misticismo de un espacio como Hard Rock que, en su momento, Planet Hollywood intentó explotar. Pero Hard Rock ganó al paso del tiempo porque entendieron la concepción de que la música es no sólo atemporal —la buena música, como el buen cine— pero también universal como forma de conexión entre culturas sin importar el idioma.
“Toda la noche no supe si entendían nada de lo que decía”, dice Freddie Mercury a Mary Sutton mientras le enseña un video de la gira de Queen por Brasil en la romantizada versión de la vida de uno de los últimos titanes de la música. “Y de pronto…”, en la pantalla vemos a Mercury ver la pantalla de su televisor donde muestra el concierto alcanzando el punto climático en la que decenas de miles de brasileños a una sola voz cantan “Love of My Life” mientras Freddie mira incrédulo. Ese poder tiene la música que no tiene —a mi pesar— el cine. No necesita entendimiento de lenguaje porque, como me dijo un querido amigo hace muchos años, “la música se escucha con el estómago”, refiriéndose a la conexión de las emociones.
Un hotel es, sin duda, su esencia, su elemento distintivo. De ahí que cada vez encontremos más propuestas que van desde la innovación hasta el absurdo, porque lo que están buscando es convencer al viajero, más allá del precio, de que ellos son no sólo la mejor opción sino la única.
Hard Rock Riviera Maya está, de aquí al próximo año, con niveles de ocupación de arriba del 83%, entonces apelar a los recuerdos y la identidad colectiva les está funcionando bastante bien. Mejor que a muchos hoteles, aunque entiendo que el destino en sí está atravesando por un momento de recuperación acelerada que revira cualquier pronóstico o, incluso, las llamadas alertas de viaje. Este hotel tiene un público apenas 30% nacional por lo que así le importa al norteamericano su colección de “alertas para viajar a México” de las que hablaremos en otro texto.
Algo hay en Hard Rock Riviera Maya como espacio además de la nostalgia o la memorabilia de vitrinas cerradas —toda auténtica, controlada y conseguida por Hard Rock Corporation y en constante rotación entre propiedades— y lo primero que me viene a la mente es la división de un hotel para adultos y otro para familias, algo que ha ido replicándose en muchos destinos y muchas marcas para evitar perder un mercado mientras estás consolidando el otro. Era sólo lógico que en algún punto, con el concepto tan vivo, crearan y retomaran Rockstar Chefs.
Los Rockstar Chefs de esta edición: José Manuel Baños y Thalía Barrios.
En cuanto a la comida, Hard Rock Riviera Maya vive sin una figura “emblemática” o “gancho” en sus cocinas, contrario a otras propiedades en Riviera Maya y todo el país. Mi estancia, sin embargo, más que recorrer los centros de consumo, tenía que ver con asistir a RockStar Chefs, una iniciativa que me parece extraordinaria en el concepto y la consecuencia y que se había parado debido a la pandemia. En esta ocasión, los invitados fueron José Manuel Baños y Thalia Barrios. Estas dos grandes figuras de Oaxaca —presente y futuro de la cocina oaxaqueña, sin duda— son parte de una estrategia de Hard Rock para crear experiencias para huéspedes que, de otra manera, nunca se acercarían a Oaxaca.
Y es ahí donde radica el éxito y la trascendencia de lo que está pasando, porque hoteles así están en movimiento constante de un mercado gigantesco. Estos eventos que parecen esporádicos —una cena especial, eventos como clases de cocina oaxaqueña, degustaciones en albercas— podrían pasar desapercibidos. Pero el hecho de tener algunos huéspedes dentro del universo de más de 1,200 habitaciones dispuestos a romper la dinámica de un all-inclusive y gastar un poco más por una experiencia se convierte en un tema en el que Hard Rock y RCD Hotels —la compañía madre que los lleva en México— están haciendo un proyecto de divulgación y reconocimiento. Y hay un compromiso sabiendo que esos viajeros estarán probando algo que los motive a conocer más sobre el país.
¿Es RockStar Chefs algo para el mercado nacional? No. Y, como dice un clásico, “no tengo pruebas pero no lo dudo” que ellos estén conscientes de que así es. Pero justo me atrevo a decir que la motivación es ser una especie de escenario intermitente de lo que pasa en México en espera de que se entienda que somos mucho más de lo que escuchan los viajeros —lo bueno y lo malo. Quizá por eso la urgencia de retomarlo como prioridad en esta nueva era postpandémica.
RockStar Chefs Cabos y Riviera Maya están ya tachados en el calendario. Nos faltan Cancún y Puerto Vallarta. Y no puedo esperar a ver quién sigue en este ciclo de cocinas itinerantes de Hard Rock. Porque la cara de quienes descubren que México es más que tacos y tequila siempre me divierte. Es como estar en las escaleras a la mitad de la rampa de una montaña rusa, viendo a quienes van en el carrito escuchando el clic-clac del suspenso y decirles antes de que lleguen hasta arriba: “Y lo que te falta…”