Por: Carlos Dragonné
En medio de tanta inmediatez, de la vorágine de redes sociales, internet y la satisfacción inmediata viendo series sin parar, es bueno detenerse un momento y recordar de dónde venimos, pues aunque suene a cliché, es la única manera de saber hacia dónde vamos. Con esa idea en mente, agarré camino hacia Northern Arizona University. No para inscribirme en clase alguna -que estuve tentado- sino porque detrás del campus está uno de los básicos de esta ciudad y un recorrido por la historia que cimentó los pasos de quienes hoy la habitan. Bienvenidos a Flagstaff. Estamos en Riordan Mansion State Historic Park.
Este viaje ha tenido algo sorprendente. 10 días en Arizona me ha conectado con partes de la historia de Estados Unidos que no conocía y ha mostrado esta imperiosa necesidad de mantener vivo el legado de quienes dejaron huella. Construida en 1904, esta casa fue hogar de dos matrimonios Riordan, familia fundamental en el crecimiento de Flagstaff y que aún cuenta con miembros activos en la comunidad.
Más allá de lo que llama la atención arquitectónicamente, este Parque Estatal me atrapa de inmediato cuando cruzamos las puertas para realizar un tour personalizado junto a Nikki Lober, la Directora de este lugar y, sin duda, la voz más autorizada para contar las historias que se esconden a simple vista en cada rincón, es el enorme cuidado para proteger y conservar elementos que pertenecieron a Michael y Timothy Riordan, así como sus esposas Caroline y Elizabeth. Estamos frente a frente con muebles que tienen más de 100 años, con espacios que han visto el crecimiento de Flagstaff desde que era una especie de ciudad/aserradero hasta el monstruo tecnológico y educativo que es el día de hoy.
Así entramos a la primera parte del recorrido, el ala este de la mansión, donde vivieron Michael y Elizabeth, pues la otra parte de este duplex, habitada en su momento por Timothy y Caroline sirve más como un museo tradicional, mientras que ésta es un recorrido por la casa y las habitaciones con muebles y accesorios originales, para hacernos una idea de lo que era la vida en una mansión que vino a marcar tendencia en una ciudad que apenas arrancaba.
Es así que me quedo maravillado con un refrigerador de 1904 conservado en perfecto estado o una estufa de la misma época que aún podría ser útil y que, de hecho, se siguió utilizando hasta entrados los años 70. Y es que aquí es donde reside gran parte del encanto de este parque estatal. Hasta hace relativamente poco tiempo, la familia Riordan seguía viviendo en lo que hoy es el museo. De hecho, cuando se abrió el parque sólo había recorridos en una de las alas mencionadas, porque la otra seguía siendo habitada por Blanche Riordan quien donó la propiedad tras su muerte en 1985.
La historia de los Riordan no es una típica historia de familia americana y, al mismo tiempo, podríamos decir que sí tiene muchos de los elementos de los apellidos que construyeron emporios y levantaron ciudades. Sin embargo, en cada uno de los espacios se puede ver lo que los distanció de sus contemporáneos, alejados de los convencionalismos de la época, con mujeres fuertes que definían y defendían su personalidad y los sueños y planes que iban imaginando en los cuartos de madera que, por supuesto, un día les quedaron chicos.
Porque en estas paredes se planearon fiestas mientras se levantaba una ciudad; se realizaron banquetes mientras se defendía y protegía el legado de una tribu nativa americana; aquí se escuchaban los gritos de niños corriendo mientras se generaban las ideas para la primera librería o la primera compañía eléctrica. Y entonces uno toma conciencia de que lo que está viendo es algo más que muebles y revistas o libros viejos. Es la declaración de los pasos de la tradición de trabajo, unión, comunidad y herencia que dio identidad a Flagstaff desde que llegaron en 1884.
En un salón magnífico y envuelto por la grandeza de un piano Steinway & Sons que Caroline tocaba casi todas las tardes y que envolvía de música la propiedad, más que en el sentido figurado, en el sentido literal debido a una construcción pensada no sólo para la circulación del aire y la calefacción, sino para la música que los Riordan consideraban como fundamental en la vida, entiendo que son esos espacios de convivencia y reunión alrededor de un fuego los que parece que se han ido y que se niegan a regresar, ahuyentados por la tecnología que insistimos en llamar inteligente mientras nos priva de la inteligencia colectiva.
Eso es, de golpe, el mensaje más grande que resuena en las paredes de este lugar. Son los ecos de una época que no parece tener forma de volver y que no deberíamos, de ninguna manera, olvidar, porque las grandes faenas colectivas no surgen en la micropantalla que tenemos en las manos, sino en los amplios salones donde la diversidad de voces crea, justamente, el sentido de comunidad que parece que vamos perdiendo.
Es entonces que abro las puertas de la propiedad y salgo al jardín, junto a esa fuente en la que Michael tenía su espacio de privacidad, y empiezo a imaginar lo que han sido esos 130 años de historia viendo pasar el crecimiento de la ciudad. Y miro hacia atrás y recuerdo el salón donde yace grandioso el Steinway & Sons que Caroline Riordan usaba para llenar de música la propiedad casi cada tarde y entonces entiendo la importancia de este parque estatal.
Son los espacios grandes los que abrían la puerta a la comunidad y las familias que, entre música, banquetes y reuniones, daban forma a los sueños que tenían que irse cumpliendo para crear los éxitos de todo un pueblo. Es, entonces, cuando defino los sonidos de los rincones de la propiedad y entiendo que no sólo son los susurros de las historias de los Riordan, sino los gritos de triunfo de una comunidad que sabe de dónde viene y guarda los recuerdos de quiénes fueron.
Para eso sirve la historia. Para entender que el origen de lo que somos no podrá ser nunca alterado o cambiado. Podemos intentar ignorarlo pero, al final, siempre estaremos buscando el camino de regreso a lo que nos definió. Entonces uno descubre que no había mejor lugar para construir los edificios educativos de Northern Arizona University. Porque ahí, en ese lugar, hay quienes van decidiendo las coordenadas que el Mars Rover alcanzará en el planeta rojo. Es bueno saber que quienes alcanzan el futuro sólo tienen que mirar por la ventana y ver los vestigios de un pasado que nunca habrá de ser borrado.
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