Por Elsie Méndez @sabormexico
Al borde de la carretera se encuentra el restaurante Juan y medio, ese típico lugar que abrió sus puertas en el año 1947 en la recién pavimentada ruta 5 sur en Chile y del que había oído hablar maravillas, y es que, ¿Cuántas veces se tiene oportunidad de conocer la cocina autentica y tradicional de un lugar como si comieras en la casa de cualquiera de sus habitantes? A menos de que te hospedes o te inviten a su casa la verdad es que es difícil y lugares como Juan y Medio – que siempre hay alguno en ese país o ciudad que se visita – nos permiten adentrarnos en las costumbres de los locales y sentirnos parte de ellos.
Se dice que lleva ese nombre porque su fundadora, la señora Ana Miranda Carreño, así le decía de cariño a sus esposo, un apodo que se gano por su enorme estatura y peso, el cual tenía un apetito feroz, para el cual Doña Ana siempre preparaba abundantes platillos, mismos que hoy se sirven en su restaurantes, de la cocina típica chilena.
Después de un largo recorrido, el grupo que viajábamos por Chile llego hambriento y entusiasta por conocer más de cerca las costumbres culinarias de los pobladores chilenos. Rodeados de una ambiente familiar y de grupos que reflejaban la alegría de quienes los conformaban, nos dispusimos a degustar cuanto nos pusieran en frente.
Con una muy respetable reputación de más de 60 años, Juan y Medio nos hace sentir como en casa, y si no fuera porque varios de los que nos acompañan hablan otro idioma, pasaríamos como cualquier otro chileno que por ahí pasa para gozar de los platillos que día a día sirven para conquistar a propios y extraños.
Cuando escuche el sin fin de peticiones que hizo María José pensé, esto se va a poner bueno, así que traté de calmar mis ansias con una cerveza local mientras compartíamos nuestras experiencias de cada momento vivido hasta ese instante de nuestro viaje.
Finalmente llegaron las viandas, plato tras plato se fue llenando la mesa y todos corrimos cámara en mano para tomar tantas fotos y en el menor tiempo que nos fuera posible para aventar todo, agarrar el tenedor y meterlo en todas esas delicias que se postraban frente a nosotros.
Lo primero a lo que le metí el diente fue a la Pichanga, un platillo típico chileno que se acostumbra comer en casa como botana durante los partidos de futbol o reuniones familiares. Se compone de lengua cocida en olla de presión aliñada, jamón y arroyado (carne de cerdo adobada que se pico y luego se envuelve con los mismos cueros) aceitunas y queso.
A este le siguieron platillos con huevos fritos, chorizos, verduras, papas cocidas y algo que en México se conoce como moronga o en España la morcilla que es a base de sangre de puerco y se hace un embutido. También otro plato muy rico que es como la panceta en la que envuelven la carne del cerdo con la piel y luego la amarran y se va cortando en rebanada y como si esto no fuera suficiente, grandes trozos de rica carne jugosa y muy saborosa. Y mientras todos metíamos el tenedor y el cuchillo en cada plato, María José me explicaba que frente a nosotros estaban todos esos platillos que en su casa y la de sus amigos y familiares se disfrutan un día cualquiera, en verdad estábamos comiendo como en casa de un chileno cualquiera.
Hay tantas cosas que nos unen a los latinos, entre esas, el tema de la comida y aunque algunos los llamen de forma diferente, las raíces se encuentran y se entre cruzan en las mesas y costumbres culinarias de muchos. Tal vez para mis amigos de Polonia, Sudáfrica o Corea esos platos era de lo más extraño algunos y otros no tanto o todos por completo, pero para mi, resulto no ser tan diferente y hubo sabores y texturas que me mostraron que los chilenos y mexicanos no somos tan diferentes y hay sabores que nos unen.
Sin lugar a dudas es impensable que visiten Chile y no se de un tiempo para visitar este lugar y conocer de cerca a los chilenos a través de su gastronomía.
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