Por: Carlos Dragonné y Elsie Méndez
Puebla siempre ha tenido algo que me atrae. Su arquitectura, el trazado de sus calles y, sobretodo, esa historia que se respira entre los pequeños y grandes espacios de la ciudad atraen de manera inmediata mi añoranza por despertar en una ciudad vigilada por los volcanes y que, afortunadamente, está a la distancia de un simple impulso de fin de semana. Así fue como viajamos a Puebla hace unos días y lo que encontré de regreso a esta ciudad fue más sorpresivo de lo que hubiera esperado.
Desde nuestra llegada las tradiciones parecían esperándonos. Parte de Tesoros de México, el hotel Mesón de la Sacristía de la Compañía, abrió las puertas de esa casona del siglo XVII para adentrarnos en una construcción que esconde, detrás de esas grandes y pesadas puertas de madera con detalles de hoja de oro, un trabajo de recuperación y remodelación del inmueble digno de ser admirado en toda su dimensión. Sede, además, de una de las tiendas de antigüedades de más arraigo en la ciudad, no sorprende ver que todo, absolutamente todo lo que forma parte del mobiliario tiene una etiqueta colgada con un código de ventas y un precio, lo que lo convierte en un hotel Boutique que ofrece al viajero la oportunidad de hacerse de ese pequeño detalle que lo enamoró desde el lobby hasta su cuarto. Caminando entre viejos muebles de madera tallada, pianos de todo tipo y con toda clase de historias entre sus teclas, cuadros, fotografías y detalles que han visto impávidos el pasar de los años. Leobardo Espinosa, propietario y administrador del Mesón de la Sacristía nos recibe con una espectacular comida de platillos tradicionales en el restaurante del hotel para contarnos lo que Puebla ha cambiado en estos años y cómo una ciudad ha ido transformándose para unir la fuerza de la historia virreinal con la modernidad del siglo XXI en una mezcla que parece hecha a la medida del viajero ocasional pero, al mismo tiempo, del viajero especializado por la profunda variedad de opciones que la Puebla de hoy tiene para presumir.
Tras habernos acomodado en nuestra habitación, misma que ayuda a continuar el sueño atemporal de estar en una vieja casona hace 200 años, decidimos caminar por el centro de la ciudad para empaparnos con lo que sería el redescubrimiento de un lugar. Por supuesto, la primera etapa de nuestro recorrido fue el famoso y tradicional Bazar de Antigüedades del Callejón de los Sapos, localizado a escasos 50 metros del hotel. Aquí se puede respirar la Puebla clásica. Esa en donde sus habitantes se aferran a la delicia de descubrir, entre miles de artículos, una pieza anhelada por generaciones o, dado el caso, una nueva fuente de obsesión para los coleccionistas empedernidos que recorren el gentío y saludan a quienes atienden los pequeños puestos callejeros, la ironía de “¿Qué hay de nuevo hoy?”. Relojes de 1880, piezas de cobre con el paso de un siglo de cocina tradicional, cuadros y fotografías que estuvieron empolvándose durante 50 años y hasta pequeñas piezas artesanales autóctonas de las familias que hicieron grande a esta ciudad, conviven en un barullo de clásicos artículos esparcidos por la calle, mientras escuchan el sinfín de conversaciones, negociaciones y peticiones de mercancía que, día con día, los poblanos exploran como si se tratara de cazarrecompensas arquetípicos de la literatura best seller.
Mientras tomábamos el postre y el café aún en el hotel, Leobardo Espinosa nos recomendó visitar el Museo Amparo, pues nuestra llegada coincidió con la exposición de Annette Messager, artista plástica francesa que, gracias al convenio establecido entre el Museo y el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou, fue posible traer a México esta exposición que, pronto, estará en la ciudad de México en la que se hace una retrospectiva de esta artista que, entre otras cosas, fue acreedora al León de Oro de la Bienal de Venecia. Esta exposición que aún estará en Puebla hasta el próximo 10 de enero, fue la primera señal de una Puebla distinta, abierta y con los ojos puestos en el arte contemporáneo y las nuevas tendencias de lo que sucede en nuestro país.
Eso se volvió este viaje. Un paseo por una Puebla que, si bien nos llamaba desde sus clásicos e icónicos lugares, nos fue llevando por los nuevos rincones del esfuerzo de modernidad que está surgiendo en una ciudad que día con día alberga filmaciones de películas, expresiones artísticas de todos los ámbitos, planes de modernidad y urbanización y, detrás de todo ello, los edificios con siglos de historia vigilan el crecimiento sabiendo que ellos son la base de lo que sucede. Así llegamos al Restaurante “La Noria“, un conglomerado que une gastronomía, arte, expresión y un taller de artistas en el que expresiones y exposiciones conviven con una cocina internacional creada para satisfacer los paladares de los poblanos y que recibe a los turistas para llevarlos de la mano a una galería de arte en la que podrán disfrutar de exposiciones pictóricas y fotográficas en constante rotación. De los sabores del restaurante les platicaremos en otro artículo, pero basta decir que fue una experiencia satisfactoria que llenó nuestra expectativa en varios sentidos.
Ya entrada la noche y después de una visita al Hotel El Sueño para conocer sus nuevas instalaciones tras la remodelación realizada hace unos meses y, por supuesto, disfrutar uno de sus famosos martinis de pera, regresamos al Mesón de la Sacristía caminando en un centro histórico que nos acompaña en silencio expectante.
Flor de cempasúchil, esencia que florece este Día de Muertos
Festival “Del Mexico Prehispanico al Virreinal” en Las Ventanas al Paraiso
Phoenix, Scottsdale y Tempe: Comida, bebida, spas y una ciudad sorprendentemente viva
3 comentarios
good
Gracias Jeremy
puebla es una siudad magnifica, e vicitado museos y hoteles diferentes, ademas del gran centro historico, que al simplemente verlo te das cuenta de todas las cosas que se vivieron como la batalla de puebla. realmente es una ciudad que tiene mucho que contar
Los comentarios están cerrados.