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Musical Instrument Museum: Phoenix tiene un mensaje único para nosotros.

por Carlos Dragonné

Por: Carlos Dragonné

Tengo una historia muy personal con la música. No sólo me acompaña en casi cualquier momento, sino que me conecta con pedazos de mi vida que son fundamentales, con recuerdos que acarician el abanico entero de las emociones. Es por ello que al despertar la segunda mañana en esta ciudad, lo primero que busqué fue el horario de un lugar del que muchos me habían platicado y que, desde la confirmación del viaje, puse en mi lista de prioridades. Bienvenidos a Phoenix. Hoy el tour empieza en el Musical Instrument Museum.

Honestamente no me hubiera imaginado que había tal pasión por la música en esta ciudad. Pero, como podrán ir leyendo en los artículos ya escritos y en los que aún están por llegar, Arizona es un estado que va a hacer mella en mis preconcepciones en más de una ocasión. Por ello, he de confesar que para este momento, ya había abandonado todo lo que creía saber de Phoenix y me había entregado a la idea de entender que cada espacio esconde rincones en los que todo tipo de viajero puede ser conquistado.

A escasos 10 minutos del Residence Inn Downtown Phoenix que fue mi casa en este destino, el Musical Instrument Museum vuelve a fortalecer mi creencia de que es la expresión artística la que nos habrá de alejar para siempre del colapso. En una época en la que el acceso a una canción está a un click de distancia, parece necesarísimo que volvamos al origen de lo que hoy damos por sentado.

Con una curaduría que merece aplausos, este museo divide su exhibición permanente en los continentes del planeta, con los instrumentos de tribus y sociedades que utilizan la música para algo más que simple entretenimiento. La música fue y sigue siendo una de las fuerzas de atracción y conservación de historias, lenguas y tradiciones en países alrededor del mundo. Cruzar las puertas del pabellón de África, por ejemplo, es adentrarnos a un espacio en el que percusiones y flautas han congregado a sociedades alrededor de fuegos y danzas que pueden ser, incluso, un rito de paso hacia clases superiores o, por ejemplo, un imperante deseo de nunca ser olvidados.

La música ha estado presente en la historia desde que el ser humano entendió la importancia de la comunicación. Es a través de ella que comenzamos mitos, historias y religiones. En los cimientos de la música está la creencia de que nos acercamos a fuerzas mayores que nos observan y nos cuidan desde moradas no terrenales. Bien lo dijo Campbell en Psicoanálisis del Mito que somos más cercanos y más parecidos de lo que nos dignamos a entender.

Es también el vínculo con nuestro espíritu, como queda claro cuando avanzamos por Asia y los pasillos nos muestran sonidos que relacionamos inmediatamente con la paz mental y la meditación. Miles de años de historia nos han llevado a entender que la frecuencia de la música puede conectarnos con un nivel superior de conciencia. Entre cuerdas que embelesaron a Emperadores y trompetas que llaman a monjes tibetanos a la meditación, se nos pone de frente la necesidad del sonido armónico en el paso diario de nuestras vidas.

Y, entonces, cruzamos el umbral del pabellón de Europa y llegamos a esos grandes pianos, a las pianolas de la historia y la cultura, a la creación de las grandes óperas y las sinfonías que siempre estarán asociadas con la grandeza de genios que se han vuelto inmortales. Entre el marfil y el blanco y negro de pianos históricos, caminamos para reconocer lo que el paso de las notas ha dejado en el subconsciente colectivo: una declaración de que, como el aire, la música es el elemento fundamental que nos ayuda a sobrevivir.

En el Musical Instrument Museum no sólo estamos en el reconocimiento de esas notas que nos han acompañado y nos llenan de recuerdos, sino en la devoción entera al arte más extensa y pura, porque música habrá cuantas sociedades distintas existan. En ocasiones muy sutiles, pero las diferencias están ahí, en los ritmos, en los movimientos. Pero, sobretodo, en el significado de la música misma.

Y, entonces, llego al continente americano, en donde paso por trajes de charro, por trompetas de banda, por música peruana y tango argentino. Camino entre los ritmos de la cumbia, la salsa y el calor latino impreso en los ritmos y canciones que han marcado a todo un continente. Y me detengo en un espacio que me enseña que la música nos envuelve a todos y es capaz de borrarnos hasta las carencias.

En Paraguay hay un pueblo llamado Cateura, construido alrededor de un basurero enorme. En medio de la pobreza más vil, una orquesta ha nacido, usando instrumentos que se construyen a partir de cosas encontradas en la basura. Un cello que antes era un bote de aceite para auto; un violín era una lata con clavijas que antes hacían ñoquis. Y, con un espacio de mayor adversidad imposible, estos niños han creado una orquesta que suena como las mejores del mundo. Porque la música no sólo nos invita a soñar sino a perseguir esos sueños.

Es, quizá, la reacción más impactante y, al mismo tiempo, la única e inevitable de todo el recorrido del Musical Instrument Museum. La música nos lleva por un camino que sólo nosotros conocemos. Por ello es que es la única forma de arte que se aprecia completamente al cerrar los ojos. Entonces, entre los pasillos surge el piano de John Lennon y las guitarras de Jimi Hendrix. Ahí conviven con los pianos de Steinway & Sons y las pianolas donde Mozart deleitaba a la corte real. Hacen eco al fondo con el guitarrón jalisciense y las trompetas de bronce del Tíbet.

Es en este momento en que recuerdo un artículo leído en el NY Times sobre nuestro romance fallido y terminado con lo digital. El retorno de lo análogo en diferentes puntos de nuestro día a día se está volviendo una declaración de principios de una generación que se atragantó entre la inmediatez y que, un día, se descubrió víctima de la ansiedad que le causaba la ausencia del esfuerzo. Ahí es donde la música jamás habrá de perecer frente a la vorágine de la actualidad.

Sí… tenemos iTunes, Spotify y Amazon Music. Tenemos descargas digitales y formatos MP3 que llegan a nuestros teléfonos y nuestros autos con radio satelital. Pero en medio de un crecimiento sustancial de la venta de vinilos y detrás de la imperante necesidad de tener algo, está la paciencia y el momento de pausa que debe existir durante cada segundo de la música que se escucha, cada minuto en que el arte pasa a través del alma según lo que el propio artista decidió crear.

La música conecta con el alma como pocas cosas que hemos creado como humanidad en los miles de años desde que existimos. Salgo del Musical Instrument Museum y agarro camino hacia el centro de Phoenix. En mi memoria resuena el eco de las notas de piano que mi padre tocaba hace muchos años, en una noche de 1995, la última vez que lo vería antes de que falleciera.

Musical Instrument Museum

Días después en este viaje, en otro museo, algo inaudito sucedió y me encontré sentado en el banco de un Steinway & Sons de 1925, parte de la historia de la ciudad del norte de Arizona en la que me encontraba. Y, entonces, toqué… me dejé ir unos minutos. Quisiera poder decirles con palabras exactas lo que sentí. Pero se que entenderán que la magia de la música es, precisamente, que nos habla a cada uno en un idioma distinto, particular, único e irrepetible. Y las palabras que nos dice son sólo para nosotros.


Nuestro artículo de ¿Qué hacer en Phoenix y su área metropolitana?está aquí.

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