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Museo Thyssen-Bornemisza, estímulo para el paladar y un festín para la mirada.

por Elsie Mendez Enriquez

Por Elsie Méndez @sabormexico

Una de las cosas que más disfruto en ciudades como Madrid son sus museos, las artes plásticas siempre me han parecido fascinantes, y aunque lejos estoy de ser una experta o gran conocedora de arte, se que cuando veo pinturas de artistas como Rembrandt, Caravaggio, Miguel Angel, El Greco, Van Gogh, Cezanne, Picasso, por solo mencionar algunos, algo me conecta con sus obras y me siento diferente al salir de los museos, como si mi vista y mi mente se hubieran dado un gran banquete. Pero aún más interesante resulta cuanto un espacio como el Museo Thyssen-Bornemisza lleva a cabo un recorrido haciendo énfasis en obras que resultan un estímulo para el paladar y un festín para la mirada.

La ciudad de Madrid organiza desde hace algunos años el Gastrofestival, con el cual promueve no solo restaurantes, bares y hasta tiendas gourmets con menús especiales y actividades que permitan dar a conocer su enorme oferta gastronómica, también incluyen teatro, música y por supuesto a los museos. Así fue como revisando el programa y calendario de eventos para este 2014 me encontré con esta opción que, al menos yo, nunca había vivido en otro lado, en la cual el tema principal de las obras tenia que ser relacionada con la gastronomía y resulto ser de lo más divertido.

Reservar fue muy sencillo, con mi agenda y plan de viaje organizado busque las fechas en las que se llevarían a cabo y seleccione el día que mejor se acomodaba a mis actividades durante ese fin de semana, envié mi solicitud en el mismo sitio del museo y me llego un correo con mi confirmación y el costo del mismo, por solo 32 euros, incluía un recorrido de una hora y al final una degustación de una tapa inspirada en las obras, vino y otras bebidas que les contaré más adelante.

Retrato de una joven, PARIS BORDONE

Retrato de una joven, PARIS BORDONE

Nuestro pequeño grupo estaba listo para dar inicio a un viaje por el tiempo a través de las obras de importantes artistas que nos enseñarían de la cultura, las costumbres y las formas de vida en los diferentes siglos que cada uno vivió y represento en sus lienzos. Dieciocho obras que iban desde el siglo 15 hasta el 20 de las cuales pude aprender de los significados de algunos elementos que los artistas usaban para expresar sus usos y costumbres en esas épocas.

Y es que la pintura y la gastronomía siempre han estado muy unidas, porque en ambos, tanto los artistas como cocineros, ha utilizado los mismos productos para crear sus obras de arte, un ejemplo es la miel y el huevo para la confección de la pintura que a su vez son ingredientes de cientos de platillos. Y que me dicen de los platillos que muchos cocineros preparan actualmente que son verdaderas obras de arte y a veces uno no quiere ni comérselas por lo hermosas que son las presentaciones.

Bien dice el texto del folleto explicativo del recorrido:

» La alimentación no solo es fuente de sustento, sino también vehículo de culto, manifestación de riqueza, ritual social y placer convival que pone en juego a la totalidad de los sentidos y nutre el espíritu. El arte culinario, que es creatividad y color a semejanza de la pintura, atrae a la vista. Como en un laboratorio de alquimia, entre redondas, tarros, pinceles y espátulas, el cocinero y el artista, han transformado sus materias primas – azafrán, bayas, aceite de nuez o de linaza, caseína, cola de pescado, vinagre y yema de huevo – en una creación que, en virtud de la oposición entre lo crudo y lo cocido, marca el tránsito de la naturaleza de la cultura».

retrato de matthäus schwarz, 1542

retrato de matthäus schwarz, 1542

La primera parada fue ante un cuadro de La última Cena de 1485, la pascua celebración durante la cual los alimentos son símbolos de los momentos que vivieron los judíos como esclavos en Egipto, su éxodo y su libertad. «Retrato de una joven» de 1543 me enseño que durante el renacimiento la vista y el oído eran sentidos de contemplación y los otros eran mal visto porque incitaban al pecado. En se bello cuadro, la joven sostiene en su mano una cadena atada a un mono, un animal asociado al sentido del gusto y que se convertiría en el emblema de la gula. La opulencia y belleza de la joven en el cuadro hace un doble juego metafórico entre la comida y el erotismo. El binomio entre la sensualidad y la comida dio eco a historias como la que dice que los tagliatelle fueron inventados por un cocinero inspirado en la bella  y rubia cabellera de Lucrecia Borgia y los tortellini fueron modelados a partir del ombligo de una dama complaciente.

¿Cuanto se puede aprender de la historia, de las costumbres, de la vida cotidiana a través de un solo cuadro? Con solo esta obra «La última cena» de un anónimo veneciano de 1570, los 32 euros resultaban pocos. Ubicado en la sala 3, ese lienzo de parsimoniosa simplicidad, nos muestra un suntuoso banquete dentro de una refinada escenografía teatral en la que aparecen elementos seculares como los sirvientes, los animales domésticos, finas vajillas, manteles bordados y alimentos que formaban parte de la cultura gastronómica del Renacimiento. Decía Alejandro Dumas en su diccionario de cocina «¿Debemos a caso a las especias las obras maestras de Tiziano? estoy tentado a creer que es así». En un ambiente cultural que elevaba a las aspiraciones de los artistas venecianos a un mayor reconocimiento intelectual y social, surgieron celebres cocineros y autores de tratados gastronómicos como Cervio, Platina o Scappi, quienes recomendaban que los alimentos fueran agradables a la vista, con un bel colore. La sensibilidad y refinamiento empezaron entonces a vincularse indisolublemente en los placeres de la mesa. Los banquetes renacentistas no solo satisfacían las necesidades nutricionales de los comensales o expresaban el estatus social del anfitrión; entran también un pretexto para que los invitados hicieran ostentación de sus buenas maneras y elocuencia. Comienza el uso de la servilleta y el tenedor de la época bizantina.

bodegon con pastel de frutas y diversos objetos, Willem Claeszoon Heda 1634

bodegon con pastel de frutas y diversos objetos, Willem Claeszoon Heda 1634

El S. XVII, el siglo de oro, fue una época gloriosa y de especial prosperidad para Holanda en la cual se producen una gran demanda de obras de arte por parte de la burguesía, y una de mis favoritas, esos cuadros tan realistas y llenos de detalles como los bodegones que muestran elementos que uno casi pudiera tomar del lienzo y llevarlos a al boca. Desde los mercados que celebran la abundancia de productos y la bonanza comercial, cocineras retratadas en su entorno habitual y los ya nombrados bodegones uno ve retratado a detalle la vida y costumbres de la sociedad holandesa. El limón como símbolo de la templanza, las ostras el sexo.

Durante el siglo 18, el rococó, donde se analiza la burguesía francesa por lo que come, mantarrayas, lubinas, el inicio de los restaurantes cuando los grandes cocineros pierden a la aristocracia y comienzan a atender al resto de la población. Dejan las las especies y las salsas para preparar alimentos más simples.

A punto de terminar el recorrido, pasamos de frente a la colección con las pinturas del impresionismo. No había en ese momento ningún cuadro como los de Renoir o Toulouse-Lautrec que nos muestran a la sociedad parisina en cafés y la vida nocturna. Creo que fue a través de los impresionistas que me enamoré de la pintura y si me hizo falta verlos de cerca de nuevo.

Renoir

Renoir

El cuadro que cierra la visita es de Giacomo Balla, «Manifestación patriótica» 1915, rojos, blancos y verdes, que no solo corresponden al color de la bandera de Italia, también a los de los ingredientes de la pizza, platillo que según la historia fue creado por un cocinero de la Pizzería Brandi de Nápoles para honrar a la Reina Margarita de Saboya. Aunque el cuadro en si nada tiene que ver con la gastronomía, nos recuerda que los provocadores futuristas agitaron la bandera de la revolución en todos los ámbitos de la vida. En 1930 se publicó el manifiesto de la cocina futurista, con lo que declaraban su hostilidad a la pasta, a la que acusaban de embrutecer al pueblo italiano.

El festín aun no terminaba, todavía quedaba una cosa más por disfrutar, esa tapa que les comenté es parte de la experiencia que el Museo Thyssen-Bornemisza ha creado para los amantes de la gastronomía, donde de la vista, pasamos al sentido del gusto, del olfato y del placer. En un privado de la cafetería principal del museo, el artista cocinero nos esperaba para explicarnos sobre su obra.

Carpaccio de lomo de cordero

Carpaccio de lomo de cordero

Carpaccio de lomo de cordero marinado y especiado con un toque de café y cítricos, confitura de berenjena, canela y crujiente de semillas. El elemento principal, el cordero haciendo alusión al cuadro de La última cena, las técnicas del marinado que une el concepto de la caza y la polaridad entre crudo y cocinado del cuadro de La Cocinera. El uso de las especias, bienes en si mismos e indicativos de opulencia y riqueza que remite al Bodegón con Pastel de Frutas y Diversos Objetos y a su época. La Berenjena que entronca directamente con el siglo XVII y por supuesto la alusión al pan con el crujiente de semillas, la base alimenticia de muchas culturas y simbólico en muchas de las obras.

Una enorme mesa con vino de la Rioja, cervezas de marcas y estilos varios, refrescos y sodas, para acompañar el final de un encuentro exquisito para todos los sentidos.

Existen muchas personas que tal vez no sean tan aficionadas a los museos y los enormes recorridos y las horas que debe uno invertir en ellos para poder apreciar a detalle cada obra, pero les aseguro que esa hora se va como agua entre las manos y cuando uno viene a ver ya se esta despidiendo de quienes fueron parte del grupo y de la guía. Al final, no todo es el simple hecho de comer y beber haciendo nuestra lista de sitios cada vez más extensa. Hay que conocer del origen de las cosas que hoy disfrutamos tanto y una visita al Museo Thyssen-Bornemisza será un banquete que no olvidarán jamás.

Si quieren saber más sobre nuestros viajes, tenemos una sección completamente dedicada a ello.

Museo Thyssen-Bornemisza
Dirección: Paseo del Prado, 8, 28014 Madrid, España
Teléfono:+34 902 76 05 11
http://www.museothyssen.org/thyssen/home

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