Tres mujeres hermosas, divinas, hijas del sol y de la luna, descritas por la luna y las estrellas; anunciadas por un amanecer que sabe a polvo, a esperanza, a recuerdos hechos por hombres que nunca estuvieron y nunca regresaron, a rezos que prometen una nueva historia donde las mujeres no se casen por imposición paterna, donde las ansias femeninas de ganarse la vida sin jornadas de sol a sol no sean motivo de burla, de reclamo, de escarnio por su misma sangre, por su pueblo, por los padres y los abuelos cuya genealogía está hecha con el maíz y el agave.
Dicen que el agua del manantial de la región es milagrosa; tal vez por eso la piel de estas damas indígenas es bella, radiante, fresca, a pesar de las desmañanadas, de los golpes del sol y del aire en el campo, tanto en la siembra y la cosecha; de la impotencia y el hastío ante la pobreza.