Por: Carlos Dragonné
Si alguien me hubiera dicho que mi fin de semana terminaría de esa forma, jamás lo hubiera creído. Lo que pintaba para ser un pequeño descanso de dos días sentado frente al televisor, con el teléfono de servicios de comida a domicilio a una cómoda distancia y una interminable cantidad de películas para ver y disfrutar, terminó en un vaivén de compras de emergencia, una maleta velozmente empacada –que, por supuesto, descubrí incompleta al buscar un cepillo de dientes– un viaje en taxi a las 5 de la mañana de un domingo y mi pase de abordar en el aeropuerto con apenas unos minutos para subirme al avión. Mi destino: Mérida. La razón: redescubrir una ciudad que tenía más de 10 años de no visitar y disfrutar lo que este destino, por muchos olvidado por la cercanía con otros lugares como Cancún y Playa del Carmen, tiene reservado para el viajero ya sea que su razón sea negocios o el simple placer de la península.
Mérida ha cambiado, sin duda. Ya no es esa pequeña ciudad que recordaba y que, a su vez, me parecía enorme y llena de esa alegría tan característica de los yucatenses. Si bien la alegría sigue presente, las calles ya son avenidas y la invasión de franquicias y tiendas que podemos encontrar cualquier día de la semana paseando por los centros comerciales de la ciudad de México, aún guarda espacios donde se puede respirar esa autenticidad y belleza de una ciudad fundada en el siglo XVI. Justo ese espíritu antiguo me recibió al llegar al hotel en donde pasaría los siguientes 4 días: Hacienda Santa Cruz. Esta hacienda, enclavada en medio de la selva de Yucatán y localizada a las afueras de la ciudad –lo que, sin duda, aumenta la sensación de privacidad y relajación– fue construida en el siglo XVII y se puede notar el extraordinario trabajo de restauración que sus actuales dueños comenzaron y que hoy ofrece una de las vistas más nostálgicas por el México preindependentista. Rodeando un jardín de dimensiones colosales, las habitaciones de Hacienda Santa Cruz, albergan hoy al turista en espacios dignos de un viaje en el tiempo y que, en su momento, albergaron a monjes franciscanos. Convertida después en una finca agrícola de productores de henequén, los edificios hoy han sido restaurados a su magnificencia hasta en el más mínimo detalle. Todas distintas, las habitaciones del hotel se dividen Suites y habitaciones Dobles, con el agregado extra de una habitación denominada La Casita que puede recibir a una familia entera en lo que, alguna vez, se llamó La Casa de los Peones y que hoy ambientada con tonalidades verdes y naturales ofrece una experiencia de descanso placentera e inigualable.
Los actuales dueños de Hacienda Santa Cruz llegaron a Mérida hace más de 10 años después de haber viajado a esta capital por primera vez y descubrir ese llamado que la vida nos hace a todos y que, lamentablemente, muy pocos escuchan y responden. Caroline Franck y su esposo Robert eran, hasta antes de llegar a México, exitosos en París, cada uno en su ramo; él un fotógrafo con amplia experiencia en el cine y la televisión francesa, ella una exitosa empresaria dueña de una boutique en el centro de la ciudad de la luz. ¿Qué cambió? Según palabras de la propia Caroline: “Encontramos lo que durante mucho tiempo estuvimos buscando. Queríamos dar un vuelco a nuestra vida y dedicarnos más a estar juntos, crear una vida distinta en donde la felicidad fuera el eje de lo que hacíamos día con día” y, tras un viaje de Robert a Mérida que resultó un completo desastre del que sólo esperaba pudiera escapar, en los últimos días de su estancia, descubrió en la comunidad de Santa Cruz Palomeque, este espacio abandonado y supo, de inmediato, que París había quedado atrás. Tan solo 5 meses después de este viaje, Caroline vendió su boutique y emprendieron juntos una aventura que les tomaría algunos años ver terminada. Hoy, su familia ha echado raíces en la península de Yucatán y han creado uno de los espacios más bellos que hemos visitado, dignos de pertenecer a Hoteles Boutique México, asociación dirigida por Sylvie Laitre que busca ofrecer al turista lugares en donde su experiencia de hospedaje sea completamente única e irrepetible.
Hacienda Santa Cruz ofrece, además, servicios de Spa, atención personalizada de sus dueños, una sala de conferencias y un menú creado de manera única todos los días en su restaurante Le Creole, bajo las órdenes del joven chef Juan Carlos Arce quien, originario de Mérida y con una amplia experiencia en restaurantes de todo el mundo –Shangai fue su última ciudad, antes de volver a Mérida por invitación de Caroline Franck–, toma las riendas de este proyecto culinario inspirado en ofrecer a los comensales platillos naturales y realizados con ingredientes 100% locales, lo que le da un plus en términos de gastronomía de biodiversidad y productos kilómetro cero. Cabe destacar las raíces caribeñas de Caroline, quien nació en Isla Guadalupe, pues se siente detrás de la cocina ese sabor antillano que Arce fusiona correctamente con sus técnicas y bagaje culinario. Desde la clásica e imperdible Sopa de Lima hasta un Magret de Pato, Le Creole tiene inspiración internacional para los paladares de sus visitantes pues, como nos comenta Robert Franck, “nuestro mercado es mayormente internacional, ya que los turistas mexicanos prefieren quedarse en hoteles sencillos del centro de Mérida. Aquí llegan canadienses, norteamericanos y, principalmente, franceses.”
Por la tarde, dediqué unas horas a recorrer a pie el centro de la ciudad de Mérida, encontrando muchas de las razones del por qué, en el año 2000, esta ciudad fue nombrada Capital Americana de la Cultura, distinción que sólo comparte con Guadalajara en nuestro país. Cada semana desde hace más de 20 años, el centro de Mérida lleva a cabo una verbena popular llamada Mérida en Domingo, en la que se puede apreciar el profundo arraigo cultural de la capital del estado entre su gente, bailes públicos, vaquería, eventos culturales al aire libre y presentaciones de los artistas locales que comunican la necesidad de mantener viva la tradición artística de la ciudad que vio nacer a figuras como Armando Manzanero, Fernando Castro Pacheco, Guty Cardenas, Ricardo Palmerín y otros tantos. La plaza principal de Mérida está rodeada por todo lo que hace famosa a esta ciudad, desde las guayaberas, los textiles de las zonas cercanas, los puestos de comida en donde podemos disfrutar de los famosos panuchos, la cochinita pibil, el relleno negro y el tamal ahogado, además de un sinfín de gente que semana con semana espera este evento público para tomar las calles y pintar la escena con parejas bailando danzón o presenciando un espectáculo de danza regional.
Sin embargo, días después de este viaje a Mérida, el extraordinario chef Ricardo Muñoz Zurita haría hincapié en algo que, sin duda, experimenté en estos días. Es difícil encontrar, por irónico que parezca, un buen lugar de comida yucateca en el mismo Yucatán. A diferencia de Oaxaca, estado en el que la gastronomía es un verdadero tesoro defendido a ultranza, Mérida ha sufrido un olvido local en términos de su cocina y encontrar un buen restaurante para disfrutar la cocina yucateca se ha convertido en una tarea complicada, sino es que casi imposible. El sabor de la gastronomía yucateca que recuerdo haber probado en todo su esplendor en las calles de aquella Mérida a la que viajé hace tanto tiempo se ha perdido dando paso a cocineros callejeros sin una individualidad en sus sabores, homogéneos en su casi mediocridad y faltos de ese respeto por el ingrediente y la técnica detrás de tan importante cocina tradicional.
Sin embargo, no todo está perdido en el tema culinario de Mérida. Dejando atrás la infinidad de franquicias de comida rápida que comienzan a dominar el paisaje de lo que los locales llaman La Nueva Mérida, a escasos 20 minutos del centro de la ciudad –rumbo a Puerto Progreso–, hay un pequeño oasis culinario en otra de las grandes haciendas de la zona peninsular: Hacienda Xcanatun. Los propietarios de este lugar los conozco en otro ámbito completamente diferente pues Tina Baker y Jorge Ruz son dos grandes nombres del mundo publicitario en México, ella como productora de agencia y él un cinefotógrafo con más de 30 años de experiencia. Sin embargo, parece que Mérida tiene algo que hace que uno cambie su vida y, como en el caso de Caroline y Robert Franck, también Jorge y Tina decidieron asentarse en Mérida –aunque Jorge Ruz aún viaja a la ciudad de México a participar en proyectos cinematográficos– para darle vida a Hacienda Xcanatun, un espectacular espacio edificado en el siglo XVIII con fines agrícolas y que, tras haber quedado completamente abandonado en 1980, fue rescatado por este matrimonio en 1994 para comenzar un proceso de restauración que duraría años y que terminaría por ofrecer, más que un hotel, un verdadero complejo turístico de lujo y encanto inigualable. 18 habitaciones con detalles de piedra pulida, enclavadas en medio de lo que parece una pequeña reserva ecológica y surcada por un camino que termina llevándome a su restaurante, uno de los más queridos y exitosos de Mérida. Tina Baker confiesa que “Durante los primeros dos años de vida de Hacienda Xcanatun, fue el restaurante el que mantuvo la operación del hotel, contrario a lo que se acostumbra. Y podemos sentirnos orgullosos de ser uno de los lugares gastronómicos emblemáticos de Mérida”. Tras la degustación preparada de manera especial para Los Sabores de México y el Mundo en la que se siente un especial cuidado por cada ingrediente que se fusiona con técnicas clásicas de cocina para presentar platillos que consienten al paladar y que defienden las tradiciones culinarias de Yucatán. No es de sorprender que Tina Baker, cuando preguntamos sobre los ingredientes, nos comente que ha logrado el establecimiento de un mercado local y orgánico que hoy por hoy surte a Xcanatun de gran parte de sus ingredientes.
La plática con Jorge Ruz y Tina Baker se vuelca hacia los desafíos que Mérida enfrenta en el plano turístico para convertirse en un verdadero destino sustentable de la industria. Y quizá el primer punto que llama mi atención es el hecho de que, para el gobierno federal, Mérida está considerado como destino comercial, lo que eleva considerablemente los precios de viaje a esta ciudad y complica la posibilidad de difusión y promoción con el turista nacional e internacional. De la misma forma, y quizá por la misma razón, el desperdicio de oportunidades para desarrollar programas de recorridos turísticos en la zona han hecho que los esfuerzos de los involucrados en la industria se conviertan en casos aislados, en lugar de programas integrales que apoyen el reestablecimiento de una cadena de acciones que generen mayor flujo de capitales e inversión para infraestructura turística en Mérida. Así avanza la tarde y, al terminar la plática y prometer una futura visita, dejo atrás Hacienda Xcanatun con el compromiso de volver pronto.
La noche me encuentra caminando por las calles de una Mérida que no termino de recordar y que, a la vez, me resulta familiar en muchos aspectos. Sin embargo, la familiaridad que descubro en Mérida es la misma que he encontrado en diferentes destinos de la República Mexicana. Lo que se repite es una verdadera preocupación por quienes día a día luchan por ser parte del turismo en nuestro país pues, al parecer, los programas turísticos y la iniciativa del Estado parecen haberse perdido en medio de un limbo que nadie puede descifrar. Y, entre tanta confusión, todos siguen haciendo su mejor esfuerzo por ofrecer al viajero experiencias que queden guardadas en la memoria y alimenten el deseo de volver. Ya en Hacienda Santa Cruz de vuelta, caminando por los jardines miré el cielo estrellado de Mérida y la pregunta que me he hecho en repetidas ocasiones volvió a rondar mi mente: ¿Qué pasa en México que olvidamos la magia que lugares como este pueden ofrecernos? Y la respuesta aparece con dolorosa claridad: estamos dejando pasar el tiempo entre pretextos y miedos irracionales que han debilitado nuestra posición como potencia turística y pronto, si no hacemos algo, las calles de Mérida –como de muchos otros lugares– habrán de reclamarnos este olvido.
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2 comentarios
muy lindo articulo, al omitir los créditos de las fotografías en este articulo,¿cual es la intención?hacer que las personas piensen que son de su autoría? o que? . ya que en Instagram usted se exhibe como fotógrafo y guionista y cocinero aficionado.
Hola, Roberto. En efecto las fotografías, hasta donde recuerdo, son hechas por mi en el viaje a Mérida realizado. Sin embargo, en ocasiones, posterior al viaje, solicito al destino o los hoteles que me ayude con fotografías si algo falló en las mías. Fue hace tanto tiempo que no recuerdo al 100 por ciento si alguna de éstas las solicité al destino. Pero te puedo garantizar que nunca me he hecho de fotografías que no sean mías ni lucrado con ellas. Me llama la atención que de manera tan específica lo menciones porque, como fotógrafo, yo haría eso si veo alguno de mis trabajos en línea. Si es así, por favor házmelo saber. Si no, me gustaría saber el por qué de tu comentario tan directo. Y sí, soy fotógrafo, guionista y cocinero. De hecho también Editor en Jefe de este sitio y Director de Cine.
Saludos,
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