Cuando tenía unos 17 años y en los años en que las salas de chat eran la moda más reciente y el lugar donde pasábamos cuanto tiempo acomodábamos después de las actividades diarias —recordemos, eran tiempos de modem telefónico, chats de solo texto y líneas ocupadas para conectarse en la red—, conocí virtualmente a una oriunda de Mazatlán. Nunca nos conocimos más allá de las ventanas de chat, pero recuerdo que después del clásico «Y, ¿de dónde eres?«, nos aventábamos horas platicando del puerto donde vivía. Varios años después —calculen la edad si les hablo de módem telefónico—, en un viaje que me llevaría a atravesar medio país para llegar a Tijuana, acabé manejando a Mazatlán y descubriendo una ciudad de la que ya me había olvidado por completo.
Empezando la carretera a Mazatlán desde Guadalajara.
Mi viaje arrancó en la ciudad de México. El primer día dormimos en Guadalajara –y aprovechamos para cenar en Mexía del que ya les platicamos por aquí– en uno de los muchos hoteles City Express que nos recibieron en este recorrido. Tras un reparador descanso y un buen desayuno, agarramos camino a Mazatlán.
Esta ruta que nos llevó a atravesar el famoso paisaje agavero y el mapa marcaba que duraría unas 6 horas. Pero antes de nuestra llegada necesitábamos parar en Villa Unión. ¿Por qué en Villa Unión?
Este pueblo a 20 minutos de Mazatlán es donde originalmente estaba Mazatlán. Sin embargo el crecimiento comercial del puerto hizo que se moviera a donde hoy está. Pero en Villa Unión se quedó algo que vale la pena el desvío: El Cuchupetas. «¡A’pa nombrecito!«, me dijo un amigo cuando le escribí para decirle dónde estaba. Pero no podía dejar de pararme ahí y menos después de la recomendación de una colega periodista que es de Mazatlán y nos ayudó a armar un poco la ruta de los siguientes días.
El verdadero origen de los sabores de Mazatlán
El lugar se llama así por su dueño quien ha vivido con ese apodo desde hace décadas. Un oriundo de Villa Unión que puso un pequeño puesto de mariscos y que, como todo lo bueno, fue creciendo para convertirse en referencia. Una fonda simple, sencilla, sin complicaciones. Comida de la región y platillos que son clásicos. Ceviche, aguachile, coctel de camarón. El secreto está en un producto que no puede ser más fresco. «Este estaba nadando ayer«, me dice el mesero que nos atiende, un poco a manera de broma y un poco a manera de simple información.
Ya sin hambre, nos pusimos en camino. Los últimos veinte kilómetros del recorrido sirvieron para aprender el camino de regreso a Villa Unión porque me prometí regresar por un poco de camarón seco antes de continuar el camino hacia el norte. Pero en ese momento llegamos al hotel, dejé maletas, me cambié de zapatos y nos fuimos caminando al Malecón de Mazatlán.
Conociendo a pie una ciudad como Mazatlán.
Una ciudad se debe conocer a pie. Es más, se debe conocer a pie. Recorrer el punto neural de los destinos a pie es sentir la vibra de los espacios y te da la oportunidad de ver a la gente cara a cara. Te puede decir mucho de una ciudad el encontrarte de frente con quienes la habitan.
En el caso de Mazatlán, te habla de una ciudad activa, que está buscando mantenerse en movimiento, asomar la cabeza en el enorme abanico de opciones que hay en las costas mexicanas. Y es que más allá del Carnaval de Mazatlán, este puerto no es un destino que destaque entre las selecciones del viajero de playa en nuestro país.
Terminamos la caminata del malecón buscando otro de los pequeños secretos que nos habían contado sobre este destino. Como en muchos lugares del interior de la República, las cenadurías siguen siendo algo de todos los días. En el caso de Mazatlán, nos apuntaron a una en particular: La Copita Cenaduría.
De los tesoros de Mazatlán.
Un lugar que abrió sus puertas en 1965 y que mantiene, nos cuentan, los sabores tradicionales de algunos de sus platillos clásicos. Ir a una cenaduría es hacerle honor a la cocina de platillos típicos de las ciudades donde se encuentran. Y aunque el menú parecería lleno de platillos comunes como pozole o tostadas, la realidad es que los sabores de cada cenaduría van a tener una identidad única. De hecho, el asado mazatleco es algo que, bien lo dice el nombre, sólo enconrtrarán acá.
Dos pozoles, tres tostadas y unos tacos después -tacos de cueritos de res, de hecho- emprendimos el camino de regreso al hotel. Mentiría si les digo que nos aventamos los 5 kilómetros de regreso a pie. Después de todo, había que subirnos a las famosas “pulmonías“. Estos carritos adaptados para transporte público van descubiertos y parecen parte de un concurso a la extravagancia de neón, música, estampitas pegadas y fiesta en movimiento. Consejo: no dejen que les vean la cara de turistas porque luego quieren cobrarles el doble de lo que en realidad cuesta un viaje.
Despertar en Mazatlán y pensar en mar, coco, comida y playa.
A la mañana siguiente, ya descansados, nos tocaba disfrutar del Mazatlán que todos buscamos. Y, de nuevo, recurrimos a la recomendación de quienes saben. Nos hicimos una maleta como viajeros playeros clásicos y agarramos camino a Playa Cerritos para pasar unas horas recibiendo sol y disfrutando el sonido de un mar que, además, resultó un perfecto espacio para relajarse y dejar que lavara las preocupaciones.
Las horas pasaron tranquilas, en silencio, con un libro y un poco de música para acercarnos a la tarde. Pero el hambre empezó a crecer y tuvimos que quitarnos las ganas de comer en un lugar que le da a Mazatlán una posición de privilegio en la gastronomía mexicana: La Mazatleca. De ese lugar, les contaremos de manera más específica en otro artículo.
Urge volver a Mazatlán. Estar más días.
Los días son pocos en Mazatlán, eso es un hecho. Intento pensar en una forma de definir lo que este destino ha significado y no puedo evitar regresar con la mente a esa comida en El Cuchupetas, en la que después de atender a unos viajeros de Durango que sólo hicieron el viaje para comer en el lugar, el dueño del restaurante se acercó a nosotros para presumir lo que él veía de Mazatlán. «Entre muchos puertos a nivel mundial, Mazatlán fue nombrado el puerto más hermoso del mundo«, nos decía orgulloso mientras nos despedíamos. «Ya verán cuánto ha cambiado«, nos aseguró. Desde la ventana del hotel, con el Malecón al fondo y las luces de un destino que está luchando por mantenerse a flote en medio de la pandemia, la única frase que me vino a la mente fue «Qué razón tenía, señor Cuchupetas. Qué razón tenía…«.