El posteo en Instagram se volvió loco. Insultos fueron, insultos vinieron. Hubo de todo. “Ya no es Baja California Norte” (cosa que, de hecho, nunca fue, pero hablen con sus editores de libros de texto); “Ese lugar está lleno de malandros” (yo no vi ninguno); “Popotla es lo peor de todo Baja” (¿en serio? Pensaría que el desamparo de ciertas zonas de Tijuana o la devastación del Valle de Guadalupe sería peor); y otros más. Al final, entre tanto comentario negativo que resalta el complejo de cangrejos en el bote, se comprueba que de entre las peores circunstancias siempre hay quienes salen con la cabeza en alto. Tiene lógica. Así es la historia de Mariscos La Estrella. Créanme… una serie de comentarios de mala vibra es lo que menos le importan.
Mariscos La Estrella. Un lugar en Popotla, ese pequeño espacio entre Tijuana y Rosarito
Seamos honestos. Nadie se para en Popotla. Son pocos los turistas que van por ahí. Este extraño vicio de creer que salir de Tijuana es sólo llegar al Valle de Guadalupe nos hace perdernos de diferentes lugares que bien vale la pena conocer. Nos hemos perdido la oportunidad de recorrer a detalle y profundidad lugares porque no salen en las guías de turismo normales. Porque nadie habla de ellos y no son “lo glamuroso que debería”. Bueno, Popotla es de esos espacios y créanme que se han perdido de algo.
¿Por qué tiene que llegar un periodista, bloguero, influencer o youtubero extranjero para que volteemos a ver algo que pasa en México? Ya platicaremos sobre ello en otro artículo que estamos preparando sobre el famoso nadie es profeta en su tierra. En 2020, justo en el pico de la pandemia —cuando en México nos valía absolutamente un pepino, como siempre—Mark Wiens, un youtubero con más de 9 millones de suscriptores —y quien hace bastante bien su chamba, hay que reconocerlo— se aventó un viaje por Baja y se detuvo en Mariscos La Estrella. Su video “Martian Crab in Popotla Fishing Village” lleva poco más de 2 millones de reproducciones, de las cuales, el 90% sucedieron en los primeros meses.
La historia de Lorena. Una de tantas que no debemos ignorar.
Pero Lorena, quien orgullosamente agrega el logotipo de Youtube en el menú aprovechando que mucha gente llega a su lugar después de haber visto este video, ya era en si —valga la redundancia— una estrella de la región. De hecho, su historia es de esas que merece ser contada y que habla tanto de la grandeza de luchar por salir adelante, como de las oportunidades que no se dan pero se construyen.
Habiendo llegado a esta parte del país después de no encontrar cómo sacar sustento en el centro —una historia más de mgiración interna de la que poco se habla—, comenzó vendiendo en la calle comida con recetas de la familia. Al final siempre ha sido cocinera y nada como compartir en la mesa o, al principio, en el aire, la banqueta, junto a un anafre y la gente que caminaba por donde ella estaba.
“Yo llegué hace 35 años a este puerto. Venía de Michoacán y me vine a trabajar. Sin saber qué y sólo con el dinero del pasaje. Nos venimos mi hermano y yo a ver qué pasaba”, recuerda Lorena mientras esperamos el aguachile de abulón que, por supuesto, abriría el momento de una plática en Mariscos La Estrella sobre lecciones que la vida misma va poniendo en el camino.
El norte y el sur son distintos: Lorena de Mariscos La Estrella.
Corría el arranque de la década de los 90 y Lorena llegó al puerto a trabajar sin ninguna otra motivación más que la de salir adelante. “Cuando llegamos empezamos a trabajar con un tío. Pero es que la economía de Michoacán es muy pobre. Allá cuando llegué ganaba 10 pesos diarios y cuando llegas acá y te dicen que vas a ganar 300 pesos a la semana, se te hace muchísimo”, me dice y se ríe, recordando los 4 años que trabajó en una casa. “Pero la gente es egoísta acá como patrones. Si aplica la de, si tienes comes y si no, no”.
Hija de cocinera tradicional, se dio a la tarea de convencer a su madre de venir a trabajar a Rosarito dejando su trabajo de 220 pesos a la semana. Cuando la contrataron por 1,500 pesos a la semana recuerda que estaba emocionada. “Pero luego vio las friegas que eran y hasta dijo que se le hacía poquito”. Lorena ríe mucho. Sonríe y se carcajea con los recuerdos de una construcción no de un negocio, sino de una historia que tiene Popotla y de la que forma parte, le pese a quien le pese.
Mariscos La Estrella. Lo que comenzó, cayó y se volvió a levantar.
Así el negocio comenzó como algo familiar. Un microcosmos de Michoacán dispuesto a dejar huella en la gente local, porque turistas que se detengan a media carretera rumbo a Ensenada no hay tantos. Entonces el espacio fue creciendo y luego la familia se fue ampliando. Pero Mariscos La Estrella casi desaparece.
En Diciembre de 2017 se quemó el lugar. Un accidente en otro lugar terminó por extenderse hasta el espacio de Lorena. Pocas cosas son tan definitivas como el fuego. Lo que construyes termina en ceniza, desaparece y se borra de todo. Apenas los restos carbonizados de lo que era y que nunca volverá a ser es lo que queda para saber que ahí estaban tus años de lucha y de historia. Treinta años casi de haber llegado a Rosarito y 23 de estar en Popotla y Lorena pudo haberse ido. Pero decidió quedarse, levantar todo de nuevo y, proverbialmente, encender la llama de regreso.
“Primero en una carretita que mi esposo me hizo. Nos pusimos allá afuera y hacíamos lo que podíamos. Y entonces fue cuando nuestros clientes nos apoyaron como no podíamos imaginarlo. Se organizó una cena en Misión 19 —propiedad de Javier Plascencia quien, huelga decir, disfruta la cocina de Lorena— en la que sirvieron vinos y seis tiempos y se juntó dinero para que pudiéramos levantarnos”. Eso es comunidad. Eso hacen los cocineros responsables. No sólo se trata de abrir torterías en Palacio de Hierro o viajar a Nigeria a servir moles para salir en la foto. Se trata de apoyar a quien lo requiere cuando se requiere. Pero de eso hablaremos en otro texto también.
¿Conocen nuestra tienda?
Cuando la pandemia detuvo la remodelación y la operación de Marisco La Estrella, Lorena y su esposo —junto a sus dos hijas, una cocinera y la otra amante de la mixología que los fines de semana arma los tragos en el lugar— sirvieron desde su casa, entregaron a domicilio, armaron los pedidos necesarios en esos tres meses de pausa total que sucedieron en Baja California.
Y entonces Mariscos La Estrella se hizo viral.
El esposo de Lorena consigue el producto. Un cangrejo que en temporada de frío —lo mejor es ir entre noviembre y febrero— llega a las aguas de Baja California y es un espectáculo sólo de verlo. Ella lo prepara a las brasas y siempre con la misma receta. Entonces, Mark Wiens —por recomendación de Pati Jinich— llegó a grabar su recorrido por Baja comiendo y se detuvo a descubrir lo que pasaba en Popotla. El resto, como dice un clásico, es historia.
“Aquí servimos lo que el agua nos da. Respetamos temporadas. Servimos lo que tenemos, pues. Porque así lo dice el mar y los pescadores. Hoy le llaman ‘sustentable’, pero siempre lo hemos hecho porque es lo correcto”, dice Lorena del tema tan de moda. El cangrejo, por ejemplo, está llegando ahorita por la temporada de aguas frías. Y como ahora se viralizó, ya muchos lugares se colgaron del éxito de Lorena para hacerlo ellos. Pero las recetas son distintas. ¿No me creen? Antes de ir al Valle o a Ensenada, paren el auto. Métanse en esa callecita de Popotla y prueben de lo que estamos hablando.
Lorena sabe que el impulso de haber sido viral es importante. Pero también sabe que lo que la mantiene y la ha mantenido por años es el trabajo duro y la idea de hacer su comida bien hecha. No, no está en un destino lleno de glamour. Pero los mejores secretos culinarios de México se esconden detrás de esos espacios, entre locales que no tienen marcas, junto a calles que parecen una más, en colonias que no son exactamente barrios culinarios pero que, irónicamente, guardan esas recetas que obsesionan a los grandes cocineros.