Lula Bistro. Fine Dining en la Perla Tapatía.

Por Yuliana Ballesteros @chinousb

Tenía tiempo de no viajar a Guadalajara, y la verdad es que me dio muchísimo gusto ver lo que está sucediendo con la escena gastronómica de ésta bella ciudad. Los Chefs están claramente alzando la voz para mostrar que Guadalajara es mucho más que Tortas Ahogadas (claro, sin demeritar ésta delicia). Restaurantes con conceptos y materia prima por demás interesante es lo que se respira en la gran mayoría de ellos. Pero eso es tema de varios textos, y yo ahora lo que quiero es contarles de la experiencia que Darren Walsh nos hizo vivir en Lula Bistro.

Con un poquito más de un año de operación, creo decir que visitamos en lugar en el momento adecuado. El lugar es grande y los techos altos; las mesas están perfectamente distrubuidas. Una decoración minimalista, esquema de colores neutros y un ambiente muy relajado con música lounge. Lo único que hicimos fué sentarnos, disfrutar el lugar y ponernos en manos de Darren. Y es que Darren, quien había comenzado su entrenamiento profesional como chef repostero, dió un giro inesperado a su carrera cuando incursiona en la parte completamente “salada” de la brigada. Es así como termina en las cocinas de los más grandes de Francia, Londres y hasta Nueva York. Nombres como Daniel Bouloud y Gordon Ramsay figuran entre ellos. Podrán imaginar que estaba por demás ansiosa de probar su cocina.

 Lo que obtuvimos fué una cena de 10 tiempos que nos voló la cabeza. Platillo a platillo Darren no dejaba de impresionarnos con creaciones de vaguardia y presentaciones bellísimas. Impulsando obviamente productos locales y de temporada.

Los componentes eran demasiados, y por tanto el contraste de sabores, pero creanme cuando les digo que absolutamente nada sobraba, y todo combinaba en perfecta armonía. Cada platillo era brillante, delicado y sofisticado desde la concepción hasta su ejecución.

Maíz, frijoles, hoja santa, camarón, chintextle, guajillo, tamarindo. Ese fué nuestro primer tiempo. El nombre “Tlayuda”. Los sabores eran en su mayoría suaves, ligeros y untuosos —cortesía de los frijoles— y cada mordida presentaba todos los sabores que les platiqué perfectamente amalgamados.

Bacalao fresco, salsa miso, berenjena, edamame, dashi, camarones y un poco de ensalada orgánica. Otra de las cosas que salieron a la mesa.

Pancita de lechón (confitada por 2 horas), aguacate, rábano daikon, pepinillo, cebolla morada, gel de piña y “tierra de pastor”

Ostión, agua de jitomate, “tierra de tabasco”, pannacotta de tocino, aderezo de echalote y tocino y un shot de sangrita ahumada.

Jitomates heirloom —marinados en aceite de olivo por 2 horas, y sin piel— servidos sobre “tierra de aceituna negra”, servidos con queso feta y vinagre balsámico.

Flex de chocolate, tierra de albahaca y menta y helados de tortilla y de mole. Si, leyeron bien… ¡helados de tortilla y de mole! ¿Y saben qué más? ¡Estaban deliciosos!

Y la lista sigue, y sigue. Es en verdad muy difícil describir toda la experiencia y la comida sin parecer una grandísima sell–out. Pero es para mi muy conmovedor poder vivir cosas como éstas. Me pone feliz comer rico, de la misma manera que me deprime cuando eso no pasa, y tuvo que pasar un ratito antes de que yo pudiera asimilar todo lo que esa noche había llegado a la mesa. Así de compleja es la cocina en Lula Bistro, pero también así de surrealmente deliciosa.

Un lugar, un Chef y una cocina que nada le pide a las muchas de las listas San Pellegrino y/o Michelin, que se encuentra en México; y por elección del mismo Darren. Un enamorado de nuestro país, a quien no me queda más que agradecerle ésta única y deliciosa experiencia en Lula.

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