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De las herencias y el origen de Sabores de México y el Mundo

por Sabores de México

Siempre que presentamos o hablamos de como nació el proyecto de Sabores de México y el Mundo, la pregunta obligada es: ¿y de donde sale esta idea? Podríamos contestar que de nuestra experiencia con la 1ª Exposición Fotográfica “Sitios Patrimonio de la Humanidad en México”, la cual presentamos en más de 27 países del mundo y nos permitió conocer más de cerca el gran interés que por México existe, en especial por esos lugares que rara vez se mencionan o promocionan. En cada uno de los lugares donde nos presentamos se incluían eventos de inauguración, donde los asistentes siempre comentaban que una de las cosas que más les gustaba de México era la comida, y que no perdían oportunidad de asistir a lugares o eventos donde sabían que tendrían el gusto de saborear los bocadillos o platillos que les ofrecían. Al término de este proyecto, no cabía la menor duda que algo teníamos que hacer al respecto, porque era claro que no tenían conocimientos exactos de la misma y sí una gran curiosidad por saber y experimentar más de la Gastronomía de nuestro país.

Sabores de México y el Mundo

 

Pero puedo afirmar sin lugar a dudas que el origen de esta gran pasión de la Cocina Mexicana viene de familia, por lo que este proyecto nace gracias a mi Madre y todas sus antecesoras que tuvieron el gusto, la dedicación y esmero en el arte de cocinar, en especial recetas tradicionales de familia y estado de donde provenían. Mi madre siempre dice que, entre sus recuerdos de niña, está el de su primer metate de juguete del que resulto ser una experta y hasta la fecha solo ella puede utilizar, porque es como decían en los tiempos del antiguo México Prehispánico: el metate es una extensión del cuerpo y del alma de quien es dueño y nadie más debe tocarlo, ni para lavarlo.

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Me refiero exclusivamente a las mujeres porque así fue en mi familia. Es un hecho que los hombres valoraban este don y gracia que distinguía a mis abuelas, bisabuelas, tías, y alguna que otra prima. Eran ellos la motivación de crear y prepararles esos antojitos que los tenían embrujados de amor (o encadenados por el estomago) a sus muy amadas madres o esposas. Era parte de su educación elemental el saber cocinar y, salvo escasas excepciones, puedo decir que no recuerdo que alguna de ellas no sintiera el orgullo de ser una gran cocinera. Las que no, se encargaban de buscar a la mejor cocinera del pueblo o la ciudad para que la familia siempre disfrutara de excelsos platillos, ya fuera para la comida del “diario” o para eventos especiales.

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Tan buenas y orgullosas eran en lo relacionados a la comida que para las fiestas, bodas, bautizos, primeras comuniones y, por supuesto, navidad y año nuevo era de suma importancia que ellas mismas prepararan los manjares que todos disfrutaríamos. No era cosa fácil este ritual, ya que podían empezar con los preparativos hasta un mes antes de la fecha. Todas colaboraban con ese platillo que solo ellas sabían preparar y del que eran expertas, porque además todas tenían ese secreto que, “antes muertas que compartirlo”, y solo cuando veían que la hora se acercaba se daban a la tarea de ensenarles a las hijas o herederas más cercanas ese ingrediente o proceso que hacia la diferencia en su receta secreta.

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Además de mi madre, fueron mi abuela materna Carmen, mi tía abuela materna Gloria y la hermana de mi papa, mi tía Consuelo las que mayor dedicación y esmero pusieron en el arte de cocinar. Ésta última siempre ponía de manifiesto que lo más importante de la relación con su marido, hijo y hermanos era el consentirlos y demostrarles el gran amor que les tenía, haciéndoles todos los antojitos y platillos que les encantaban porque para eso estaban las mujeres, decía ella. Ver como devoraban lo que les servía era la mayor de sus satisfacciones. Creo que ni siquiera cuando mis primas le llevaban sus títulos profesionales se sentía tan feliz como cuando mi papa llegaba a su casa y comía absolutamente todo lo que mi tía ponía a la mesa, y se juntaba la comida con la cena porque de ahí no se paraba.

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A mi abuela, la repostería se le daba como a ninguna otra integrante de la familia, desde los pasteles de las recetas europeas más complicadas hasta simples galletitas. Desde que ella falleció, no he vuelto a tener la dicha de comer esos deliciosos buñuelos que preparaba para navidad. Por lo difícil que era hacerlos, su artritis se presento antes de la edad promedio. Solo mi nana Efro y mi tía Gloria siguieron con la tradición, pero ya tampoco ellas están para hacerlos.

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Mi tía Gloria era buena para todo: fuera salado o dulce, todo en verdad era siempre digno de reyes. Junto con la nana Efro (Efrosina su nombre completo) pasaba días y días preparando los romeritos, el pavo o el bacalao que comíamos para Navidad y Año Nuevo.

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Por supuesto mi madre, con estas dos grandes maestras además de mi bisabuela, se lleva las palmas de todas esas recetas que prepara desde su más tierna edad.

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No recuerdo que en alguno de los cumpleaños de cuando éramos niños dieran esos sándwiches de triangulitos, con una embarradita de mayonesa, crema y una rebanada de jamón apenas perceptible, acompañados de una cucharada de ensalada rusa, más el tradicional botecito de plástico con gelatina y pastel comprado. ¡Qué va! En casa, y aun con mis hijos siguió la tradición hasta que dejaron de hacer fiestas de payasos y piñata, era de suma importancia preparar comida especial para chicos y grandes. Siempre encontraban entre sus recetas algo que a los pequeños les encantaba y nada tenía que ver con esos sandwichitos, y por supuesto algo más para los papas y mamas que asistían. Como premio mayor el pastel de cumpleaños, que se llevaba más aplausos y felicitaciones que el mismo festejado.

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Aunque mi época favorita en lo que a Gastronomía se refiere era y sigue siendo Navidad y Año Nuevo, la Cuaresma no se quedaba atrás. Para esta época del año, la tradición de respetar los viernes en los que solo podíamos comer pescado representaba el poder disfrutar esos platillos que solo se hacían para esos días: tortitas de Charales en salsa verde y una infinidad de recetas con pescados y mariscos que incluían las deliciosas mojarras al mojo de ajo con ensalada verde, y que siempre llevaban como precaución un plátano, por aquello de que se nos hubiera ido una espina en el bocado.

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De origen Chiapaneco mi Madre y Zacatecano de Padre, la combinación de recetas con ingredientes y sabores tan diversos me dio la dicha de disfrutar día a día de platillos que aun forman parte de los menús que preparamos en casa para mis hijos. Esas Pacholas que yo nunca pude aprender a hacer, pero afortunadamente uno de mis hijos es el heredero del don de cocinar y asegurara la preservación de muchas de las recetas de familia que tanto nos han enorgullecido. Esas Pacholas que son tan valoradas y existen en los recuerdos de muchos de mis amigos de cuando sus abuelas, nanas o mamas les hacían, y que después de hacerme un rato del rogar le pido a mi mama que les haga y les mandamos en papel encerado para que se las puedan comer en su casa. Es tanto su gusto que creo algunos solo me procuran, después de más de 30 anos, por al menos una vez al año poder tener la fortuna de comer este suculento platillo. Y aquí me permito decir que pongo a prueba hasta el chef más experimentado a que le salgan de esa forma tan perfecta y delicada como a mi madre y que, seguramente alguna otra de su generación o mayora de provincia hacen.

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Anécdotas hay miles y no terminaría jamás de contarlas todas, incluyendo esa que me cuentan cuando murió mi bisabuela y toda la gente de Chiapas paso a despedirse de ella y tuvieron que hacer comida por 3 días porque la gente no dejaba de llegar y para las misas que continuaron: los festines que se servían fueron tema de conversación por años.

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Puedo decir con orgullo que mi mayor herencia y que afortunadamente han adquirido mis hijos y espero sus hijos también, es el gusto, admiración, respeto y pasión por la Gastronomía Mexicana. El entender que el arte de cocinar tiene un secreto que no se aprende en ninguna escuela ni del más grande de los maestros porque este viene de nuestro propio corazón y alma. Lo que hace que ese don se desarrolle y se haga más grande y particular es la satisfacción de compartirlo con alguien a quien le haremos sentir dicha y felicidad porque, cuando una receta esta cocinada con estos dos elementos no solo alimenta el estomago, también el espíritu.

¡Gracias Mama!
Elsie

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2 comentarios

Javier 6 de abril de 2011 - 09:32

No por nada, la Gastronomía Mexicana fue nombrada «Patrimonio Inmaterial de la Humanidad!»

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