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Kimpton Hotel Madera: La identidad que se queda guardada.

por Carlos Dragonné

Por: Carlos Dragonné

Pocas veces me he decidido de último momento a quedarme unos días más en una ciudad cuando no lo tenía planeado. Pero cuando viajas por 6 días a Washington, DC y 4 de ellos estás metido en un Centro de Convenciones, es más que necesario alargar la estancia. Ya tenía resuelto el problema del vuelo con un cambio de mi fecha con Aeroméxico. Ahora sólo me faltaba encontrar el hotel. Alguien hace algún tiempo me había recomendado que la próxima vez que estuviera en la capital norteamericana me hospedara en un hotel boutique en el que ella se hospedó. Así que recurrí al teléfono -porque mi memoria no es tan buena-, hice la pregunta y lo reservé en cuanto tuve claro el nombre. Bienvenidos, entonces, a Washington. Bienvenidos a unos días en el Kimpton Hotel Madera.

Primer punto a favor de este lugar: la ubicación. No tuve que moverme de zona porque el hotel está sobre New Hampshire Ave. a escasa cuadra y media de Dupont Circle. Y cuando ha pasado ya el frenesí del Capital Pride y el asunto del evento de turismo que me trajo a la ciudad, la ciudad ha regresado a su día con día habitual. Entonces, me descubro caminando a las 11 y media de la noche hacia Kramerbooks & Afterwords Café, un lugar que cierra sus puertas pasadas las dos de la mañana, con buen café, buenos postres y mejores libros que fue, lo confieso sin un gramo de arrepentimiento, lo que enflacó mi cartera en este viaje.

Regreso ya a mi primera noche de hotel para valorar lo que la habitación tiene listo para mi descanso. De entrada, se agradece que un hotel tenga su identidad definida. En el caso de los Kimpton, por lo que entiendo averiguando más sobre el resto de propiedades que tienen tan sólo en la ciudad, se define por hotel y no por cadena. Entonces me doy cuenta que estoy en un lugar que abraza lo artesanal, que encierra no sólo en el nombre sino en cada rincón de pasillos y habitación el espíritu de lo natural de sus creaciones y de la perfección de lo imperfecto. Desde ese elevador que nos remite varias décadas atrás hasta los cuartos con un estilo que, a pesar de la sofisticación que exuda, no esconde los orígenes del romanticismo natural y la vivacidad de explotar los colores que todos los días parece que pasamos de largo.

Me hubiera encantado conocer alguna de sus suites o, ya siendo bastante ambiciosos, el llamado Tranquility Room pero apenas tuve la suerte de encontrar lugar, imagino, por la doble combinación de los días post-pride y, por supuesto, el arranque del verano que le puso cierta vibra a la ciudad que se agradeció conforme fuimos descubriendo otros rincones que normalmente no aparecen en las guías del destino.

Entré a mi habitación y lo primero que me conquistó, a pesar de la noche, a pesar del cansancio y a pesar de mis planes del día siguiente, fue el balcón en donde me pude dar el lujo -completamente estereotipado, lo admito- de servirme una taza de café y repasar las primeras páginas de uno de los libros recién comprados en Kramerbooks. Ahí, con Dupont Circle a la vista del balcón y con un poco de música sonando en la habitación, empiezo a entender por qué me recomendaron tanto venir y quedarme en esta propiedad.

Cuando uno viaja lo que más deseas es encontrar propiedades que se adapten a ti y no tener que adaptarse al hotel. El 90% de las ocasiones terminas adaptándote a la propiedad que escogiste o que escogieron por ti. Bueno… algo debo haber hecho bien en este viaje, porque me ha tocado ser parte del 10%. Y es que Kimpton Madera es un hotel que parece más como alguno de mis primeros departamentos, aunque bastante más grande que ellos.

Al bajar a nuestro primer desayuno en el lugar, descubro un marco de fotografía con un mensaje que me hace sonreír al haber resuelto el siguiente paso de mi odisea por Washington: “Pregunte por nuestras bicicletas para huéspedes”. Este fue un viaje que extendí para conocer de la mejor manera posible una ciudad que respira diferentes conceptos y que revienta en la realidad con un espejo de diversidad que no esperaba, a pesar de ser la capital misma. Sabía que eran días de pedalear y rodar por toda la ciudad, subir y cambiar de barrios, de zonas y andar entre los rincones de sabores internacionales de la calle 18 y los cafes ocultos en sótanos de Adams Morgan; subir por Woodley Park hasta la Catedral Nacional y luego bajar por Wisconsin Ave. hasta llegar al Georgetown Flea Market.

Y nos fuimos… a recorrer Washington con el logotipo de Kimpton en nuestras bicicletas y a tomar fotografías de cuanta esquina vimos y recorrimos. Subimos y bajamos por las calles y avenidas descubriendo desde las tiendas clásicas en las que pensamos cada vez que cruzamos la frontera hasta pequeños recovecos para comprar combinaciones de té que nunca hubiéramos pensado… Y volvimos a Kimpton Hotel Madera para recargar fuerzas, para cenar, para dormir, para abrazarnos en el clima de DC y mirar por la ventana una ciudad que se levanta orgullosa en su legado.

Uno de los días en que decidimos dejar de destruirnos las piernas como si se tratara del Tour de Francia versión Washington, nos dimos a la tarea de encontrar lo que había para disfrutar cerca del hotel, a manera de preámbulo para una cena en Firefly, el restaurante de esta propiedad y del que tengo que contarles aparte, porque la experiencia así lo merece.

Pero en esta búsqueda de cercanía encontramos otro de los puntos positivos del lugar. Está cerca de todo y hay todo para descubrir diferentes rostros de la ciudad recorriendo poco camino. Para quienes conocen DC, el simple hecho de saber que está en Dupont Circle lo deja en claro. Para quienes no, les cuento que tan sólo unas cuadras nos separan de mi calle favorita de todo Washington: la 18. Al estar ubicado tan cerca de Georgetown, lo hace un gran lugar para respirar la cultura y hacerse de la mejor colección de libros, ya sea nuevos en lugares como Kramerbooks o algunas joyas en librerías de ejemplares antiguos como Second Story Books o, incluso, para los fanáticos del arte gráfico una entrada a Fantom Comics es bastante necesaria… sí, lo admito, también me traje algunos comics.

Pero también la comida alrededor vale la pena si quieren darle una vuelta a sus desayunos o comidas antes de cerrar la noche en Firefly. Porque Saxbys está a una cuadra y Firehook Bakery a dos, aunque para el otro lado. Porque si de comer rico se trata hay opciones suficientes como Pesce, uno de los descubrimientos del viaje y, por cualquier cosa, ahí anda también un clásico como Circa, que siempre tendrá su Sandwich de Bisonte o sus flatbreads, entre los que destaca por mucho el Meat and Mozz que para mi es más que suficiente y podría vivir de eso un día sí y otro también.

Y es que todo eso es Kimpton Hotel Madera en este viaje de capricho, como todos los viajes deberían terminar… con esos días extra para no despedirnos de la ciudad. Esos pasillos estrechos en donde se respira inteligencia en el diseño y en los más mínimos detalles como los libros que decoran los estantes del lobby, que bien podrían ser de cualquier rubro pero que aquí se sienten escogidos con una casi obsesión por el concepto. Esas habitaciones en donde la calidez no sólo se expresa en los colores sino en el ambiente, desde el momento en que uno se sirve el primer café de la mañana hasta cuando regresa cansado de tanta buena comida por la noche.

Entonces, me descubro con un poco de ansiedad en la última noche. Salgo a caminar de nuevo, como lo hiciera el primer día y mis pasos me llevan a las bancas de Dupont Circle y, por supuesto, a ese espacio que se convierte en mi inmediato favorito de DC, pues siempre que haya una librería con buen café abierta a la 1 de la mañana, habré de encontrarme feliz en la ciudad que sea. Tomo un libro -que, por supuesto, agregué a la colección unos minutos después- y ordeno un café. Y me descubro pensando no en el lugar en el que estoy; tampoco en los sentimientos que me dejó el Washington de la historia viva o, tampoco, en la combinación de aromas y sabores de 18th Street, donde nos comimos una de las más deliciosas sopas Pho que hayamos probado en nuestros viajes.

Me descubro pensando en el hotel en el que duermo esa noche por última vez en un buen rato, al menos hasta mi próximo regreso a Washington. Y, entonces, entiendo por qué me causa tanta nostalgia saber que es la última noche en el Kimpton Hotel Madera. Se que no volveré a esta propiedad. La razón por la que estoy tan seguro de ello es que esta ciudad tiene 10 propiedades de la marca y cada una, como ya se los comenté, tiene un espíritu propio, una identidad marcada y una forma de hacerte sentir único. Me se encantado por lo que encontré en los pasillos del Madera, por su vibra, por el servicio de clase mundial de todos quienes trabajan ahí. Y mi curiosidad por descubrir qué es lo que se esconde en las otras nueve propiedades es enorme, porque lugares tan especiales parece difícil que se repitan. Así que me pongo como meta conocerlas todas y jugar un juego de descubrimiento entre unas y otras. Porque al final del día, es la curiosidad la que nos lleva a seguir abriendo puertas y descubriendo nuevos rincones hasta en los lugares que creíamos conocer a fondo.

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