Por: Carlos Dragonné
Se los dije hace un par de artículos y he tenido la suerte de que vuelva a suceder. Me gusta cuando una ciudad me sorprende, cuando me muestra un lado que no conocía o que, incluso, no me había siquiera dado la oportunidad de averiguar. Para mi, venir aquí siempre había sido sólo por dos razones, ya sea para comprar en las ofertas de otoño -sí, lo confieso, soy un fanático del Black Friday– y para asistir a algún juego de la NFL. De ninguna manera había otros planes. Bueno, pues no compré nada y no hubo juego en el fin de semana que vine. Y, sin embargo, ha sido de los mejores viajes que he hecho en este arranque de la segunda mitad del año. Bienvenidos a Houston.
Si me ponen a pensar en ciudades de diversidad cultural, tengo que admitir que Houston nunca había estado en mi top 10. Es más, creo que ni siquiera me venía a la mente cuando tocábamos el tema. El primer día de este recorrido por Houston de la mano de la oficina de turismo, a quienes tengo que agradecer que me abrieran los ojos a este otro lado de la ciudad, me dejó con bastante expectativa de lo que sería un recorrido en un lugar que pensamos de manera distinta cuando planeamos las vacaciones.
Houston sabe y se vive de muchas formas, en muchas lenguas, con muchos aromas y con muchas visiones distintas del mundo, pero parece que se une en una sola cuando se trata de comprendernos como sociedad. En medio de un estado que flagrantemente busca marcar las diferencias y explotar los miedos que se han generado a través de la mente de los ignorantes, Houston alza la mano y levanta la voz para demostrar que de la diversidad se construye la identidad irrepetible y absoluta de un destino que más que turístico se identifica como necesario.
En las calles donde el arte se ha vuelto un constante recordatorio de que la expresión es el fundamento de la individualidad que busca abrazar al colectivo, esta ciudad ha crecido en su oferta de lugares para buscar entendernos, desde capillas sin dogma abiertas para todos hasta muros interminables no de división sino de historias que se comunican sin palabras pero con la fuerza absoluta de los colores más vivos que nunca. Colores que se viven hasta en los platos de una oferta culinaria que nos aturde con la grandeza en lugares que, a primera vista, podrían parecer pequeños.
Así arranca nuestro viaje en Houston, días antes de la llegada del huracán Harvey que hoy, de regreso en la ciudad, podemos atestiguar que se ha ido convirtiendo día con día en un recuerdo, porque la fuerza de la gente que aquí habita pone a Houston en camino de regreso a lo que siempre ha sido y al camino que siempre ha querido recorrer.
Bajo la sombra de árboles de roble, el parque que alberga la inmensa Water Wall es el primer lugar donde nos detenemos a ver ese Houston que no nos habíamos dado el tiempo de conocer y que, en el ruido del agua, habla del constante movimiento y de la enorme capacidad de acción de la ciudad. En Water Wall, el lugar más fotografiado de Houston según un par de búsquedas en Internet, llamada oficialmente el Gerald D. Hines Waterwall Park, empezamos a ver esos pequeños rincones que nos abren los ojos al desperdicio de viajes que habíamos hecho. Y eso que nuestro primer día apenas es para relajarnos y llegar al hotel para salir a un concierto posterior en el Toyota Center, casa de los Rockets de Houston y que, más allá del concierto, nos otorga el segundo regalo de la ciudad.
A unas cuadras del Toyota Center hay un espacio público que exuda algo que parece cada día más lejano en nuestro país y que cada vez que viajo a diferentes destinos encuentro más frecuente: la recuperación y apropiación del espacio público. Sobre Avenida de las Américas, justo frente al Centro de Convenciones, en medio de Discovery Green, un mercado de pulgas hace eco de la música de un concierto al aire libre y gratuito que disfrutan quienes caminan por el parque degustando un helado o admirando las esculturas y arte público que se ha hecho de la calle y el parque. Sí… todo al mismo tiempo.
Artesanos locales, vendedores de miel, pan, fruta, joyería y chácharas ofrecen su mercancía al tiempo que niños y jóvenes se persiguen para o jugar a esconderse, o crecer encontrándose. En este espacio del centro de Houston y a escasas cuadras del Minute Maid Park, donde juegan los Astros o el Compass Stadium, sede del Dynamo, se juntan algunos de los más ricos food trucks de la ciudad para que el hambre no sea razón para irse a otro lado mientras la tarde va dando paso a una noche que cerraremos con música en uno de los mejores espacios para disfrutarla.
Nos tocó ver a Ed Sheeran en vivo. Lo único que sabía de Sheeran hasta mi llegada a Houston era que saldría en la más reciente temporada de Game of Thrones como miembro del ejército Lannister. Ni siquiera había escuchado su música, que, confieso, disfruté mucho más el show de quien abrió: James Blunt. No soy, de ninguna manera, partidario de la música de Sheeran y menos de su estilo de tocar con lo que, a mi gusto, es un claro playback. Evolucionado, pero playback al fin. Sin embargo, lo que sí puedo decirles es que la acústica del lugar es insuperable y la pone entre los mejores lugares para asistir a un concierto de los que me ha tocado disfrutar. Vaya… hasta Sheeran sonaba bien, imaginen eso.
Se me va acabando el día en Houston. Y apenas empezando este viaje comienzo a ver la realidad de lo que se viene por los próximos días: nunca había estado aquí. Al menos no en este Houston que presume un profundo respeto al arte, al entretenimiento y a la diversidad que deja en entredicho a muchas otras ciudades. Un Houston que dignifica el arte como la mejor forma de expresión de la diversidad que se vive más allá de la estadística. Porque aquí es donde los dejo con un dato impresionante. En Houston hay más nacionalidades y se hablan más idiomas que en cualquier otra ciudad de Estados Unidos. Sí… incluso mucho más que Nueva York o Washington. Ahora imaginen adentrarse en una ciudad así. Es ese viaje de redescubrimiento el que haremos en el próximo artículo.
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