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L. A. Comedy Club: Recuperando el Schadenfraude un escenario a la vez.

por Carlos Dragonné

Hace varios años hablamos de un show de comedia que sólo podía pasar en Las Vegas y que sigue siendo parte de la cartelera. Esto fue antes de lo que me gusta llamar el boom de los ofendidos. En ese artículo escribí: “Este vodevil del siglo XXI nos avienta en la cara la importancia de ser únicos, de ser fenómenos, de dignificar la rareza que los hace grandes, ya sea a través de la vulgaridad de un humor que respira decadencia, o la espectacularidad de arriesgar la vida cada función, en cada movimiento y con cada acto que nos cautiva”. Nunca pensé que la espectacularidad de arriesgar la vida terminara siendo contar un chiste. Y hoy, en medio de una especie de reality show constante en donde todos votan para eliminar a quienes les incomoda, la comedia se vuelve el espacio más necesario y, al mismo tiempo, el más atacado. Por eso el pequeño L. A. Comedy Club en The Strat es al mismo tiempo un espectáculo y un salvavidas.

comedy club

Para entrar al Comedy Club sólo se requiere contexto.

Y es que hemos perdido eso precisamente. Quino, el magnífico crítico de las barbaridades humanas en voz de Mafalda —la Contestataria, le llamaba Umberto Eco— decía en una tira de 4 viñetas: “Reconforta ver cómo poco a poco el hombre ha ido logrando dar rienda suelta a su libertad de limitarse”. La comedia es, por mucho, el espacio en donde más hemos dado rienda suelta a esa barbarie.

Sin entrar en debates sociopolíticos generacionales, la realidad es que algo que hemos perdido es la capacidad de divertirnos sin culpas, sin mirar sobre el hombro para vigilar quién nos está vigilando a las carcajadas. Hoy pienso en series como Seinfeld, Friends, Taxi, Cheers o Frasier y no las veo capaces de pasar el cuchillo censor del público tóxico. Resulta irónico, sin embargo, que hoy la violencia en redes sociales sea tan brutal que el acoso virtual haya aumentado el 8.7% los intentos de suicidio. Entre jóvenes de 15 a 19 años la tasa de suicidio aumentó entre 2000 y 2017 un 47%. Sí, leyeron bien. Un 47%. Y ésta es la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años. Sólo un dato más. Según Ditch the Label, organización contra el acoso basada en Reino Unido, el 78% de jóvenes usa Instagram y de ellos, el 42% sufre ciberacoso, convirtiendo esta plataforma en la que tiene la tasa más alta.

Pero el problema es la comedia, claro…

La comedia, aunque haya una cruzada contra ella, es una tabla salvavidas. Como cualquier forma de discurso, puede tener sus malos usos o pésimos gustos. Contar chistes de judíos en Rosh Hashaná es, por decir lo menos, escoger mal al público. Pero, ¿cuándo decidimos que íbamos a ser los jueces y verdugos de quienes se burlan de ellos mismos?

Sí, la comedia es transgresora por naturaleza. Encontré un texto de Enrique Carpintero en la revista Topía de Abril de 2012 que define mucho de lo que hace la comedia por la sociedad misma desde su visión transgresora.

En este sentido la transgresión esta relacionada con el límite. Esto nos lleva a cuestiones que refieren a la ética pero también a la política en tanto debemos tener en cuenta una cultura hegemónica que sostiene un poder que establece lo que está permitido y prohibido. De hecho se usa el término “transgresión” con una connotación positiva cuando ciertas acciones permiten romper tabúes y prejuicios de una cultura. Por otro lado también se lo usa cuando al negar la ley lleva a acciones destructivas y autodestructivas. Mantener esta ambigüedad del concepto es una necesidad de sectores del poder para sostener que todo acto que vaya en contra de las regulaciones que impone es un atentado contra el conjunto de la sociedad. La criminalización de algunos derechos civiles y la criminalización de la protesta social es una de sus consecuencias. De allí la necesidad de delimitar qué consideramos una transgresión.

El término “transgresión” viene del verbo Gradior que significa andar, ir, marchar. Tiene una reminiscencia onomatopéyica del sonido “gr” que también aparece en otras lenguas con significados parecidos. Cuando el verbo se sustantiva se transforma en la palabra “Gradus” que pasa a significar escalón, salto, nivel, zanja, avance. De ellos derivan grado, grada, graduar, degradar, regresar, progresar, ingresar, agredir y transgresión. En todas ellas está contenida, de una u otra manera, la idea de saltar.

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¿Es entonces la comedia necesaria?

Sí. En México, por ejemplo, nos felicitamos de nuestro humor, capaz de sacar una risa hasta en las peores situaciones. George Bernard Shaw decía “Si quieres decirle a la gente la verdad, hazla reír. De otra forma te matarán”. Pero algo nos ha pasado con la comedia en los últimos años, detrás del revisionismo de nuestras culpas colectivas y los excesos de flagelación social. Nos hemos empujado a la sombra de la risa. Queremos convertir el humor en algo culposo, en un placer oculto. Por eso la existencia de un lugar como el L. A. Comedy Club en The Strat es más que un espectáculo, un pequeño oasis de libertad.

¿Exagero? No lo sé. Díganme ustedes. Chistes de una lesbiana sobre ser lesbiana. Chistes de un filipino sobre las costumbres religiosas de su padre y, por ende, de su cultura, como un filipino que choca entre las tradiciones de sus orígenes y la voracidad de las grandes urbes en pleno 2021. Chistes de un hombre de mediana edad con problemas de próstata que tiene miedo de acercarse a las mujeres porque no sabe si será rechazado o, peor para él, aceptado. El stand up básico parte de la habilidad de transgredir las normas establecidas para reírnos de ellas, para mostrar el absurdo al que hemos llegado y enseñar que, a pesar de ello, somos tan ridículos en nuestra búsqueda de la máscara perfecta que aún podemos ser peor de limitativos.

El humor requiere inteligencia.

Crecí escuchando a Polo Polo. Desde los 9 años descubrí la magia de reír a carcajadas con la creatividad de otras voces. De ahí brinqué a George Carlin, el cast de Monty Python and the Flying Circus y al maravilloso Leslie Nielsen. Sí, reí con Revenge of the Nerds y también me pareció miserable y sin chiste el —según— humor de los Wayans en su saga de películas paródicas Scary Movie y demás variedades. Amo a Jerry Seinfeld y no tolero a Tyler Perry. Salgo corriendo a ver a Aziz Anzari, Mike Birbiglia y David Sedaris, mientras procuro mantenerme alejado de Sofía Niño de Rivera y Franco Escamilla. Modern Family y Married with Children me pasaron de largo y sin interés, mientras que la muerte de David Rakoff me sigue doliendo por el silencio consecuente de sus escenarios.

¿Por qué unos sí y otros no? Es cuestión de gustos, sin duda alguna. Pero la risa es veneno para el miedo, diría George R. R. Martin y en estos días en que la sociedad implota en muchas formas, parece que nos estamos prohibiendo reir y, con ello, nos estamos empujando hacia el abismo del miedo. ¿Cómo es que permitimos que en la búsqueda de mejorar lo que somos nos quitamos lo que nos permite ver el mundo con mejores ojos?

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La tabla salvavidas estará en la risa. L. A. Comedy Club me lo recordó.

La noche que visité el L. A. Comedy Club en The Strat, el headliner fue Mike Merryfield. ¿Lo disfruté? Tenía mucho tiempo de no reirme de esa manera. En el camino de regreso a Westgate no sé de qué les sorprende, si les he dado mis razones para quedarme ahí siempre me quedé pensando en las ventajas que tiene la comedia como elemento discordante de la realidad y, al mismo tiempo, como eco confrontativo de la misma.

Entonces pensé en la Commedia Dell’Arte, la llamada comedia italiana del siglo XVI al XVIII y que inspiró a autores como Shakespeare, Molière, Goldoni y Carlo Gozzi, por mencionar algunos. Al finalizar las funciones de la comedia de las máscaras, como también se le conoce, el Arlequín anuncia siempre “Plaudite, amici, comedia finita est”, que se traduce como “Aplaudan, amigos, la comedia ha terminado”. Más nos vale recordar la importancia de dejar esas palabras en el escenario y no como regla para la vida. Porque como dijo Victor Borge, comediante danés, “La risa es la distancia más corta entre dos personas”.

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