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Chicago en dos días. Lo que urge y a donde hay que volver.

por Carlos Dragonné
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Por: Carlos Dragonné

Cuando era niño, gran parte de lo que alimentaba mi romanticismo por viajar y conocer a Estados Unidos pasaba por una ciudad y varios de sus lugares y personajes icónicos. Y no, no era Nueva York la que llenaba mis fantasías de viajero infantil, sino las calles de Chicago donde los Blues Brothers nos enseñaron a darle una identidad a la ciudad y sus rincones; las calles por las que Fast Eddie Felson educó a Vincent Lauria sin saber que lo que construía era su mejor alumno y su mejor rival; las calles con simetría inigualable por las que desaparece caminando Eliott Ness tras haber encerrado a Capone. Sí, soy un hijo del cine y, por muchos años, tuve pendiente venir a donde se desarrollaban las narrativas de mi imaginación. Y, aunque sea por apenas unos días, con muy poco tiempo para adentrarme en ella y con la promesa de volver con calma, hoy aterrizo en esta ciudad. Pero traigo algo en la mochila que me ayudará a sacar el máximo provecho a estos días. Bienvenidos, pues, a Chicago.

Foto CityPass

¿Cómo conocer una ciudad que tiene tantos rostros y tantas historias por contar? ¿Cómo llevarme a Chicago en el fondo con tan poco tiempo? Apenas tendría un par de días para adentrarme en esta ciudad y disfrutarla al máximo. Y sabía por consejo de un viajero experto, que lo mejor que podía era aferrarme a la escena cultural de Chicago y pasar el día entendiendo esa unión interminable entre lo clásico y lo actual que nos da el arte.

Chicago

Tras dos días de juntas interminables y siguiendo las recomendaciones, me metí a Internet para revisar las exhibiciones artísticas de The Field Museum y, como buen hijo del cine, quedé inmediatamente prendido ante la exhibición que se anunciaba desde el principio: Jurassic World: The exhibition. Y, entonces, descubrí un ícono en mi búsqueda de un producto que ya les había platicado en otra ciudad y que llegó aquí como elemento salvador de mi fin de semana para devorarme Chicago en apenas 48 horas.

Chicago

Foto: CityPass

CityPass tiene presencia en Chicago. ¿Recuerdan cuando les conté cómo la usamos en NY? Bueno, habiendo ya probado lo que se puede lograr con ella y tomando en cuenta la premura, la realidad es que no tuve que pensarle mucho. Entré, pagué, bajé mi código y con toda la calma, bajé a la calle para recorrer unas escasas cuadras a uno de los lugares que, por años, habitó el viajero soñador que terminó por dominar lo que hago todo el tiempo.

Sentado en la barra del restaurado Green Mill Jazz Club, un favorito de Capone, ícono del inconsciente colectivo cuando hablamos de esta ciudad, y emblema de lo que esta ciudad representa en el mundo del jazz, comencé a sentir lo que muchos me han dicho sobre Chicago, ese apego a un arte urbano y auténtico, esa sensación de calles vivas con historias que se van contando con facilidad porque saben que los secretos se guardan tan rápido como el viento pasa entre los más de 1,000 edificios. Si tan sólo las paredes hablaran.

Pizano’s. Foto: The Daily Meal

Amanezco y desayuno rápido. Empiezo en Millenium Park y de ahí a recorrer hacia abajo. Créanme cuando les digo que es la mejor zona para arrancar su día si tienen poco tiempo para estar en Chicago. Pero entonces mis planes cambian, por simple practicidad de la ruta, y tras un trozo de buena pizza -es Chicago, por supuesto- Pizano’s, me metí al Art Institute of Chicago, donde entre la exhibición fotográfica de Hugh Edwards y mi relación con la obra de Gauguin -causada en gran parte por la novela de Vargas Llosa, uno de mis autores favoritos-, pude aprovechar el Priority Pass que no necesitas tener físicamente, con bajar el cupón en tu celular es más que suficiente.

Entendamos que esta zona, pegada al lago Michigan es el punto medular del turismo en la ciudad, desde el Cloud Gate de Anish Kapoor, cuya obra anduvo en México el año pasado en el MUAC, hasta el Soldier Field, estadio donde los nombres de Mike Ditka, Walter Payton y Mike Singletary son alabados haya partido o no. Cerca del estadio está mi segunda escala del día y, sin duda, uno de los mejores acuarios que he visitado en Estados Unidos: Shedd Aquarium. Como apasionado del mar, siempre se agradecen espacios de investigación y conservación como los que trabaja y realiza el Shedd Aquarium. Sentí que había pasado mucho tiempo cuando empecé a tener hambre y salí para descubrir la tarde de los Grandes Lagos, atardecer que me acompañaría mientras caminaba de regreso al hotel, haciendo una escala en un bar con toda el espíritu de esa migración irlandesa que pobló la ciudad desde el siglo 19 y desde donde, con mi cerveza en mano y unos infaltables Fish N’ Chips, podía ver la grandeza del lugar que me esperaba al día siguiente.

Foto: Mapquest

Mi vuelo sale a las casi 7 de la noche. Entonces, abro los ojos temprano y dejo todo listo en mi pequeña maleta. Se que hay mucho que me falta de lo que incluye el CityPass que traigo en mi celular y, sin embargo, hay una idea que se fue germinando a sabiendas que iba a tener que escoger entre una u otra opción debido al poco tiempo. Así que desayuno rápido en el primer cafecito con pan fresco que encuentro en la calle y rumbo a 360 Chicago, en el John Hanckock Center, donde al llegar casi podía escuchar la voz de Karen Eiffle contando los pasos que tenía que cruzar para llegar al lobby.

Despedí Chicago desde el mejor lugar posible. Subí la Willis Tower y entré a los famosos balcones de cristal que te sitúan más de 100 pisos arriba de lo que sucede en las calles donde Dillinger caminaba de la mano de Anne Sage rumbo al cine para ver una última función de cine en 1934 en lo que hoy es uno de los puntos icónicos del teatro de Chicago; ahí, a más de 100 pisos de altura, miro a lo lejos cuánta ciudad me falta por descubrir, cuántos lugares habitan en la imaginación de mis visitas a esta ciudad. Veo desde la altura hacia donde creo está North Side y recuerdo a Sinatra en una de sus actuaciones más brutales como Frankie Machine a las órdenes del director Otto Preminger. Y ahí, mientras la luz avanza poco a poco recordándome que hay un avión que me llevará de regreso a casa, la distancia que está por separarme de Chicago me parece poca cosa. Porque Elwood J. Blues lo dijo hace 37 años: Son 160 kilómetros a Chicago, tenemos el tanque lleno, medio paquete de cigarrillos, es de noche y llevamos lentes oscuros. Y con esa decisión de saber que hay que volver pronto, contesto exactamente lo mismo que Jake Blues: Arranca.

Chicago

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