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Boardwalk Inn: El lugar perfecto para vivir la magia de Disney.

por Carlos Dragonné

Por: Carlos Dragonné

La última vez que me había hospedado en uno de los hoteles de Walt Disney World Resorts tenía yo tres años, en uno de esos viajes que, ya de adulto, no entiendo por qué los papás hacen, gastando dinero con el pretexto de llevar a los niños a algo que no van a recordar ni por error conforme se hacen adolescentes, ya no digamos adultos. Así que, realmente, este viaje para mi fue como una primera vez en estas propiedades. Y no hubo mejor manera de arrancar que en este hotel. Mi viaje estaba pensado para hacerse sin niños, pero sobretodo para disfrutar lo que puede gozarse más allá de los parques temáticos. Así que me subí al Disney Magical Express en el aeropuerto y lo supe. Supe que habíamos llegado. Bienvenidos a Orlando. Bienvenidos a Disney’s Boardwalk Inn.

Demos un paseo en el tiempo. Estamos en Atlantic City a principios del siglo XX, cuando los parques de diversiones eran una novedad y las construcciones no sólo eran sobre las montañas rusas, sino sobre los sueños de una sociedad entera. Estamos en un hotel que nos lleva a esos años y el lujo que significaba la grandeza de una alameda o una marina, donde la sociedad caminaba feliz entre tiendas, golosinas y barcos de vapor con la elegancia de vestidos largos, sombrillas y sombreros de copa.

Boardwalk Inn

Un hotel donde el lujo es parte importante de la experiencia. Aquí no se trata sólo de tener una habitación para descansar entre día y día de parque, sino de un refugio en el que podamos llegar a disfrutar el día y hacer un recuento de las opciones que tenemos para la noche. Porque Disney Boardwalk Inn puede presumir varias cosas que ningún otro hotel podría.

De entrada, me viene a la mente la ubicación del hotel, a escasos pasos de la entrada de Epcot, y a minutos de Disney’s Hollywood Studios, pero lo más importante es la serie de lugares para disfrutar una experiencia adulta al máximo que hay con tan sólo cruzar las puertas de la habitación y caminar hacia, justamente, la alameda en la que está construido.

Ahí, pared con pared, está el Flying Fish, la primera opción a la que entro en esta semana de placer y disfrute no sólo del niño interno, sino del adulto que se esconde detrás de él. Y en este lugar es donde llega la primera sorpresa de la semana en el Disney Boardwalk Inn, porque la decoración de todo lo que rodea un hotel de Disney, en mi mente, tenía que ver con los personajes que crecimos admirando. Nada más alejado de la realidad.

Un restaurante de manteles largos, con una decoración de envidiable elegancia, con una cava que, me imagino, pone a temblar a más de un restaurante en el destino -y en otros lugares- y con un servicio en el que se nota que estamos en un resort que ofrece otro tipo de experiencia. Aquí no hay personajes danzando entre las mesas, no hay niños brincando de felicidad con el exceso de azúcar por los dulces de la tarde. Este restaurante podría estar en cualquiera de las ciudades a las que nos gusta viajar para apapachar el paladar.

Con una cocina abierta, una parrilla con madera prendida desde temprano y en las manos de un chef especialista en ello, la cocina al mando de Timothy Majoras, un chef con más de 10 años en la compañía y que ha ido absorbiendo las lecciones de cada cocina por la que ha pasado, Flying Fish nos adentra en la cocina sustentable de Disneyworld, en la que se busca la mayoría de los ingredientes locales y, para aquellos que son importados, se busca la sustentabilidad y la responsabilidad ecológica como uno de los principales requisitos para llegar a esta cocina.

Y así, después de unos Cachetes de Mero acompañados de un gran Pinot Gris de la enorme variedad que tienen en copeo -cosa que para quienes disfrutamos una copa en la cena y no toda la botella siempre se agradece- y una Chuleta de Ternera de Pennsylvania, mientras me tomaba un café espresso que jugó perfecto con la Panna Carpa que pedí de postre, me quedo platicando sobre las historias y los aprendizajes del Chef Majoras y lo que se puede venir en el camino. Hace mucho tiempo que no veía a un Chef que, al preguntarle sobre el futuro, tuviera esa mirada de satisfacción y plenitud de saberse en el lugar que tanto había esperado tener. Mientras camino por el muelle del Boardwalk rumbo a la entrada de Epcot para poder ver los fuegos artificiales del cierre del día, me quedo con la sonrisa de Majoras y la lección de saber reconocer el lugar al que uno pertenece. Ojalá muchos tuvieran la facilidad para verlo de la que acabo de ser testigo.

Con la noche cayendo en Orlando, y ya de regreso de Epcot, mientras doy el rodeo completo para regresar a mi hotel, entiendo la importancia de venir sin niños a una propiedad tan impresionante y tan bien ubicada, pues me detengo antes de llegar a mi cuarto en Jellyrolls, un piano bar en el que me senté a escuchar a dos pianistas que amenizan la noche con el concepto «Dueling Pianos» que se ha hecho tan popular en los últimos años de nuevo.

Regreso entonces a mi habitación. Y reconfirmo que el mejor momento para descubrir las amenidades de un cuarto no es cuanto entramos, sino cuando volvemos a punto de descansar. Entro y veo un regalo de bienvenida en la mesa de la salita que da la bienvenida a la habitación y entonces empiezo a recorrer los espacios con toda la calma. Mi regalo es una taza, entre otras cosas, del Epcot International Food and Wine Festival 2017, y junto a la sala hay una Krups con la que me preparo un te que me servirá para relajarme.

Subo las escaleras del cuarto y entonces me acuesto un segundo en la cama. Sí… de nuevo es de esas veces que estoy seguro que hay una especie de organización secreta de colchoneros que sólo le venden a hoteles de cierta categoría porque no he podido encontrar un colchón que me abrace de esa forma. Antes de caer dormido sin alcanzar a poner la alarma, me levanto y camino hacia el baño, donde no puedo evitar la tentación de llenar la tina y aprovecharme del momento para olvidar el estrés. Si alguien me critica por ello, sólo les recuerdo que el estrés debe ser controlado y alejado para una vida sana.

Me despierto temprano para arrancar mi odisea en Animal Kingdom, pero paso primero al Inkeeper’s Club Lounge, un pequeño espacio abierto prácticamente todo el día en donde puedo desayunar tranquilamente cereal, yogurt, fruta, café, galletas y jugos de todo tipo, y al que regreso más tarde para volver a satisfacer el antojo nocturno.

Como parte de las propiedades de Disney, una de las grandes ventajas es estar enteramente conectado y en perfecto control de tu experiencia a través de la Magic Band, conectada a mi tarjeta de crédito, a mi cuarto y a mi perfil de MyDisney Experience, por lo que todo lo tengo en mi muñeca y todo lo tengo bajo mi control. Esta sensación de tener las cosas en orden me pone en el humor perfecto para saber que puedo disfrutar todo conforme se me antoje. Y es que me puedo ir a meter a Disney Springs si así lo quiero y pagar con cargo a mi habitación si eso se me antoja.

Ya les platiqué de mi experiencia este año en los parques temáticos. Pero el cierre de los días siempre es en el Boardwalk Inn, donde puedo disfrutar de una privacidad que se antoja inaccesible en otras propiedades, por el simple hecho de que ésta es una propiedad más de lujo y, por simple sentido común, cuando viajas con niños a disfrutar de la experiencia Disney, buscas enfocar tus gastos de otra forma, además de que la experiencia de otras propiedades puede ser mucho más satisfactoria para los pequeños viajeros.

Para mi, el Boardwalk Inn es una oportunidad perfecta para desconectarme de la vorágine de todos los días, dejar el celular en la habitación descargando fotografías o recargando la batería mientras camino disfrutando la noche de este lugar, definiendo antojos nocturnos o, incluso, simplemente observando el menú de lugares que tengo en la agenda para visitar. Es un lugar que me permite reconectarme con las ideas que han estado guardadas y con la paz que requiero para desarrollarlas.

Por eso les digo que es la primera vez que me hospedo en un hotel de las propiedades de Disney Resorts. Porque bajo mis pies, con el ruido de mis pasos en la madera que une toda la propiedad y que me lleva de la misma forma a una cervecera local que a una panadería extraordinaria, ni niño interior se sabe protegido por siempre. Porque el adulto que intento ser jamás le permitiría una experiencia que no sea extraordinaria dependiendo de lo que merezca en cada viaje. Hoy fue un lugar que nos transportó a una experiencia donde el carnaval era el lujo y la ambición eran los sueños que se tenían que construir. Mañana… no sabemos, pero cuando regreso al hotel y atravieso la romántica cerca blanca de madera que me lleva a mi habitación, me hago la promesa de no volver a hospedarme en una propiedad que no sea de Disney Resorts. Y nada tiene que ver con querer estar cerca de Epcot. Más bien tiene que ver con estar siempre cerca de la magia.

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