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Adiós, Anthony Bourdain.

por Carlos Dragonné
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Por: Carlos Dragonné

Le he dado muchas vueltas a este asunto y he leído una y otra vez los textos de gente que quiero, que admiro o que, simplemente, sigo para mantenerme informado. He pasado por el enojo, la tristeza y los sentimientos de querer entender lo que pasó mientras voces expertas hablan de la importancia de buscar ayuda, de levantar un teléfono y pedir consejos. He visto avanzar las horas del día con lágrimas en los ojos de quienes lo conocieron, rostros que me son absolutamente familiares a través de la pantalla o, incluso, en la bendición de este trabajo que es viajar y reconocer el mundo a través de los kilómetros recorridos y los platillos probados. Y aún así, me quedo sin palabras y me se perfectamente incapaz de hacer un perfil del hombre que se convirtió en un referente para todos quienes contamos historias y documentamos lo que origina esas historias. Porque, aunque se haya dicho muchas veces en el lapso de las últimas horas, hemos perdido a alguien irrepetible que ya era leyenda mientras estaba vivo. Descanse en Paz, Anthony Bourdain.

Me cuesta imaginar un legado tan profundo en el mundo de la narrativa culinaria como el que deja Bourdain tras sus 61 años de paso en este planeta. Irreverente y directo en cada uno de sus relatos, desde el primer éxito literario que parecía una visión que denigraba incluso momentos de la profesión de cocinero a través de anécdotas oscuras que lo catapultaron al ojo público, hasta la creación de uno de los conceptos narrativos más influyentes de los últimos 20 años, Anthony Bourdain representó no sólo un asunto de descubrimiento sino la filosofía de abrir los ojos a lo que siempre ha estado ahí esperando a ser descubierto, incluso en ciudades que creemos conocer, sin mencionar los países remotos y las comunidades a las que puso en el mapa.

Anthony Bourdain

Bourdain quiso vivir sin miedo a dar un paso, un salto de fe. Ese salto de fe que se convirtió en el motor que impulsó su trabajo de comunicar la grandeza de las historias que suceden alrededor de una mesa y, ya en CNN con su último proyecto Parts Unknown, incluso los momentos oscuros de los que somos capaces de levantarnos a través del abrazo que genera la comida y las tradiciones mismas.

La puerta quedó siempre abierta para seguir entrando a nuevos espacios, nuevos caminos y, con su voz como guía y su ímpetu para reconocer las historias que había que contar, Anthony Bourdain derribó barreras y fronteras más allá de las que podemos ver. Derribó la frontera del miedo convirtiéndose en el perfecto embajador de que los viajes te abren los ojos y son devastadores para la ignorancia y los prejuicios como lo dijera Mark Twain.

Comió todo lo que se le puso enfrente y jugó siempre fuera de los límites establecidos, como lo hacen los genios e irrepetibles que traspasan horizontes que para muchos parecían el fin del mundo y él los convirtió en apenas el punto de arranque de una odisea no sólo de sabores, sino de experiencias humanas.

Sí, vino a México. Como también a Congo, Japón, Vietnam, Francia, Paraguay, Panamá, Guatemala, Sicilia o Detroit. Habló de la grandeza de la gastronomía de nuestro país como también abrió los ojos a las tradiciones de Tailandia. Arriesgó la vida en bares con la mafia japonesa, escapando de Beirut y se sentó en Hanoi a comer con Barack Obama. Así de universal. Así de impulsivo. Así de grandioso.

Habrá mejores plumas para contar su vida. Y habrá quienes se aventuren a crear biografías no autorizadas o contar las anécdotas que recuerden de los momentos que compartieron a su lado. Queda siempre la memoria de la fugacidad con la que vimos pasar su estela mientras cambiaba la forma en que vimos el mundo.

Anthony Bourdain vivió a una velocidad que no soportan la mayoría de las personas y, aunque suene contradictorio tras el final que él mismo decidió tener, no puedo evitar pensar en la Declaración de Independencia de Estados Unidos, su tierra natal, que dice: Todos los hombres son creados iguales e independientes y de esa verdad sagrada e innegable se derivan los inherentes e inalienables derechos que tienen, entre los que están la preservación de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Quizá estoy equivocado -como seguro dirán quienes buscan la explicación a algo para lo que sólo Bourdain tuvo la respuesta-, pero quiero pensar que, al final, Bourdain murió en la búsqueda de ese último derecho del que habla la Declaración de Independencia: el de la felicidad. Porque de que fue libre nadie nunca podrá tener la más mínima duda.

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