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Morelia, Un mensaje entre la cantera rosada

por Carlos Dragonné

Experiencia vivida por Elsie Méndez
Texto por: Carlos Dragonné

Dicen que Morelia se conoce caminando y, haciendo caso a la voz de quienes aquí viven, después de un delicioso desayuno en la terraza del hotel con una vista de la avenida Madero que parece apuntar hacia todo lo que está por aparecer en el camino, tomo curso por unas calles que, desde el primer momento, parecen tener algo más que decirme y recordarme. Me pregunto cuál es el mensaje que, entre los edificios, me espera en esta jornada.

La avenida Madero me lleva a lo que será el primer encuentro con la nostalgia de hoy. A mi llegada, se levanta imponente la entrada del Museo del Dulce, enorme construcción en la que la recuperación de la historia y la tradición detrás de estas delicias, insignia del estado y de México en todo el mundo, es más que evidente. Me recibe a la entrada del lugar Gerardo Torres, actual director del museo y la fábrica pues, además de ser resguardo de tan inusitados sabores, también es la fábrica de dulces más antigua de todo el país, pues no ha cerrado sus puertas desde 1840, tiempo en el que ha pasado de familia en familia, llegando en 1939 a manos de Luis Villicaña, quien les transmitió a sus hijos y nietos la necesidad de no permitir que el tiempo y el curso de la modernidad pasara por encima de este quehacer de sabores. Aquí, entre las vitrinas, las salas y las paredes que rebozan con más de 300 variedades, observados por el personal que, como un punto más que le da piso y fortaleza a nuestro viaje a través del tiempo, viste con ropa típica de la época del Porfiriato, Gerardo me va llevando a descubrir desde los puntos neurálgicos del nacimiento de estos dulces en manos de los monjes de los monasterios y, después la llegada de las formas y recetas a manos de las familias morelianas quienes, dentro de las viejas casonas de cantera rosa, fueron perfeccionando el arte de los ates, las laminillas, los rielcitos, el arrayán, y las bolitas de leche quemada.

Éstas últimas, cuenta el dueño, son el más reciente agregado a la bóveda de resguardo y continuación de las tradiciones pues, de su viva voz y con un sentimiento que lo embarga hasta ese nudo en la garganta que, por supuesto, me contagia y me enchina la piel, Gerardo platica sobre un dulce que, cuando niño, disfrutaba tanto por su sabor como por la duración del mismo en la boca y que, de un día para otro, desapareció de los establecimientos de la ciudad. Ya convencido que ese sabor habría de quedarse sólo en el espacio de la mente reservado para los recuerdos, un amigo le platicó sobre un anciano que, alejado del caos citadino, en los callejones de una comunidad distante, aún preparaba el tan nostálgico dulce que, ni sus hijos ni sus nietos aprendieron nunca a preparar. Torres se emociona al recordar lo que fue platicar con él, volver a probar estas bolitas de leche quemada y, sobretodo, escuchar al anciano compartir con él la receta, no por un asunto de negocios, sino por una verdadera convicción de mantener vivo el dulce, mismo que hoy en día, se prepara entre estas paredes y que Gerardo aún mantiene como su favorito.

Museo del Dulce, Morelia, Michoacan MEXICO

Y es que así parece todo en Morelia: preparado para no olvidar el origen de lo que somos y lo que nos edifica como un país pletórico de historias por contar y de anécdotas que se van convirtiendo en leyendas. Con una bolsa de dulces y un rompope tradicional, salgo a la calle y comienzo a caminar de vuelta al centro de la ciudad. De nuevo, la sensación de que las casas y las calles me llaman y me quieren contar algo, me embarga mientras recorro lentamente las 5 cuadras que me separan de mi destino. Al llegar a la plaza principal de la Catedral, algo me atrapó de manera inevitable y, al parecer, el primer mensaje de esta ciudad me quedó completamente claro. Dejé la bolsa con los dulces y la botella de rompope en el piso y me acerqué a una vendedora que, por unos cuantos pesos, me dio algo de infancia y una sonrisa indescriptible. ¿Qué compré? Pompas de jabón. Sí… ese pequeño frasco con agua y jabón que viene en varios colores y que, al soplar a través de un alambre – invariablemente envuelto en estambre del mismo color del líquido comprado – va creando burbujas que flotan en el aire hasta reventarse. Ahí estaba yo, en medio de la plaza, una mujer adulta, jugando a crear la mayor cantidad de burbujas o, en su defecto, la burbuja más grande, mientras niños de diversas edades pasaban corriendo a mi lado para adentrarse, en una especie de rito que se repite día con día, entre los chorros de agua intermitentes que bañan la plaza de la Catedral y que se ha convertido en un juego que todos aplauden, disfrutan y comparten a cualquier hora. En medio de las risas de la gente, pude descifrar el primer mensaje que Morelia me tenía guardado y que hace de esta ciudad uno de los lugares mágicos en mis recorridos por México. Morelia me pedía recuerdos de infancia y sonrisas atemporales.

Pompas de Jabon en Morelia, Michoacan

Sonriente, de vuelta en el hotel, aún había más que esperar del día. Soy una convencida de que los caminos se cruzan en el momento adecuado y que las bifurcaciones que decidimos tomar en este andar tienen siempre un resultado expectante y sorpresivo que nos aguarda. Una vez más, habría de comprobarlo. La terraza del Hotel Los Juaninos fue el punto de encuentro para una charla con Erick Legaria, un hombre que ha luchado por rescatar, apoyar y defender el lugar de las comunidades Purépechas en el acontecer del estado.

Detrás de sus ojos verdigris, Erick esconde una mirada llena de historias que lo han llevado a adentrarse en las comunidades y crear programas culturales y de rescate de tradiciones que, además, logren crear comunidades sustentables. Es inevitable sentirse atrapada por la forma en que comunica lo que piensa, lo que hace y cómo cree en la importancia de respetar los procesos con años de antigüedad mientras también se atrae a los habitantes de las zonas indígenas de Michoacán al frente para reclamar un lugar que, por derecho propio, les pertenece. Mientras platicamos, la vista de la avenida Madero se extiende a lo lejos desde nuestra posición privilegiada y, consciente de mi atención hacia esa hipnotizante imagen, Erick me señala justo en esa dirección para indicarme que hacia allá queda el poblado de Santa Fe de la Laguna, comunidad que mañana conoceremos y en la cual se está realizando un trabajo profundo llamado Athesithu, que significa en Purépecha, “Lugar de Chirimoyas”, y en donde conoceré a Berenice, una cocinera que, según palabras del propio Erick, habrá de tocarme inevitablemente el corazón. Conforme la tarde va decreciendo y la noche tomando su lugar, con las luces de una Morelia que resalta el rosa de su cantera, Erick y yo tomamos camino a San Miguelito, un referente de la comida moreliana y, sin duda, uno de los lugares imperdibles en esta o cualquier otra visita a este destino.

Restaurante San Miguelito, Morelia, Michoacan

Administrado por Cynthia Canelo, San Miguelito es un verdadero deleite desde que uno cruza la puerta. Cynthia ha logrado poner en sus paredes el verdadero espíritu de una ciudad que, aún hoy, lucha entre sus raíces mexicanas y las influencias españolas y, en sus propias palabras, “Son los detalles de lo que amamos lo que hay que cuidar”. Entre una decoración que nos lleva desde las catrinas y los rebozos – que son cuidadosamente creados por una artesana de la región – hasta el México virreinal, nuestra mesa al fondo del llamado “Rincón de las Solteronas”, y del que les platicaré a detalle en otra ocasión, la cena transcurrió mejor de lo que podríamos haber imaginado. La noche fue como una velada entre amigos de toda la vida – aún a pesar de habernos conocido, casi todos, en ese momento – recorriendo historias de Morelia, del restaurante, de la gente y las tradiciones y, sobretodo, de todo lo que Michoacán tiene para ofrecer a quien llega. Lugares y momentos intermitentes de los que no había escuchado antes, contados por las voces de quienes han hecho de Morelia su latir, deleitaron los minutos entre platillos, charandas y mezcales de la región hasta que, llegado el momento de partir y tras las despedidas que se alargan en un desesperado intento por exprimir lo más que se pueda de la noche, tomé camino de regreso al hotel.

Despidiendo el día, el mensaje de Morelia se me reveló en su total claridad mientras cerraba los ojos para revivir cada detalle. Y es que, la magnificencia de las casonas, el aroma de la gastronomía auténtica, el reír de la gente, la niñez nunca perdida, sino expectante y pendiente de cada momento que tiene para volver a salir, el caminar pausado y libre por las banquetas y, sobretodo, el calor de la gente y las historias y tradiciones, desde temprano me llamaba a recordar mis raíces y mis días de infancia en una ciudad muy parecida a ésta en la que las calles me vieron crecer entre recuerdos y familia, para trazarme un camino por el cual, años después, regresaría gracias a la magia de una ciudad que tiene la capacidad de recordarnos que, para ser felices, sólo hay que buscar en nuestro pasado esos momentos y, sin importar en dónde estemos ni cuántos años hayan pasado, siempre seremos capaces de repetirlos con algo tan simple como unas burbujas de jabón creadas entre paredes de cantera rosada.


El final de esta historia se encuentra en Morelia, un adiós que cumple un sueño

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2 comentarios

Fernando 23 de marzo de 2013 - 16:02

Que hermoso, me da mucha alegría que mi bella Morelia siga deleitando los sentido de quienes la visitan<3

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Sabores de México 23 de marzo de 2013 - 23:09

Amo Morelia! Es de mis ciudades favoritas y por supuesto ya quiero regresar y hacer mas reseñas de sus hermosos rincones y deliciosa gastronomia. Muchas gracias por tu comentario. Saludos!

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