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Una ciudad de identidad múltiple: Houston a través del arte.

por Carlos Dragonné

Por: Carlos Dragonné

Estamos en un destino que tiene todos los matices y todos los contrastes de una vertiginosa ciudad multicultural y eso hace que se pueda disfrutar de muchas formas distintas lo que cada calle y cada zona nos ofrece. En sabores y experiencias, este fue un viaje acerca de la diversidad, del enorme abanico de opciones y del profundo significado de abrazar que somos diferentes, pero que las diferencias nos unen más fuerte que las similitudes. Vengan conmigo. Bienvenidos, de nuevo, a Houston.

Salí del Hyatt Regency Galleria para comenzar lo que iba a convertirse en un remolino emocional a través del arte y la diversidad. Me habían mandado un itinerario con sugerencias y, disciplinado como pocas veces después de leer un poco sobre los lugares que estaban ahí, me enfoqué en cumplirlo lo más cercano posible a lo que estaba escrito. Comencé Rothko Chapel, parte de una zona donde el arte y la filantropía de John y Dominique de Menil han dejado una huella imborrable no sólo en el arte, sino en la visión de la ciudad sobre la importancia de la diversidad.

Rothko Chapel, llamada así tras el artista Mark Rothko, creador de los lienzos que la decoran es una capilla sin denominación religiosa. ¿Qué quiere decir esto? Que es un centro de peregrinaje para todos, sin importar la religión que se practique o, incluso, si se tiene religión a practicar. Poco podré decirles en palabras sobre lo que se siente al cruzar el umbral de este lugar con arquitectura octagonal pero el concepto filosófico de pertenecer a nadie y, por la misma razón, a todos, satura mis emociones y salgo con el llanto a punto de nublar la mirada. Entonces, de frente me encuentro con un Obelisco Roto, creado por Barnett Newman, y la historia de este monumento que representa el Washington quebrado por las protestas de los derechos civiles en los 60 me hace tener que recurrir a pañuelos desechables al entender por qué los De Menil hicieron lo necesario para tener este monumento en dedicatoria a Martin Luther King Jr. No les cuento más para dejarlos descubrir la historia a ustedes…

Dejo atrás a dos practicantes de Tai-Chi que aprovechan el silencio alrededor de la capilla y camino hacia la Capilla Bizantina en donde una exhibición de Francis Alÿs me conecta con las raíces de México de una manera extraña. Alÿs se mudó a México en 1990 y, fascinado por los mercados como La Lagunilla y otros más, puso en mente hacerse de reproducciones de Da Vinci, Rafael y otros artistas que lo conmovían. Sin embargo, encontró en el mismo mercado dos diferentes reproducciones de un cuadro perdido de Jean-Jacques Henner: Santa Fabiola. Lo que comenzó como una curiosidad se convirtió en una obsesión y un proyecto colaborativo con amigos y artistas viajeros que fueron hallando reproducciones en óleo, madera y hasta pasta seca de la obra de Henner y que hoy se exhibe orgullosamente -y hasta el próximo 28 de octubre de 2017- en la Capilla Bizantina de la colección Menil. Son más de 400 obras recreando una misma obra, hablando de la diversidad de visiones sobre una imagen y que muestran el profundo conocimiento colectivo del arte que tenemos como sociedad global. Un ejemplo más de lo que esta ciudad tenía para demostrar que, en las diferencias, somos más parecidos de lo que queremos aceptar.

Hice una escala en el día para llenarme de energía con buena comida. Paré en Helen Greek Food and Wine, un restaurante griego que merece que les cuente sobre él más a detalle en otro texto. Después de una comida que abraza los orígenes griegos sin buscar «americanizarlos», me enfilé al Museo de Bellas Artes de Houston, donde me esperaban rostros conocidos e historias que se viven como propias y que dignifican el papel de México en el escenario del arte a nivel mundial. La exhibición Paint The Revolution: Mexican Modernism 1910-1950 nos mostró una curaduría espectacular sobre piezas de arte que, de hecho, deberíamos conocer más a fondo, pues estamos hablando de muralismo mexicano, esas piezas que embellecen edificios públicos en nuestra propia ciudad y que, admitámoslo, casi nunca vamos a admirar.

La exhibición con más de 170 piezas de artistas que van desde Dr. Atl hasta Manuel Álvarez Bravo fue inaugurada por el director del Museo Gary Tintertow con una hermosa frase que, de nuevo, resuena como eco por los pasillos y nos mantiene sonriendo ante la rebeldía de una ciudad que se resiste a caer en las provocaciones: «Los muros son para llenarlos de arte». Esto se convirtió, paso a paso, en un recorrido histórico de la visión de nuestro país a través de los trazos de grandes artistas que han marcado huella, que van dejando escuela y que, al mismo tiempo, tristemente parecen ser olvidados en nuestro país poco a poco por generaciones que se alejan cada vez más de los pasillos del arte para adentrarse en la insignificante eternidad vacía de la virtualidad. Un recorrido necesario en Houston para recordarnos de lo imperante que es saber que lo tenemos cerca.

Por la noche, mientras caminaba de regreso de cenar, pensé en el itinerario cumplido y en la pluralidad de ofertas artísticas que apenas alcancé a rasguñar con el primer día de los pasos andados. Y, entonces, al llegar al hotel, con el aroma de un buen café espresso -de esos que cada día es más difícil encontrar pero que en el Hyatt pude disfrutar sin problema alguno- pensé en lo que aún nos falta por encontrar y, sobretodo, lo que nos falta por comprender. Porque es ahí donde el arte juega uno de los papeles más importantes en la evolución de las sociedades.

Desperté para caminar por las calles que forman Smither Park, un esfuerzo de la ciudad que terminó por convertirse en una muestra más de lo que sucede cuando la gente toma las riendas de los espacios públicos y los hace suyos, propios, con identidad y con un sentido de comunidad. Diseñado a manera de homenaje tras la muerte de John H. Smither, creadores locales han ido armando poco a poco un mosaico de colores y mensajes que unen a decenas de artistas con la idea de crear una memoria colectiva y un espacio de encuentro y trascendencia. Mientras caminaba, nuevas formas eran creadas por artistas que aprovecharon la sombra del Pabellón Vinson & Elkins para continuar su trabajo, uno al que aún le falta mucho por avanzar y que deja en claro la más grande misión del arte en si mismo: la colectividad. Bajo el sol de Houston, este espacio multicolor es, quizá, una de las visiones más sólidas de la grandeza artística, creativa y colaborativa de una ciudad que, insisto, ha demostrado que es más que compras y escapes de fin de semana.

Y, entonces, el último pedazo del arte de Houston que me tocó caminar en este viaje llega en la forma menos pensada y, sin duda, completamente a propósito que sea el cierre de la misma. Porque Mario Figueroa, conocido en el mundo como Gonzo247 es el mensajero de una de las lecciones más profundas que he recibido en mis años de vagar por el planeta intentando descubrirme en las distancias y entendernos en la cercanía de las naciones que seguimos sin querer aceptar.

Gonzo es el creador de los murales gráficos que hoy definen a Houston en el mundo del arte urbano y que, incluso, se han convertido en la imagen institucional de una ciudad que invita a quienes llegamos a caminar entre las calles, a admirar espacios que no teníamos en mente. Fundador del Houston Wall of Fame, Gonzo lleva en la sangre la necesidad de comunicar que los colores nos unen como seres humanos y que debemos derribar las fronteras que nuestras mentes han creado para separarnos. En las paredes que cuida y vigila como el más exigente curador de arte, Gonzo ha abierto las puertas a mensajes sobre racismo, arte, tradiciones y sueños de una infinita gama de artistas nacionales e internacionales, convirtiendo a la ciudad en la galería más importante de muralismo moderno que yo recuerde y llevando el arte urbano a niveles de dignidad que antes parecían imposibles de alcanzar.

Es ahí que entiendo hasta dónde puede llegar la diversidad de Houston y hasta dónde puede llevarnos a entender lo lejos que estamos de verla como una ciudad artística, llena, plena y cosmopolita. En este momento, de regreso en la camioneta rumbo al hotel, que las lecciones van resonando en mi mente y descubro que desde capillas sin religión y artistas consagrados por museos internacionales hasta los emergentes visionarios que rompen los moldes establecidos del arte urbano, Houston es todo eso y más. Es una ciudad vibrante a la que no puede detenerla nada ni nadie porque la fuerza de más de 100 idiomas le dicen que se despierte todas las mañanas. Una ciudad que se fortalece con los pasos de personas de diferentes orígenes que van marchando por los túneles del centro, por las calles de los diferentes barrios, por los parques públicos y todos, de diferentes formas, acarrean la historia de sus diferentes razas, tribus y comunidades. Y es que cuando se tienen tantas historias detrás de una ciudad, entiendes que nada podría tirarla ni hacerle frente.

Al día siguiente, mientras veía la ciudad por la ventanilla del avión, no tenía idea que 48 horas después, la ciudad recibiría el embate de inundaciones, vientos y lluvias de un huracán categoría 4. Una vez más, la resistencia fue puesta a prueba. Semanas después, mientras escribía los primeros párrafos de este artículo, recibí una invitación para una nueva exhibición de artistas latinos sobre sus visiones sobre un tema en particular: el hogar. Una vez más, Houston y su fortaleza ganaron la batalla. Y yo, una vez más, compré mi boleto de avión rumbo a Texas.

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1 comentario

lili 27 de julio de 2018 - 09:27

Carlos felicitaciones hace 20 años vivo en Houston y leer tu artículo me ha dado una gran satisfacción por la visión que desde afuera tu le has dado a está gran ciudad. Muchos de nosotros nos olvidamos o no conocemos la profunda riqueza cultural que tenemos como privilegio de vivir en una urbe de esta magnitud

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