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El día del pavo (y santos)

por Sabores de México

Por Gugui Naters 

En Latinoamérica es común que ciudades y pueblos tengan nombres de santos, que celebremos fiestas patronales y el día de nuestro santo. Cuando vine a vivir a los EE.UU. me sorprendí al enterarme que la gente se estaba preparando para festejar a un santo. Nos dieron vacaciones en el colegio, iba a haber un gran desfile,  y los almacenes tenían ofertas. La explicación que nos dieron en la escuela me pareció interesante pero no entendí la conexión con este santo, y jamás había escuchado de él.

Cuando era adolescente esta fiesta me fastidiaba porque  nos tocaba a mi hermana y a mí fregar los trastes y limpiar la cocina. Tampoco estaba acostumbrada a los platillos típicos que se elaboraban para la cena como jalea de arándano, pastel de calabaza, o el relleno para el famoso pavo. Y aunque llevo años viviendo en este país, no entiendo ni papa del futbol americano –ver partidos en la tele es una  tradición para muchas personas ese día. No siempre lo celebro, pero las vacaciones llegan justo a tiempo para recargar las pilas y aprovecho para dormir, calificar y trabajar en proyectos en la casa.

Al escuchar la palabra guajolote, en lo primero que pienso es en el mole poblano. Durante los noventa pasé un verano de fiesta en fiesta con mis amistades mexicanas en ambos lados de la frontera. Cada fin de semana había un bautizo, una boda, una quinceañera, o graduación -para agosto ya era como de la familia y hasta me decían prima. Aprendí a decir <<mande>> y <<propio>> y que cuando un mexicano te espera   <<en la casa de usted>> no te está esperando en tu casa.

A principios de ese verano, en la fiesta de aniversario del tío Jesús, sirvieron mole poblano con pollo, puré de papas, y espárragos. Con el primer bocado mi boca se sintió confundida con la mezcla de sabores y no me agradó para nada. Me comí las papas, el espárrago, tapé el pollo con la servilleta para que no se dieran cuenta y pasé el resto de la velada aprendiendo a bailar tambora con uno de los primos de Los Mochis.

Mole poblano, El Agave, San Diego

En una graduación el siguiente fin de semana nos sirvieron mole poblano con pollo, arroz y tortillas. Hice el pollo a un lado, y con el arroz y la tortilla me hice unos tacos.

El próximo fin de semana, ¡oh sorpresa! Mole poblano con pollo. Algo me decía que no eran coincidencias y le pregunté a mi amiga:

–  ¿Mole poblano otra vez? ¿por qué ?

–  Porque es una fiesta … (poco le faltó para decirme <<obvio>>)

–  ¿Y por qué sabe a, a, a, así…?

–  Chocolate.

Casi me caigo para atrás, pensé que era broma, que se estaba burlando. Pero me cayó el veinte y me di cuenta de mi problema: iba a ser un verano de puro mole poblano. Como estaba sentada con las tías de Sonora, les pedí que me contaran acerca de la salsa achocolatada que nos iba a acompañar en las celebraciones. Poco a poco empecé a distinguir sabores, a apreciar las diferencias y los toques que aportaba cada  cocinero,  y hasta me entusiasmaba cuando me lo servían. En una ocasión me llevé tremenda desilusión cuando en un bautizo en Tijuana hicieron una carne asada en vez del mole poblano.

Al pasar de más o menos doce años me entró el valor y  preparé mi primer mole poblano: me pareció lo más difícil del mundo, juré que nunca lo volvería a hacer, y maldije a las monjas poblanas del siglo XVII que seguramente tenían ángeles de ayudantes de cocina. Con los años me he convertido en una cocinera más organizada y preparada, disfruto del intenso procedimiento que requiere elaborar el mole poblano, y me satisface realizar este logro. De hecho, hacer un mole poblano tiene un efecto terapéutico y tranquilizante.

En el 2010 me tuve que mudar y aunque llevaba meses en el apartamento nuevo, no me sentía en casa, extrañaba mi cocina anterior, y perdí la inspiración para cocinar (es una tontería, pero si no me siento inspirada no puedo hacer ni un pan tostado.) Entusiasmada por un viaje que hice a Puebla esa primavera, decidí hacer un mole poblano para una fiesta de traje para celebrar la Batalla del Cinco de Mayo con mis estudiantes. Las cosas no empezaron bien: mi licuadora se descompuso y tuve que comprar otra esa noche –esto no era el efecto terapéutico y tranquilizante que buscaba.

Terminé de cocinar por la madrugada, dejé que el mole poblano reposara, y al día siguiente ya estaba listo para llevarlo a la escuela. Lo calenté en la estufa, empecé a sentirme realizada por mi logro, me serví un vaso de agua, y escuché un ruido espantoso. Un ruido que decía que algo se había roto y que algo se había derramado por el piso. Ni volteé a ver,  me tomé el vaso de agua, y recogí con una toalla mi desparramado logro terapéutico. Dos meses después la licuadora que compré esa noche se descompuso.

Estamos nuevamente en esa época del año: todos hablando de pavos y yo sigo de luto por el  mole poblano que hice hace dos años y medio. Tengo una licuadora nueva, me siento a gusto en mi departamento, y aunque no siempre tengo la oportunidad de cocinar, la inspiración regresó (gracias San Pascual).

San Pascual, santo patrón de los cocineros

Con cierta ansiedad y temor decidí participar en estas fiestas de noviembre y darles la sorpresa a mis alumnos preparándoles un mole poblano con guajolote. Y por si las moscas, una lasaña era el plan B. Pasé dos días en mi diminuta cocina, preparé una ensalada de chayote y tomate, tajadas de plátano macho frito, agua de chayote, para el postre pastel de elote, y felizmente el mole poblano llegó sano y salvo a la mesa. Prueba superada.

¡Feliz San Guiven!

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