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Sí… defiendo a Ford. ¿Quieren saber por qué?

por Elsie Mendez Enriquez

Por: Elsie Méndez

En medio de una plática entre amigos y colegas sobre las acciones que han ido pasando en torno al nuevo gobierno de Estados Unidos y las declaraciones de su nuevo presidente en torno a empresas y manufactura que tiene presencia en México, salió al tema la decisión de ciertas empresas del ramo turístico de cancelar contratos y negociaciones con Ford, en respuesta de la decisión de no instalar una planta en San Luis Potosí y, un poco también, a manera de protesta frente a un gobierno norteamericano que parece tener declarada la guerra contra los mexicanos. Si bien entrar en el debate de lo que está haciendo o no el presidente del vecino país me parece material para otro tipo de página de distinto contenido editorial, sí entramos en una discusión sobre lo que, a mi parecer, es una decisión equivocada por casi todas las razones. Y les cuento por qué.

Ford puede ser una compañía norteamericana, eso es más que evidente. Sin embargo, tampoco podemos negar que la historia de la compañía en México es más grande y rica de lo que una decisión pueda poner en juicio. De entrada, una de las cosas que les recordaba en la mesa es que no estamos hablando de una empresa improvisada o recién llegada a nuestro país que aprovechó el oportunismo comercial de hace algunos años, sino que está por cumplir 100 años en nuestro país y que, lo más importante de todo, ha dado trabajo a cientos de miles de mexicanos a través de estos 92 años de historia. Y es aquí donde se puso personal la defensa de una empresa que ha marcado no sólo vidas de gente cercana, sino la mía propia.

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Básicamente, la vida de mis hijos y la mía se puede contar a través de anécdotas con Ford, puesto que el padre de mis hijos dedicó su vida entera a una empresa que lo vio crecer y nos vio crecer como familia. Miles de kilómetros recorridos en las vacaciones de verano a bordo de alguno de los modelos Ford que comprábamos en Alden Tacubaya, agencia que vimos nacer y crecer hasta ser una de las más grandes de la ciudad, nos unieron como familia, con los paisajes de nuestro México hermoso de fondo, pasando por la ventanilla mientras descubríamos las carreteras del país para llegar a cualquiera de los destinos que se nos hubiera imaginado viajar en esos espacios de tiempo tan personales e irrepetibles. Aún puedo ver el rostro de mis hijos cuando, conforme fueron creciendo, fueron recibiendo las llaves de un auto que debían cuidar, mantener y disfrutar y que, evidentemente, todos tenían el logotipo de la marca y venían de plantas armadores en México, pues ninguno de los autos que tuvimos fue alguna vez importado. «Sí, pero al final es una empresa gringa que nos traicionó», me decía uno de los interlocutores en este intercambio de ideas.

Ahí es donde, quizá, tengo la mayor diferencia de opinión. ¿En serio creemos que la empresa ha traicionado al país? ¿En serio somos tan cortos de miras para no ver la cantidad de trabajo que deja y que reparte ser parte, de manera directa o indirecta, de la familia Ford? Agencias, armadoras, productores… pero también la gente que vive de alimentar, dar casa, sustento, educación a las familias que trabajan en esas agencias, armadoras y plantas de producción. Aquí no se trata de hablar del señor que anda despachando en la Casa Blanca. Se trata de reconocer la historia de una compañía que, incluso, si recuerdo correctamente las historias, los eventos y las fiestas que se organizaban hace años en la compañía y a la que iba acompañando al padre de mis hijos, incluyen cosas como inversiones en educación, apoyo a comunidades desprotegidas, inversión para infraestructura que termina viéndose reflejada hasta en el turismo.

Aquí no les voy a hablar de coches, de la calidad del motor, de comodidad o de espacios y ventajas… básicamente porque éste es un sitio y un medio especializado en viajes y gastronomía. Así que, si han estado leyendo hasta este momento, déjenme pedirles que me acompañen en una especie de recuerdo. Cuando comencé Los Sabores de México y el Mundo, lo hice como el sueño de recorrer México y compartir esos lugares que, de pronto, parecen olvidados en las guías de turismo tradicionales. Esos lugares a los que no podemos llegar fácilmente tomando un avión y bajando en el aeropuerto destino. Todos conocíamos Acapulco, Cancún, Los Cabos… pero ¿Oaxaca, Chiapas, Campeche, Veracruz? Hace 7 años, ¿realmente Tlaxcala estaba en su lista de lugares por visitar? Así que comencé a jugar con los mapas y trazar rutas que pudieran ofrecer experiencias únicas a quienes compartían conmigo los viajes a través de las letras y las fotografías. Esa primera maleta llena de ilusiones y de planes por presumir lo mejor que tiene el país por ofrecer la eché en la cajuela de una Ford Escape, llené la cajuelita de guantes con discos de jazz y blues -mis géneros favoritos-, tomé una de mis primeras cámaras digitales y me di a la tarea de agarrar carretera rumbo al sur, con el puerto de Veracruz como destino final. Fue un viaje que me llevó más de 10 días, parando en pueblos minúsculos donde compartí historias con cocineras tradicionales reales, no las que andan paseando las oficinas de turismo como modelos de pasarela; escuché a familias contando sus vidas, algunas separadas por la necesidad y la frontera, otras reunidas después de años de buscar una mejor vida y encontrar el sentido de pertenencia de vuelta en casa; disfruté café de olla a la mitad de la carretera con una señora que, armada con una cazuela, un anafre y algunas tazas de barro, le daba calidez a incontables viajeros que paraban a buscar un resquicio o una recarga de energía.

En ese primer viaje de Los Sabores de México -fue, incluso, antes de agregarle «y el Mundo» a nuestro proyecto editorial-, contemplé el hermoso puerto de Veracruz sin bajarme de la camioneta al llegar a mi destino. Y ahí, en silencio, cómodamente sentada, descubrí una vocación que se ha convertido no sólo en el eje de mi vida, sino en mi pasión absoluta: conocer y reconocer México, descubrir lugares que sepan a México y, entonces, empezar a buscar esos rincones fuera de nuestro país que tengan el sabor que nos remite a las calles de nuestra infancia, a los comedores de nuestras abuelas, a los desayunos dominicales de casa y, sobretodo, a la rica y deliciosa tradición que representan todas nuestras cocinas regionales.

Desde ese día en 2010, en el que tomé camino, he recorrido incontables kilómetros a bordo de esa camioneta de la que me despedí en 2012 y que renové por otro modelo más nuevo. He andado las carreteras también en un viejo Sable que aún tengo y que me he negado a vender, a pesar de los años, no sólo porque el coche está entero, sino por los recuerdos que se guardan entre sus asientos y en el tablero que hoy marca más de 140mil kilómetros, todos ellos en México y por todo México. Sí, claro… ha habido veces que, a bordo de él, he extrañado poder conectar con Bluetooth mi celular como lo hago en la camioneta cuando manejo en la ciudad, pero han sido tantas las historias contadas y vividas a bordo de él que despedirme de ese auto es algo que aún no estoy lista para hacer.

Sí. Podemos estar enojados con las políticas y el discurso que tiene el nuevo presidente (así, con minúsculas, porque eso ha demostrado) de Estados Unidos. Es más, resistir y pelear contra ese discurso es una obligación moral. Pero la lucha debe estar enfocada de manera correcta. Boicotear empresas que dan trabajo, reinvierten, apoyan y crean un sustento para miles de mexicanos me parece que es darnos un escopetazo en el pie. No me crean a mi. No le crean a mi historia. Busquen, investiguen y averigüen sobre la historia de Ford. Se vale pelear por la identidad nacional. Pero, ¿les digo algo? No se vale ir pateando a México y a los mexicanos bajo el pretexto de pelear esa identidad. Y, mientras están en la búsqueda de esa identidad y en la defensa de los colores, estoy segura que también encontrarán la pasión que habrá de manejar su vida. La pregunta es… ¿a bordo de qué auto manejarán esa pasión?

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9 comentarios

Mariana Vargas 13 de febrero de 2017 - 12:37

Excelente, entrada te felicito cada uno de tus post es una aventura para mi soy venezolana pero adoro México, y contigo lo recorro me siento allá deleitando tanta delicia que tienen, un saludo cordial desde el norte del sur, fiel seguidora!

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Fernanda Baez 13 de febrero de 2017 - 12:50

Definitivamente Ford le ha dado mucho a México, uno de mis tíos ha trabajado gran parte de su vida en esa compañía y lo he visto crecer y he visto que al conservar su empleo también su familia es estable económicamente. Eso debe pasar con sus trabajadores en México y eso me da mucho gusto

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Santiago Vela 13 de febrero de 2017 - 14:01

Me gusta mucho esa parte de los 92 años que Ford no ha dejado solo a México, y sigue creando empleos, dedinitivamente mis mejores momentos han sido a bordo de mi Focus

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Roberto Juárez 13 de febrero de 2017 - 23:38

México es un gran país, toda sus gente es fuerte y nunca se raja, por eso Ford sigue invirtiendo a pesar de las presiones de Ford.

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Alma Peralta 13 de febrero de 2017 - 23:41

La historia habla por sí sola, Ford a estado con México por más de noventa años y los que faltan.

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Ángela Morales 13 de febrero de 2017 - 23:44

Trump solo blofea, están ignorante que Bill Ford se lo chamaqueo y ni cuenta se dio.

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Rafael Medina 14 de febrero de 2017 - 06:34

Me dirán chairo pero espero que le hagan efectiva el cobro a Ford por el uso del suelo de la planta que no se construyó en SLP, todo ya estaba pactado.

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Monse 14 de febrero de 2017 - 10:47

Todos dicen que venga Toyota, BMW y otras marcas, pero nadie ha confiado tanto en México como Ford, su historia lo respalda. Gracias por compartir tu historia con nosotros. Saludos.

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Berny 14 de febrero de 2017 - 13:58

Buena historia. Y Ford siempre estará presente en las acciones que hizo en favor de México. Lo malo, siempre se le estará señalando lo que hizo, lo cual no lo veo malo. Sería tonto sabotear a una marca que ha dado y sigue empleando a MEXICANOS.

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