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Brooklyn Navy Yard: Abriendo los ojos después de cerrar las puertas.

por Carlos Dragonné
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Por: Carlos Dragonné

Les aviso que puede hacerles enojar un poco este artículo si son de aquellos que tienden a darse golpes de pecho y rasgarse las vestiduras con respecto al nacionalismo mexicano. Pero la realidad es que más que enojarse, les recomiendo que pensemos cómo emular lo que estoy por contarles, porque es ahí donde estriba lo que nos puede diferenciar no sólo como país, sino como sociedad en su conjunto. Y todo eso por un simple tour que, he de confesarles, me causaba curiosidad, pero no me imaginaba que tendría tal impacto en cómo terminé pensando sobre nuestras sociedades. Sí soy un aficionado a los museos, aunque tampoco les mentiré diciendo que los pongo en la parte más alta de mi lista de cosas que hacer cuando viajo. Incluso, sabiendo que me podré llevar críticas muy puntuales -y completamente justificables- fuera de los básicos en Manhattan, no pensé en dedicarle más tiempo a museos cuando crucé el puente de Brooklyn. Que equivocado estaba…Brooklyn Navy Yard, Brooklyn

BLDG 92 es un esfuerzo que abrió sus puertas en 2011, justo en el décimo aniversario de los ataques terroristas del World Trade Center y se ubica en el Brooklyn Navy Yard, un espacio que durante muchos años perteneció a la marina de Estados Unidos y en el que se construyeron cuantos portaviones se puedan imaginar. Tuvo su mayor auge en la época de la Segunda Guerra Mundial cuando empleaba a más de 70 mil personas, muchas de ellas mujeres, las famosas soldadoras que tomaron los trabajos que los hombres dejaron para ir a luchar con el ejército. También tuvo en sus más de 300 acres de terreno el Hospital Naval de Brooklyn, construido en el siglo XIX y que funcionó hasta su cierre en la década de los 70. Es, lo que podemos decir, un lugar con historia y con grandes momentos que han definido la historia moderna de Estados Unidos como país y como sociedad. Y no es para menos, pues de ahí surgieron el USS Oregon, protagonista de batallas a principios del siglo XX, o el USS Connecticut, flamante barco insignia al mando del Almirante Herbert O. Dunn, entre muchos otros. Pero en 1966, tras un análisis de los costos que suponía mantener abierta la infraestructura que empleaba a más de 10 mil personas, el gobierno estadounidense decidió cerrar las instalaciones. Es ahí cuando entra lo que tanto admiré de su historia y que, de no haber sido por Turnstile Tours, una empresa que realiza estos recorridos y que, además, no es una corporación de lucro, sino una empresa con fines sociales, me hubiera pasado desapercibido.Brooklyn Navy Yard, Brooklyn

Y es que en el momento del cierre pudieron haber sucedido dos cosas con el Brooklyn Navy Yard: se pudo convertir en un espacio que comenzaría a albergar centros comerciales y vivienda sin sentido alguno o se podría convertir en un espacio comercial que fuera hogar de empresas y proyectos que dejaran un beneficio para la comunidad de Brooklyn. Esto último, por supuesto, fue lo que sucedió y se hizo posible gracias a la intervención de la ciudad de Nueva York, empresas privadas y Organizaciones No Gubernamentales que armaron el que, desde mi perspectiva, es uno de los mejores proyectos comerciales-sociales que me ha tocado ver.Brooklyn Navy Yard, Brooklyn

Brooklyn Navy Yard, BrooklynEn Brooklyn Navy Yard hay, hoy en día, más de 300 negocios que emplean alrededor de 5,000 personas. Desde empresas de manufactura hasta estudios de producción cinematográfica, el Brooklyn Navy Yard se ha vuelto un escenario de crecimiento y desarrollo productivo en Brooklyn y justo ahí es donde entra el impulso de BLDG 92, un centro que busca involucrar a locatarios con programas escolares y proyectos productivos que van desde talleres sobre cómo armar un buen CV hasta entrenamientos específicos para alumnos de preparatoria, reconocidos por el sistema educativo norteamericano que le permiten a los alumnos graduarse con una especie de certificación técnica en cualquiera de las áreas de oportunidad que alberga el Navy Yard y, no contentos con eso, con un trabajo tangible y el arranque de oportunidades de crecimiento personal y profesional. La vinculación con la comunidad de Brooklyn permite que lo que podría haber sido un espacio privado de explotación plenamente comercial, se haya convertido en un negocio sustentable que crea oportunidades laborales y un sentido de pertenencia en este lugar que observa impasible el Brooklyn Bridge y desde donde, según nos contaba Mike, el chofer del autobús que nos llevó por las calles y los espacios que se erigen en la zona, en aquel 11 de septiembre de 2001 parecía que el sol se había escondido detrás de una interminable nube de polvo.

Brooklyn Navy Yard, Brooklyn

Brooklyn Navy Yard, BrooklynEl lugar se le conoce como The Can-Do Yard y es que lo que observamos en las fotografías históricas que se exhiben en los tres pisos del BLDG 92 como una exhibición permanente nos dejan la lección de que se trata de querer para poder. O sea, hay que salir de más allá del refrán y convertirlo en una realidad palpable. Brooklyn Navy Yard está dejando un legado a una ciudad que sigue creciendo y que se convierte, sin duda, en un referente inmediato cuando hablamos del poderío de una nación que no ha dejado de mirar hacia sus necesidades a pesar de las crisis. Desde esas mujeres que tomaban leche mientras soldaban partes de portaaviones y bombarderos hasta las manos de las nuevas generaciones que utilizando tecnología reciclable generan materiales de construcción y decoración que cumplen con los más altos estándares de la industria, pasando por los foros de filmación que han albergado muchas de las producciones que han llenado nuestras pantallas en los últimos años, hay enormes lecciones de las que aprender cuando uno cruza los portones de este lugar que ya son una referencia en Brooklyn.

King's County Distillery, Brooklyn Navy Yard

King's County Distillery, Brooklyn Navy Yard

King's County Distillery, Brooklyn Navy Yard

King's County Distillery, Brooklyn Navy Yard

King's County Distillery, Brooklyn Navy YardAquí hay historias de empresas y esfuerzos como King’s County Distillery, donde se produjo el primer Bourbon local desde el levantamiento de la prohibición en 1933 y que se encarga de producir cuatro variedades de Whiskey distintas utilizando únicamente productos locales desde el edificio que antes era el BrooklynYard Paymaster, es decir, el lugar donde todos los trabajadores durante más de un siglo iban a cobrar sus cheques semanales y que, sobra decirlo, es un edificio histórico catalogado. Ahí también está el espacio en el que, hace apenas unos meses, Bernie Sanders y Hillary Clinton se dieron con todo en la búsqueda de la nominación presidencial del partido Demócrata. Pero lo que más se siente en este lugar, son las historias de la gente que vive cada día sus esfuerzos y sus sueños en medio de un ambiente de absoluta sustentabilidad ecológica, pues también estamos ante lo que parece un esfuerzo impresionante por reducir la huella de carbono que estamos dejando como humanidad. De ahí que uno no pueda sino aplaudir lo que un lugar como Rooftop Reds está realizando al tener el primer viñedo urbano comercial en el continente y que estará listo para producir su primer barril de vino el próximo año.

King's County Distillery, Brooklyn Navy Yard

Rooftop Reds, Brooklyn Navy Yard

Rooftop Reds, Brooklyn Navy YardY es ahí donde entendemos lo que nos separa del éxito como país. Lo más rápido que me viene a la mente es la infinita cantidad de parques industriales abandonados que me he encontrado en mis viajes por México, tirados al desuso y al olvido cuando podrían ser parte de proyectos sustentables que ofrezcan empleo, entrenamiento, capacitación, identidad y un futuro para generaciones y generaciones de mexicanos que buscan salir adelante. Eso es lo que más admiro de lo aprendido en Brooklyn Navy Yard y, a la vez, lo que más duele. Porque para que sucedan cosas así se requiere el esfuerzo de empresas y ONG’s que estén dispuestas a -no existe mejor expresión- partirse el lomo para sacar adelante un proyecto de beneficios globales y no de beneficios personales. Y ahí sí estamos en pañales. Nos falta mucho por aprenderle a otros y por emular lo que estamos viendo. Podemos enojarnos con la comparación, o podemos poner en acción los pasos. ¿Será ya demasiado tarde? Me niego a creerlo, porque espacios tenemos, oportunidades se necesitan e ideas nos sobran. Sólo es cosa de ponernos en marcha y, entonces, quizá podamos presumir un espacio que no sólo genera dividendos económicos, sino que construye historias de vida.

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